Marcela vive en Tangay, en una zona rural de Nuevo Chimbote, Perú. Es una madre soltera que cuida de sus nietos. No tiene agua potable en casa, y de eso hace unos 30 años.
Cada día se levanta a las cinco de la mañana y carga con cinco baldes para traer agua del canal. Con esa agua, Marcela cocina, se lava y baña a sus nietos.
A las nueve de la noche, los vecinos llenan un pozo con el agua de una acequia, pero esta agua está contaminada por animales muertos que arrastra el canal de riego. En verano, el agua se vuelve fangosa, de color chocolate, a veces negra o amarilla. Recoge esta agua en tinas: la tiene que dejar reposar 24 horas para que el barro sedimente. Marcela y 300 familias de Tangay beben de ella.
Los habitantes de Tangay representan el 52,4% de los casi tres millones de hogares peruanos del sector rural que carecen de agua y saneamiento.
Maritza vive en Lebrija, Colombia. Agradece que los bomberos le distribuyan agua cada lunes. Esa agua la guarda como un tesoro para cocinar, para beber, pues el bombeo no siempre le llega y a veces está seis días sin ella.
El resto del agua la obtiene de la lluvia, gracias a ella Maritza ha podido mantenerse ella y sus hijos. Se levanta por la noche cuando la lluvia la despierta: tiene que recoger agua. Con esa agua, se puede asear, limpiar la cocina y la casa.
Uno de sus deseos es tener más cubos para poder recoger así más agua. Su otro deseo es que la lluvia siga cayendo y que pueda seguir levantándose a medianoche. Pero el cambio climático, que ha causado la sequía en Lebrija, la amenaza a ella y al resto de habitantes de la población.
Marcela y Maritza no pierden su fuerza y asumen su lucha constante y desapercibida en pos del agua. Son ejemplos impresionantes de resiliencia y dignidad, pero también de una injusticia que no podemos aceptar. #NoWalking4Water, difunde la campaña siempre que puedas.