El clima es consecuencia del ciclo del agua, y determina la forma en que ésta se distribuye por la Tierra y sus efectos sobre sus habitantes. En la COP 28, se puso énfasis en la dimensión humana del cambio climático; en cómo las personas se ven afectadas y cómo van a tener que relacionarse con el agua en la adaptación a una situación cargada de incertidumbre.
Atender a las necesidades humanas para evitar los conflictos
El 3 de diciembre, el primer ciclo temático que se desarrolló en Dubái giró en torno a la estrecha relación del calentamiento global con la salud, la guerra y la paz. Por primera vez en una COP se abordó una de las cuestiones que más preocupan: la poca preparación global para cubrir las necesidades de los más vulnerables a los conflictos y catástrofes provocados por el cambio climático.
En este contexto, la Declaración sobre el Clima, el Socorro, la Recuperación y la Paz, respaldada por 70 países y 39 organizaciones, asume que se debe incrementar la financiación para satisfacer las necesidades de los países con menos recursos. El documento expresa la necesidad de poner el foco allí donde “la fragilidad y los conflictos aumentan la vulnerabilidad y la exposición de las personas a los riesgos climáticos e impiden la capacidad de afrontamiento y las opciones de adaptación”.
El agua une, y es urgente que lo hagamos
En ese día, simultáneamente a la redacción del histórico documento, desde la Fundación We Are Water organizamos, conjuntamente con el Consejo Musulmán de Ancianos, la University for Peace, UNITAR y la Cátedra UNESCO de la Universidad Abat Oliba, la mesa redonda Cambio climático, agua y paz. Lo hicimos en colaboración con la Global Hope Network International, el Congreso Judío Mundial, la Universidad Reichman y la Islamic World Educational, Scientific and Cultural Organization.
El evento estuvo moderado por Alex Mejia, director de la Division for People and Social Inclusion de UNITAR, y David Fernández Puyana, embajador y observador permanente de la University for Peace en Ginebra y delegado permanente de la UNESCO en Paris.
El objetivo de la reunión fue destacar que, pese a que los enfrentamientos a causa del agua tienen una larga historia, los recursos de agua dulce motivan diversas formas de cooperación, con sólidas alianzas, en lugar de generar conflictos: el agua puede ser un medio para la paz, y estas alianzas son la mejor herramienta para la adaptación y la resiliencia frente al cambio climático.
Adama Dieng, consejero del Consejo Musulmán de Ancianos destacó lo crucial de asumir esta filosofía y afrontar el problema con urgencia: “En esta COP tenemos que obtener un compromiso renovado para que las comunidades locales se sensibilicen y que cada gobierno e institución asuman el problema seriamente. Se lo debemos a las futuras generaciones, no para la nuestra, pues el efecto del cambio climático es irreversible. Si no actuamos ahora, en 20 años será definitivamente tarde para evitar lo peor”.
La fe define valores y alienta la coexistencia
El debate se desarrolló en el Pabellón de la Fe, un espacio concebido para reflejar la importancia de tener en cuenta que las religiones, las creencias de las personas, son una realidad que está presente en la vida de muchas comunidades. Son factores determinantes en la cohesión de las personas y en la definición de sus valores y, por esta razón, deben ser tenidas muy en cuenta a la hora de luchar contra los efectos del cambio climático.
Leon Saltiel, representante de las Naciones Unidas y la UNESCO y del Consejo Judío Mundial, destacó que la fe define valores y alienta la coexistencia entre comunidades. “El medioambiente y el agua son la base de los valores: preservar el planeta, la paz y la prosperidad para las generaciones futuras”, declaró, y abogó por utilizar la profunda significación espiritual del agua: “Es una fuente de vida pero también de purificación, algo muy común en la tradiciones religiosas. Podemos usar la fe como un vehículo para promocionar estos valores y movilizar a personas que de otro modo no serían conscientes y no tendrían una vía para responder a la crisis climática”.
En este sentido, Carlos Garriga, director de la Fundación We Are Water, mostró su satisfacción por la audiencia congregada en el Pabellón de la Fe: “En estos momentos, en los que las cosas parecen tan complicadas, encontrar lugares como éste, con tanta gente de diferentes culturas y creencias intentando encontrar soluciones al problema de la falta de acceso al agua y al saneamiento que está golpeando al mundo, es esperanzador”.
Garriga corroboró la importancia de las creencias religiosas en la cultura de las comunidades y enfatizó que finalmente el acceso al agua es un valor universal transversal que no debería tener ideología ni fronteras.
