Carbono azul. La vegetación del mar depende del agua de la tierra

Cada día, aproximadamente 100 kilómetros cúbicos de agua dulce se vierten al mar. Atraviesan un cinturón costero de 1,16 millones de kilómetros llenos de vegetación marina. Allí reside buena parte del almacén de “carbono azul” que está en peligro por la contaminación. Es la parte más visible de un problema que nos urge solucionar.”

Los oceanógrafos se lamentan de que sabemos más de la Luna que del mar. Estas últimas décadas nos han demostrado que, a medida vamos desvelando misterios del océano, más nos damos cuenta lo poco sabemos de él, incluso de la parte más visible para nosotros: la línea de la costa, un cinturón de 1,16 millones de kilómetros de agua marina que rodea la tierra firme del planeta.

La UNESCO estima que cada año 36,000 km³ de agua dulce se vierten al mar, lo que sería aproximadamente 100 km³ por día. Es un trasvase constante es una fase del ciclo natural del agua: cuando la proveniente de tierra firme retorna a la masa marina. Es el agua que vierten los ríos y la escorrentía más diversa generada por la lluvia; pero también está el agua generada por las actividades humanas: la residual que viaja por las alcantarillas y la que expulsan los emisores de las depuradoras y desalinizadoras.

Este cinturón azul es pues una zona vulnerable, constantemente expuesta a todo tipo de contaminantes y acciones destructoras. Los científicos claman por detener su deterioro y recuperar su equilibrio ecológico, ya que su importancia es crucial para el equilibrio de la biosfera.

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Cada día, aproximadamente 100 kilómetros cúbicos de agua dulce se vierten al mar.

El carbono azul

La gran noticia científica de la segunda mitad del siglo pasado ha sido el papel crucial que juega la masa oceánica en el equilibrio los ciclos del agua y del carbono, así como la inmensa diversidad que encierra. Recientemente se ha acuñado el término “carbono azul” en referencia al carbono capturado por los ecosistemas oceánicos y costeros.

Junto con los bosques, los océanos son el otro gran pulmón de la Tierra: absorben el 25 % del dióxido de carbono (CO2) y liberan el 50 % del oxígeno (O2), además son un enorme sumidero de carbono: se calcula que contienen 700 gigatoneladas (700.000 millones de toneladas) de carbono orgánico disuelto (DOC, por sus siglas en inglés: Dissolved Organic Carbon), casi la misma que hay en la atmósfera en forma de CO2 (700 gigatoneladas). El ciclo natural del carbono relaciona ambos sumideros de los que depende la evolución del clima: cualquier alteración del carbono del océano repercute en el de la atmósfera y viceversa.

Carbono visible, carbono invisible

Una forma interesante de ayudar a la concienciación sobre el carbono azul es dividir este sumidero en el que podemos “ver” o intuir su presencia fácilmente y el que se mantiene “invisible” a nosotros y sólo sabemos de su existencia por los informes científicos.

En el carbono “invisible” podríamos incluir dos grandes sumideros:

  1. El fitoplancton, que es el principal componente del DOC. Consume el CO2 atmosférico para hacer su fotosí Este carbono queda así “fijado” en el océano por las células del fitoplancton y sus desechos, y no regresa a la atmósfera.
  2. Las macroalgas, como las kelps y sargazos, que pueden formar extensos bosques submarinos. Aunque no son estrictamente “invisibles”, su ubicación en el fondo marino las hace menos visibles que la vegetación costera. También capturan CO₂ a través de la fotosí

El carbono marino “visible” lo constituiría la vegetación costera, constituida principalmente por:

  1. Los manglares, árboles y arbustos que crecen en zonas intermareales de las regiones tropicales y subtropicales. Son extremadamente eficientes en la captura y almacenamiento de carbono debido a sus complejas raíces, además del almacenamiento de carbono en los sedimentos.
  2. Las praderas marinas, como la posidonia, que se encuentran en aguas someras de todo el mundo. Capturan carbono a través de la fotosíntesis y lo almacenan tanto en su biomasa como en los sedimentos que se acumulan en sus raí
  3. Las marismas, zonas costeras que se inundan regularmente por mareas. Su vegetación captura carbono a través de la fotosíntesis y lo almacenan en los sedimentos.
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Mapa de las reservas mundiales de carbono azul (en millones de toneladas de carbono). Los colores amarillo y verde representan cantidades más bajas de potencial de almacenamiento de carbono azul y los azules indican cantidades más altas. Puede verse que Estados Unidos, México, Australia, e Indonesia con un alto potencial de almacenamiento © Bertram et al. (2021)

El carbono azul es más visible que invisible

Estas últimas décadas, los oceanógrafos nos han aportado abundante información sobre el carbono azul. Los más significativo es que el cinturón “visible” de los manglares, las praderas y las marismas cercanas a la costa, aunque cubren solamente el 0,5% del océano, contribuyen con más del 50% del carbono total enterrado en sedimentos marinos.

La mala noticia es que pulmón oceánico está enfermo por la contaminación. La National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) confirma que la mayor parte de la contaminación en el océano se origina en la tierra. Según la UNESCO, esta proporción alcanza el 80%, y el plástico constituye una gran parte de esta contaminación: se vierten de ocho a trece millones de toneladas de plástico al océano cada año, la mayor parte de los cuales no son biodegradables.

A este contaminante hay que sumarle los desechos agrícolas, residuos industriales y aguas residuales no tratadas, los cuales son transportados desde la tierra hacia el mar principalmente a través de la escorrentía de los ríos. En este sentido las imágenes de la destrucción de las aguas costeras del barrio nigeriano de Makoko siguen dando la vuelta al mundo como ejemplo de desastre medioambiental.

Una buena síntesis de los problemas de los mares lo podemos encontrar en el Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate, presentado en 2019 por el IPCC, los científicos alertan sobre los problemas más acuciantes de los océanos y muestran tendencias futuras muy preocupantes, de las que aún sabemos muy poco sobre sus consecuencias y qué hacer para frenarlas.

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Las praderas marinas, como la posidonia, capturan carbono a través de la fotosíntesis y lo almacenan tanto en su biomasa como en los sedimentos que se acumulan en sus raíces. © Frédéric Ducarme

El mar ya no puede más

La buena noticia es que, al ser el carbono azul más visible que invisible, estamos en una mejor situación para recuperarlo. En todo el mundo se llevan a acabo proyectos de restauración costera, desde plantaciones de manglares hasta la gestión de flujos de marea. Es crucial priorizar la protección de ecosistemas intactos para prevenir la pérdida de carbono ya secuestrado y abordar las presiones subyacentes como las descargas de aguas residuales y la escorrentía agrícola. Gestionar las interacciones con el fondo marino también es importante, ya que los sedimentos marinos son la mayor reserva de carbono orgánico del planeta, y actividades como la pesca de arrastre y la minería en aguas profundas pueden liberar carbono almacenado.

El deterioro de la salud del mar se ha venido gestando tras la Segunda Revolución Industrial, cuando, a principios del siglo XX, apareció masivamente la industria química. Desde entonces, hasta la década de 1980, hemos persistido en el grave error de creer que el océano tiene una resiliencia infinita ante la explotación y la contaminación, probablemente debido al hecho de que las consecuencias de nuestras acciones quedan ocultas bajo la superficie. Promover y divulgar la idea de pensar en una sola agua, independientemente de si esta es dulce o salada, es un paso necesario para para salvar el océano.