Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), existían en 2022 más de 8.580 millones de suscripciones de telefonía móvil en todo el mundo. Es difícil calcular a cuántas personas corresponden, pero seguro que son muchas más que los 4.513 millones que tienen un inodoro seguro en su domicilio.
El retrete, que ha sido durante siglos un elemento irremplazable para la higiene personal y la salud de las comunidades, sigue siendo inaccesible para más de 411 millones en todo el planeta. Es una de las instalaciones que con mayor claridad determinan la división entre el mundo desarrollado, económicamente fuerte, y el más pobre.
Desde que, hace unos 10.000 años, los Homo sapiens desarrollaron la agricultura y se fueron volviendo sedentarios, el retrete ha estado ligado a la evolución de las civilizaciones; ha sido un signo evidente de estatus social que se ha desarrollado directamente ligado a las fosas sépticas y alcantarillas que permitieron a las primeras grandes ciudades (Babilonia, Mohenjo-Daro, Roma…) sobrevivir a las epidemias y gobernar el mundo.
Cuando Louis Pasteur descubrió que los microorganismos presentes en el agua fecal desencadenaban las enfermedades infecciosas como el cólera o la fiebre tifoidea, evitar que las personas entraran en contacto con sus heces se convirtió en uno de los paradigmas de la salud pública para el mundo desarrollado que emergió tras la Segunda Revolución Industrial. Pero el sur colonizado quedó muy atrás.
Definiciones para entender el contexto
No fue hasta la década de 1970, cuando la OMS comenzó a abordar el tema de la falta de saneamiento básico en las regiones más pobres y a hacer planes para que el retrete seguro, que ya estaba totalmente integrado en los baños de los hogares del mundo desarrollado, estuviera al alcance de todos.
La OMS sistematizó un lenguaje para entender el contexto. El “saneamiento gestionado de forma segura” se entiende como el que permite a sus usuarios disponer de una instalación propia que garantice una separación higiénica de los excrementos; es la situación ideal que tienen los 4.513 millones que hemos mencionado. En una escala descendiente, el saneamiento “básico” hace referencia a las instalaciones existentes en cada hogar pero que no permiten la eliminación de los excrementos in situ, ni su transporte al exterior. El “limitado” consiste en el uso de instalaciones seguras pero compartidas entre dos o más hogares; este suele el caso de las letrinas comunitarias en aldeas y barrios marginales de las grandes ciudades.
En la banda inadmisible, la OMS definió el saneamiento “no mejorado” como el que no garantiza la salud; son las letrinas denominadas de fosa simple: un agujero en el suelo, sin plataforma que no permiten al usuario aislarse de sus propios excrementos ni de los de los vecinos. Existen en el mundo 1.761 millones de estas letrinas que no están conectadas a una fosa séptica, por lo que contaminan el entorno con bacterias fecales. En nuestro Manual de construcción de letrinas y pozos, recogemos nuestra experiencia en proyectos de saneamiento. En él verás las especificaciones que se requieren y el porqué para garantizar la salud en las letrinas.
La “defecación al aire libre” se encuentra en el extremo de la deficiencia; además de los que acuden a satisfacer sus necesidades a campos, bosques, cuerpos de agua, playas u otros espacios como cloacas abiertas, existen los que acumulan sus heces en casa, en recipientes, y los expulsan al entorno en cuanto pueden.
En los datos del JMP de UNICEF y la OMS, los que tienen un saneamiento no mejorado son más de 544 millones y los que practicaban la defecación al aire libre alcanzan los 418 millones. Esto significa que, en el mundo, son casi 1.000 millones los que no tienen garantía de salubridad cuando defecan; una de cada ocho personas.
Daños a todos los niveles
Esta situación sigue siendo un lastre para el desarrollo de las comunidades que la sufren. Se hace extensiva a las escuelas, lo que supone un notable freno a la escolarización, especialmente de las niñas y adolescentes quienes, además de la salubridad, necesitan privacidad y seguridad. Por otra parte, intensifica la estratificación social en muchas culturas, donde los más pobres y las mujeres son los encargados de la limpieza de las letrinas más inmundas, la mayor parte de las veces en condiciones de explotación, y entorpece el desarrollo de la sanidad pública, como se ha podido ver en la reciente pandemia de la covid-19.
A una escala ecosistémica, la falta de letrinas adecuadas, no conectadas a ningún sistema de saneamiento, está directamente relacionada con la contaminación de los cuerpos de agua. Según la OMS y UNICEF, por lo menos 2.000 millones de personas utilizan una fuente de agua potable contaminada con heces, por lo que corren riesgo de contraer cólera, disentería, tifus y poliomielitis. Cada año se estima que más de 340.000 niños y niñas mueren a causa de la diarrea y se producen de 1,3 a 4 millones de casos de cólera en 69 países; ambas son enfermedades que siguen afectando de forma desproporcionada a los más pobres y vulnerables.
La falta de instalaciones de lavado de manos incorporadas en las letrinas contribuye a la propagación de estas infecciones y agrava las consecuencias de la contaminación de las aguas. Por otra parte, el cambio climático ya ha empezado a influir en la propagación y las consecuencias de las enfermedades transmitidas por el agua.
¿Qué hay que hacer para acelerar?
Tenemos un problema grave que socava los derechos humanos, el desarrollo y la dignidad de millones de personas en el mundo. El lema del próximo Día Mundial del Retrete es “Acelerar el Cambio”; según la ONU será necesario cuadruplicar el ritmo de progreso actual. Sí, hay que hacerlo pues vamos con mucho retraso si queremos ya no alcanzar (algo ya altamente improbable) sino tan solo aproximarnos a la consecución del ODS 6, que como vemos está directamente relacionado con el ODS 3 (Salud y bienestar), el ODS 4 (educación de calidad) y el ODS 5 (igualdad de género).
La evolución es lenta pues son muchos los factores socioeconómicos y culturales que intervienen. En nuestros proyectos de saneamiento hemos ayudado a más de un millón de personas en 14 países, entre las que se encuentran unos 180.000 escolares. Este trabajo de 12 años nos ha proporcionado un vasto conocimiento de los problemas de implementación del adecuado saneamiento y las prácticas higiénicas, y asumimos el reclamo de la ONU: es preciso acelerar, sobre todo cuando la crisis medioambiental y climática nos está dibujando un escenario de crecientes dificultades sanitarias.
Los planes presupuestados relacionados con el cumplimiento del ODS 6 no están todavía totalmente financiados. Existe también una endémica falta de datos de calidad sobre los indicadores de las diferentes metas que proporcionen un conocimiento sociocultural más exacto. La mayoría de los que les falta saneamiento están localizados por su teléfono móvil, pero no como damnificados por la falta de agua y saneamiento. Es una paradoja que debe acabar.