“Humedal” viene de humedad, es un término que no alude necesariamente a una masa de agua lacustre que inunda un determinado terreno. Significa algo más sutil que hace referencia a la relación entre el agua y la tierra, una unión que no siempre es visible, pero que es determinante en el equilibrio de una amplia variedad de ecosistemas terrestres.
Históricamente, los humedales han sido ecosistemas que han sido cruciales en el desarrollo de las civilizaciones humanas. Tienen una tradición de uso de miles de años que se remonta hasta antes del neolítico, cuando los cazadores-recolectores que vivían alrededor de ellos obtenían agua y alimento de su variada fauna y flora.
Una controvertida relación con el ser humano
Quizá debido a su cercanía con la civilización, los humedales han sido uno los ecosistemas más vulnerables a la acción humana. De hecho han sido con frecuencia menospreciados y en la literatura antigua y medieval abundan incluso las referencias nefastas: algunas veces se los consideraba focos de enfermedades y otras los relacionaban con espíritus malignos o fantasmas.
Con la llegada del Renacimiento se descubrieron los múltiples servicios que los humedales prestaban. Sin embargo, en el siglo XVII, con el surgimiento de la teoría telúrica y la miasmática, los humedales volvieron a ser contemplados con desconfianza al considerarse elementos generadores o transmisores de enfermedades, especialmente del temido cólera. La teoría telúrica sostenía que la propagación del cólera tenía como elementos determinantes el suelo y las aguas subterráneas; la miasmática aseguraba que las emanaciones -“miasmas” – de algunos humedales malolientes eran la causa de la letal enfermedad intestinal y de todo tipo de otras epidemias.
En la segunda mitad del siglo XIX, con la llegada de la teoría microbiana de la enfermedad y el nacimiento de la ecología, se descargó a los humedales del maleficio insalubre y pasaron a ser considerados como elementos de alto valor para la vida en la Tierra.
Pese a ello, los humedales no han hecho más que declinar. Algunos estudios señalan que hacia el año 1700 había en la Tierra casi el 90% más de humedales que ahora. Hay documentos históricos que describen la destrucción de los humedales por motivos de estrategia militar, por planificación urbanística o simplemente por las molestias ocasionadas por su fauna endémica (los mosquitos son los más comunes).
Con la llegada de la “tercera evolución industrial” este deterioro se aceleró. Según un informe de 2018 de la Convención de Ramsar (Un tratado intergubernamental que establece las bases sobre las que actuar para la conservación de los humedales), se ha perdido el 35% de los humedales desde 1970, a una tasa de destrucción tres veces mayor que la de la pérdida de bosques. La sobreexplotación agrícola, la contaminación del agua y del aire, y el cambio climático son las causas.
Unos ecosistemas de los que depende el 40 % de la biodiversidad
Para salvarlos es preciso conocerlos bien. Hay humedales perennemente inundados y otros con alternancia de períodos de anegamiento y sequía. De este modo, cada humedal es un mundo independiente, en función de la geología y el clima.
Es un error muy común considerar a los humedales como zonas de transición entre los sistemas acuáticos (mares, lagos y ríos) y terrestres. Aunque muchas veces es así, los humedales configuran un ecosistema propio con una flora y una fauna específicamente adaptadas a su ciclo del agua. La categoría biológica de humedal comprende zonas tan diversas como ciénagas, tramos de ríos invadidos por el mar, marismas, pantanos, y turberas, así como las zonas de costa marítima anegadas periódicamente por las mareas, como los manglares.
Se calcula que, en la actualidad, los humedales cubren aproximadamente 12,1 millones de km2. En esta todavía enorme extensión de territorio vive o se reproduce el 40% de la biodiversidad mundial, fundamentalmente porque configura la base de la vida de especies migratorias como las aves y cobija a muchas amenazadas de extinción. Algunos humedales poseen una alta proporción de especies endémicas únicas en el mundo.
Los humedales son “carbono azul” e indicadores de gran exactitud
Según varios estudios, estos ecosistemas almacenan más carbono que ningún otro. Este aspecto no ha sido hasta ahora muy tenido en cuenta en la lucha por reducción de gases de efecto invernadero. Sin embargo, el IPCC baraja desde hace un año la posibilidad de incluir los humedales dentro de la definición de “carbono azul”, que hasta ahora sólo incluye a las praderas marinas, las marismas y los sistemas intermareales.