Trabajar para cooperar
Alrededor de un 40% de la población mundial vive en cuencas hidrográficas transfronterizas y 2.000 millones viven en acuíferos compartidos por más de un país; la cooperación y las alianzas son imprescindibles. Francisco Rojas Aravena, rector de la University for Peace, señaló que sólo un tercio de las cuencas fluviales tienen acuerdos de cooperación y abogó por que éstos se multiplicaran: “Es difícil y ha habido una larga lista de conflictos, pero sabemos que el agua potable ha motivado varias formas de cooperación que ha permitido muchas veces tender lazos entre vecinos incompatibles. El agua puede ser un vehículo para la paz, una vía de acercar más a la gente a nivel nacional y regional”.
El representante de UNITAR y asistente del secretario general de las Naciones Unidas, Nikhil Seth, se refirió a la diferente percepción de los problemas del cambio climático entre los habitantes de diferentes países: “Los escolares suizos están preocupados por el deshielo de los glaciares y el turismo; los de Mozambique se preguntan ¿Mi padre traerá comida a casa?”. Y abogó por la educación para los más jóvenes como una imprescindible vía de solución: “El cambio vendrá a través del aprendizaje y esto sólo será posible con nuestro esfuerzo en la enseñanza y la construcción de capacidades”.
Para Carmen Parra Rodríguez, titular de la Cátedra UNESCO de la Universidad Abat Oliba, se precisa la creación de una plataforma de cooperación internacional dedicada a la gestión sostenible de los recursos hídricos: “Tenemos que desarrollar protocolos de comunicación y coordinación para afrontar de forma rápida y efectiva la crisis climática. El agua es un instrumento de paz y cooperación, y debemos extender esta idea en los foros internacionales con el compromiso de trabajar juntos. Con la gestión del agua no sólo aseguramos un futuro más sostenible, sino que establecemos los fundamentos de una más amplia cooperación en todas las otras áreas”.
La importancia de la cooperación fue uno de los puntos que subrayó el director de la Fundación We Are Water, que la consideró imprescindible tanto a nivel local, como regional o nacional; un espíritu colaborativo que debe implicar el conocimiento profundo de las pequeñas comunidades, de su cultura, creencias e historia como un primer paso fundamental para desarrollar cualquier proyecto de ayuda. Desde los ancianos a los más jóvenes, toda la comunidad ha de estar involucrada: “Deben saber qué soluciones estás aplicando y que la solución cuenta con ellos en la toma de decisiones; sin su involucración no se puede desarrollar un proyecto sostenible. Debes tener en cuenta, sobre todo, a las mujeres, que son las más perjudicadas por la falta de agua e instalaciones de saneamiento adecuadas; ellas son las que deben liderar la gestión. Lo mismo en las escuelas: los niños que adquieren el conocimiento son los que lo transmiten a los adultos a través de sus padres. Y, por supuesto, necesitamos el compromiso de los gobiernos locales y nacionales, que ayudan a impulsar una estrategia para hacer el proyecto sostenible y trasladarlo a todo el país”.
A nivel de estado, el agua, finalmente, une
Las tensiones entre estados a causa del agua están a la orden del día; sin embargo, la realidad es que el diálogo acaba imponiéndose. Un testimonio lo dio la periodista Nuria Tesón, que ha trabajado 15 años en Oriente Medio: el actual conflicto por el caudal del Nilo, que ha llegado a generar fuertes tensiones entre Egipto, Etiopía y Sudán, está impulsando una intensa colaboración: “Hace pocos años muchos se preocupaban por el estallido de una guerra. Ahora podemos decir que se ha avanzado hacia una solución a través del diálogo para conseguir la cooperación, lo que es crucial para la supervivencia de los que viven del agua del río. Etiopía debe tener la oportunidad de proveer de electricidad a su incipiente industria, mientras que a Egipto no le puede faltar agua para la agricultura, y Sudán tiene que poder controlar las inundaciones y también extender su tierra agrícola”.
Ejemplos de cooperación al más alto nivel internacional los dio Daphné Richemond Barak, profesora de la Lauder School of Government, Diplomacy & Strategy, de la Reichman University, quien explicó que la denominada “diplomacia azul”, la que se basa en el agua como vector de seguridad entre los estados, es fuente de cooperación y diálogo. Citó los éxitos habidos en el complicado contexto de Oriente Medio desde 1940 hasta ahora: los diversos acuerdos entre Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Israel, Líbano, Turquía, Iraq, Siria y la Autoridad Palestina; y también citó los acuerdos entre India y Pakistán sobre el agua del Indo: “Estoy convencida de que todos los estados, entienden la importancia del agua como un componente de seguridad, independencia y estabilidad. Muchos países más allá de Oriente Medio pueden aprender mucho y reconducir el agua para crear más bienestar”.
El agua une, más que separa, y esta unión debe ampliarse al máximo. Es uno de los pilares sobre los que el mundo puede superar de una forma justa la crisis climática.