“Lo primero que se lleva la lluvia es el recuerdo de la sequía”. Con esta metáfora, la arquitecta y urbanista brasileña Marussia Whately explicaba la tendencia al olvido que con frecuencia se da entre los afectados después de una crisis hídrica. En una conferencia organizada por la Fundación We Are Water y Casa Amèrica Catalunya, la experta en agua y urbanismo hizo referencia a la grave crisis de abastecimiento que se sufrió hace unos tres años en el área de São Paulo.
Explicó Whately la falta de agua que causó que 15 millones de habitantes sufrieran restricciones de suministro de hasta 12 horas diarias. Durante noviembre y diciembre de 2014, el peor periodo de la crisis, se gestó una gran preocupación entre la población por el cambio climático. Políticos, climatólogos y medios de comunicación explicaron profusamente la relación entre el calentamiento global de la atmósfera y la disminución de precipitaciones en el sur de Brasil y proporcionaron abundante información científica, pero a medida que regresó el suministro el tema fue cada vez menos frecuente, para pasar a ser residual en las informaciones cotidianas… y en la preocupación de los ciudadanos.
El problema lo tenemos hoy, aunque lo relativicemos
El ambientalista George Marshall, fundador del Climate Outreach, define esta actitud como “empujar el problema hacia el futuro” por parte de los afectados. Se tiende a pensar que los problemas climáticos de ahora son puntuales y que son las próximas generaciones las que tendrán que mitigarlos o adaptarse a ellos. Marshall también detecta una actitud paradójica entre algunos de los que sufren las consecuencias de los fenómenos más extremos: una tendencia a evitar pensar que el fenómeno se pueda repetir en el futuro. En un estudio que el experto realizó en la zona de Texas que había sufrido la terrible sequía de 2010 a 2015, después de la vuelta de las lluvias, buena parte de la población y las autoridades veían improbable que tal sequía volviera a ocurrir. Una actitud similar se dio tras la devastación del huracán Harvey en amplias zonas de EEUU; según Marshall, ante la significativa falta de explicaciones climáticas tras el fenómeno en los medios de comunicación locales, un alcalde de una población gravemente afectada le manifestó: “Los ciudadanos han sufrido mucho ¿Y ahora les vamos a explicar que esto puede ocurrir otra vez? No les desmoralicemos”.
La tendencia a desplazar los problemas del cambio climático hacia el futuro o a relativizarlos frente a otros percibidos como más inmediatos o más graves ya fue detectada en 2013 en un estudio de Pablo Ángel Meira, profesor titular de Teoría e Historia de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela, que mostraba que la preocupación por el cambio climático entre la población española descendió significativamente a causa de la crisis económica: en 2008, un 14,8 % lo consideraba el problema mundial más preocupante; en 2010, la proporción descendió al 6% y cayó al 3,5 % en 2012.
La ciencia debe convertirse en acción
En el estudio Resistencias psicológicas en la percepción del cambio climático, Cristina Huertas, doctora en Ingeniería Química y Ambiental por la Universidad de Sevilla, y José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología Social y Ambiental de la Universidad de Córdoba, desgranan y explican con rigor y claridad las razones por las que la concienciación sobre el cambio climático no acaba de avanzar al ritmo que desearían la comunidad científica y las instituciones del entorno de las Naciones Unidas que han promovido las COP, las Conferencias de las Partes, sobre el cambio climático.
En el documento, de lectura obligada para cualquiera que se preocupe por los problemas de la concienciación medioambiental, los expertos españoles señalan el concepto de “déficit de información” respecto al cambio climático. Consideran que es relativamente poca y muy desigual en función de otros acontecimientos con carácter de “crisis”, y citan un estudio de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) de 2013 que muestra que la temática sobre el cambio climático significaba el 0,19% del contenido de los medios de comunicación en el mundo, una proporción muy reducida en opinión de los comunicadores a la que cabría esperar ante la gravedad de la amenaza.
La celebración de la COP21, en diciembre 2015 en París, significó un punto de inflexión en la comunicación de la crisis. Tras el dramático llamamiento de los científicos, el calentamiento global adquirió un protagonismo renovado, especialmente cuando los fenómenos extremos de los años siguientes fueron señalados masivamente por los medios de comunicación como una consecuencia del mismo. La severidad de las sequías en India, el Sahel, Perú, Bolivia y España, y la inusual temporada de huracanes en el Atlántico y Caribe de 2017, por ejemplo, fueron ya definidos claramente como efectos del cambio climático por los medios de comunicación.