Se denomina carbono azul al capturado por los ecosistemas acuáticos de la Tierra, ya sea en su biomasa o en sus sedimentos. Es un factor que ha ido ganando importancia entre los científicos en la lucha contra el cambio climático. Los océanos, por ejemplo, absorben cerca del 90 % del exceso de calor del planeta, y el 25 % de las emisiones de CO2. Es una evidencia científica que, en los humedales, el balance de carbono es muy similar a estos grandes ecosistemas oceánicos, con una elevada acumulación de carbono en el sedimento.
Por otra parte, la Convención de Ramsar destaca que los humedales contribuyen en forma directa o indirecta a 75 indicadores de los ODS, en especial al 6.6.1, que hace referencia a la extensión de los ecosistemas relacionados con el agua. Es un indicador que presenta dificultades de evaluación, ya que hasta ahora la principal fuente de información sobre este tema es satelital, un campo de investigación imprescindible para evaluar el equilibrio ecológico del planeta pero aún relativamente incipiente. Por ello, ecólogos y climatólogos abogan por el estudio y monitoreo de los humedales para ser usados como herramientas de gran ayuda para evaluar los avances en el ODS 6. Su vulnerabilidad es un “sensor” que garantiza fiabilidad.
Esponjas muy beneficiosas que hay que salvar
Los científicos medioambientales suelen describir a los humedales como “esponjas” para divulgar los beneficios que nos proporcionan. Pueden amortiguar las inundaciones absorbiendo agua y permitir que esta se filtre más lentamente a través del suelo y la vegetación.
El agua retenida puede revertirse al consumo humano y es un factor de gran eficacia para mantener los acuíferos. Además, al contener sedimentos y nutrientes, muchos humedales actúan como filtros naturales que pueden eliminar sustancias tóxicas de los cuerpos de agua. Generalmente nos hemos concienciado de estos beneficios cuando, tras la desaparición o contaminación de un humedal, éstos nos han faltado.
En la lucha contra la crisis climática es imprescindible frenar la desaparición de los humedales y recuperar los que aún tienen un deterioro reversible. El IPCC reclama especial atención para los humedales mediterráneos que no han tenido la protección necesaria. Desde 1970, las costas del Mediterráneo han perdido más del 50% de sus humedales naturales, un alto porcentaje que aumentará con seguridad en los próximos años.
No sólo hay que evitar que los humedales desaparezcan, sino que hay que cuidarlos con una adecuada gestión. El primer peligro es la alteración de su dinámica hidrológica, lo que es frecuente a causa del impacto urbanístico o la extracción excesiva de agua de su superficie o subsuelo. La subida del nivel del mar causada por el cambio climático es otra alteración de la dinámica hidrológica, ya que el agua marina penetra en la desembocadura de los ríos y causa la muerte de árboles y arbustos que dependían del agua dulce; al descomponerse, la masa vegetal genera dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. Son los denominados “bosques fantasma” que cada son vez más comunes en la costa este de los Estados Unidos.
El segundo gran enemigo de los humedales es la eutrofización causada por los nitratos y fosfatos agrícolas, que también pueden originar que emitan gases de efecto invernadero en vez de capturarlos. La mala gestión del territorio agrícola y el abuso de fertilizantes han causado un grave deterioro en los humedales adyacentes a los cultivos, que además suelen acaparar el agua de los acuíferos que están asociados a ellos.
Incluir a los humedales en la categoría de carbono azul es un paso necesario para favorecer su protección, al obligar los estados a incluirlos en los inventarios nacionales de emisiones de gases, y evitando así que queden relegados a un segundo plano en las políticas internacionales como muchos científicos denuncian.
La población que se ha asentado históricamente en zonas de humedales ha desarrollando un rico y diverso patrimonio cultural, una buena parte de cual ha desaparecido pero que aún pervive. Muchas campañas ciudadanas de protección de los humedales incluyen este valor social para salvaguardar a los mejores indicadores de sostenibilidad que tenemos.