El Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía nos alerta de un fenómeno que se extiende de norte a sur.
Proyectos de la Fundación We Are Water, como la creación de un embalse en Ganjikunta,muestran las buenas prácticas para combatir un proceso que amenaza el acceso al agua y la seguridad alimentaria de millones de personas.
Es preciso distinguir entre desertificación y desertización. Hasta la década de 1970 ambos términos eran prácticamente sinónimos, pero fue en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Desertificación (UNCCD, según las siglas en inglés), de 1977 cuando se definió con precisión el término desertificación: “un proceso de degradación del suelo fértil en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas a causa de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas”. Este concepto distingue la desertificación de la desertización, que es el proceso natural que ha creado los desiertos (p.e, el desierto del Sahara o de Gobi).
Aunque algunas corrientes científicas dudan en diferenciar tan radicalmente desertificación de desertización, es el término “actividades humanas” el que es más significativo y el que nos involucra a todos en el problema. En 1994, la evidencia del avance de la desertificación era tal que la Organización de las Naciones Unidas proclamó el 17 de junio como el Día Mundial de lucha contra la Desertificación y la Sequía con el propósito de concienciar al mundo contra un mal que se propaga de forma paralela al deshielo de los polos y los glaciares. El calentamiento global de la atmósfera – provocado sin duda también por nuestras acciones – es la principal causa, pero también algunas malas prácticas que tenemos que abandonar
Esta pérdida de fertilidad del suelo es el resultado de la destrucción del manto vegetal, de la erosión y de la falta de agua. Además del cambio climático, que puede considerarse también como resultado de la actividad humana, esta degradación del “suelo vivo” es debida generalmente al cultivo intensivo, al pastoreo excesivo o a la deforestación. El cambio climático también provoca en muchas de estas zonas un incremento de las lluvias torrenciales que agravan el problema ya que erosionan la tierra provocando un círculo vicioso: el suelo pierde progresivamente capacidad de retener el agua de la lluvia y filtrarla hacia los acuíferos, por lo que la zona se vuelve cada vez más seca.
En algunos casos, la mala gestión de los recursos hídricos ha causado la degradación de amplias zonas de suelo combinada con la contaminación de las aguas subterráneas, lo que sin duda agrava el problema. Uno de los ejemplos más sobrecogedores de estas malas prácticas es la desaparición del mar de Aral, cuyas consecuencias en el ecosistema y la vida de las personas queda profundamente plasmado en el documental Aral, el mar perdido que Isabel Coixet realizó para la Fundación We Are Water.
La amenaza dibujada
En el siguiente mapa del Departamento de Agricultura estadounidense podemos ver la magnitud de la amenaza mostrada en código de colores.
En rojo, las zonas con más alta vulneribilidad que, como podemos ver rodean los desiertos ya existentes, en gris. La mayor parte de las zonas naranjas, catalogadas como de alta vulnerabilidad, se muestran adyacentes a las rojas; esto es especialmente significativo al sur de la franja del Sahel (principalmente en rojo) y en amplias zonas de Oriente Medio. En África, dos terceras parte del suelo son desiertos o zonas áridas; en Asia existen 1.700 millones de hectáreas de tierras áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Y en Centroamérica y Sudamérica, una cuarta parte de la tierra es desierto o zona árida. Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el 35 % de la superficie de los continentes podía considerarse en 2010 como áreas desérticas.
La amenaza en casa
En este mapa puede verse a la península Ibérica sensiblemente manchada de rojo y naranja. Está acompañada de toda la costa norteafricana y de Oriente Medio, con algunas de Grecia, Sicilia y el sur de Italia. En el siguiente mapa del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente de España podemos ver con mayor detalle las zonas amenazadas.
Vemos que el denominado Arco Mediterráneo español concentra las zonas de mayor riesgo; en algunos casos ya en proceso lento de degradación, como notables áreas en el sureste y sur. En estas zonas existe el mencionado agravante climático, ya que llueve poco y cuando lo hace lo hace mal: la lluvia es estacional y frecuentemente en forma de aguaceros violentos.
La desertificación se puede frenar
Es fácil entender que eliminar nuestras malas prácticas es el principal factor para luchar contra la desertificación. El Objetivo 15 de los Objetivos de Desarrrollo Sostenible (ODM) incide directamente en esta grave amenaza. Procurar un desarrollo agrícola y ganadero sostenible en estas zonas es fundamental. Para ello muchas veces tan sólo hay que recurrir a las prácticas ancestrales que han sido abandonadas, debido a la presión demográfica y a menudo a una mala gestión política que ha permitido que determinados intereses económicos impusieran el monocultivo intensivo que altera el equilibrio ecológico. La reforestación es también fundamental ya que va unida a la retención del manto “vivo” de la tierra y la recuperación de los acuíferos.
Un proyecto que resume y muestra con claridad estas acciones es el que la Fundación We Are Water finalizó en 2011 en Anantapur, el mayor distrito de los 22 que configuran el estado indio de Andhra Pradesh, conjuntamente con la Fundación Vicente Ferrer: la construcción de un embalse en Ganjikunta. Allí, en una zona amenazada por la desertificación y sometida al capricho climático de los monzones, la captación del agua de la lluvia mediante pequeños embalses permite a los campesinos diversificar sus cultivos, asegurarles el agua en las largas épocas de sequía y recuperar los acuíferos por filtración, proporcionando así agua a los pozos de la zona y mejorando la reforestación.
Otro proyecto de la Fundación que muestra cómo articular soluciones en comunidades amenazadas por la degradación del suelo fértil es el de la recuperación del ciclo natural del agua en la Reserva de Bosawas, en Nicaragua. La educación se muestra como uno de los ejes fundamentales de trabajo para la recuperación de las técnicas agrícolas y ganaderas tradicionales y lograr así la sostenibilidad de la actividad económica. Allí, conjuntamente con Educación Sin Fronteras , la Fundación desarrolló y aplicó un programa educativo para la comunidad indígena de los mayangna con el objetivo de poner freno a la deforestación y fomentar además la relación intercultural y los derechos de género.
Se puede luchar contra la desertización, aunque no es tarea fácil. ¡Que el sentirnos amenazados por su cercanía sirva al menos para concienciarnos y apoyar las iniciativas que la combaten!