Estos datos muestran que la información sobre el cambio climático sigue un patrón que depende mayormente de las noticias dramáticas, lo que no ayuda a la concienciación eficiente de la población. Según los psicólogos, el catastrofismo que suele derivarse de este tipo de informaciones fomenta el “olvido” como un reflejo psicológico de autoprotección. La objetividad científica nos ayuda a situarnos fuera del tremendismo y acceder a las cosas tal como son en base a los datos que tenemos de ellas, pero lo que más ayuda a asimilar la información racionalmente es la propuesta de acciones concretas, tanto para la mitigación como para la adaptación.
Alison Smale, secretaria general adjunta de la ONU para Comunicación Global, en una reciente visita a la Fundación We Are Water, se pronunció en este sentido: “Los cambios meteorológicos son los que hacen que las personas se den cuenta de que algo está pasando en nuestro planeta. Hay mucha ignorancia, mucho populismo alrededor de estos hechos y lo que necesitamos es investigación científica sólida y datos para transmitir a la gente un mensaje comprensible pero, sobre todo, combinado con acciones reales”.
Resistencia psicológica y negacionismo
Marshall sostiene que la resistencia a la aceptación se debe también a un factor de narrativa psicológica corroborado por la neurociencia: “Nuestros cerebros están programados para responder a amenazas concretas, visibles y urgentes. Somos capaces de vislumbrar el futuro, pero no reaccionamos hasta que tenemos el peligro delante. Y por eso una amenaza abstracta, invisible y hasta cierto punto ‘lejana’, como el cambio climático, no provoca una acción colectiva. La ciencia ya se ha pronunciado con claridad respecto al cambio climático, pero la gente se mueve ante todo por señales sociales”. Es decir, somos capaces de alterar la percepción de los hechos según nuestro estado emocional, valores y creencias aunque sean presentados objetivamente por la ciencia. La realidad es que el cambio climático es una crisis inédita en la historia de la humanidad y es evidente que lo hemos generado nosotros; es una verdad incómoda de aceptar ya que cuestiona nuestro modo de vida.
Por otra parte, en las actitudes de negacionismo radical, la información científica no sirve demasiado, e incluso a veces genera rechazo. Es el caso de una parte del entorno de Donald Trump, que considera que las informaciones sobre el cambio climático son falsas o exageradas y obedecen a una campaña de los enemigos de la economía de EEUU, para que esta sufra una pérdida de competitividad al reducir las emisiones de CO2. En estos casos, los expertos en comunicación insisten en que los datos deben ir acompañados también de propuestas de acciones concretas de mitigación y adaptación que hagan ver a los negacionistas que la mayoría ya se ha puesto en marcha, y que EEUU no puede quedar al margen del liderazgo científico, tecnológico y, en consecuencia económico, que generará la lucha contra el cambio climático.
Los jóvenes sí, pero nosotros también somos el futuro
Una mayoría de ciudadanos comprometidos es necesaria para presionar al poder político y lograr cambios efectivos. Educar a los jóvenes en el método científico es la base de una concienciación sólida y de una generación de masa crítica imprescindible para nuestra sociedad. Especialmente en los países más pobres y vulnerables,las posibilidades de tener un futuro más próspero depende de los jóvenes. Lograr un nivel de adaptación a las crisis hídricas, a la subida del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos violentos no será posible sin el conocimiento y concienciación de los que ahora son escolares, que deben actuar ya como agentes activos en la creación de una nueva cultura medioambiental.
También lo explicó Alison Smale: “El cambio climático es uno de los problemas en que los jóvenes pueden involucrarse de forma más activa en necesidades ya sean locales, nacionales o internacionales. Nuestra generación les está dejando un planeta que necesita ayuda, y creo que este es una de los hechos que pueden comprometerles”.
Sin embargo, el problema lo tenemos aquí y ahora, y no debemos pensar que las soluciones corren a cargo de las generaciones venideras. Como afirma Marshall, debemos encontrar una coherencia entre lo que sabemos, lo que nos preocupa y lo que hacemos. De este modo, con una sólida conciencia individual podremos influenciar a los que están a nuestro alrededor y crear una nueva cultura de acción eficiente y solidaria.