Agricultura regenerativa: devolver la vida al suelo

Un suelo sano es el mejor aliado para combatir la crisis climática y la inseguridad alimentaria. La agricultura regenerativa, unida a la adecuada gestión del agua, permite revertir el alarmante deterioro de las tierras agrícolas en todo el mundo. Es un elemento clave en la lucha contra la desertificación y en el empoderamiento de los agricultores más pobres.

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“El suelo es el único material mágico que convierte la muerte en vida”. El filósofo indio Sadhguru, uno de los fundadores del movimiento Salvemos el Suelo, trata de concienciar al mundo sobre la importancia de un cambio de enfoque en los problemas medioambientales: detener la degradación del suelo, una medida urgente e indispensable para ayudar a mitigar la sequía, los incendios forestales y preservar el manto vegetal de la Tierra. El movimiento, que cuenta con el apoyo y participación de las Naciones Unidas y múltiples asociaciones y centros de investigación científica, tiene como principal objetivo impulsar cambios en las políticas nacionales de 193 países para aumentar y mantener el contenido orgánico de los suelos.

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Un suelo sano es el mejor aliado para combatir la crisis climática y la inseguridad alimentaria. © Jan Kopriva-unsplash

Más de la mitad de las tierras agrícolas están degradadas

Según la FAO, aproximadamente el 33% de las tierras del mundo están sufriendo la erosión, la contaminación y la urbanización, y más del 50% de la superficie agrícola ha perdido su equilibrio ecológico por la acción humana.

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Detener la degradación del suelo, una medida urgente e indispensable para ayudar a mitigar la sequía. © Abhishek-Pawar-unsplash

Esta es una evidencia que frecuentemente se olvida en los debates sobre la crisis climática: el suelo es la base en la que se desarrollan nuestros recursos alimentarios; es el elemento que sustenta el manto vegetal de la Tierra, configura el paisaje y proporciona la más infalible información climática. Los satélites artificiales, por ejemplo, clasifican el clima de una región en función del aspecto del suelo y las medidas que obtienen del agua en su interior. Las tierras son hiperáridas, áridas, semiáridas, subhúmedas o húmedas en función de la evotranspiración (la pérdida de humedad por evaporación y transpiración de la vegetación) y la pluviosidad que reciben, y cada una de estas calificaciones caracteriza un tipo de clima.

En el suelo las plantas revierten la entropía

Estos últimos años estamos aprendiendo muy deprisa el lenguaje del suelo. A éste sólo le basta el agua para realizar uno de los aspectos que caracterizan la vida: la creación de orden a partir del desorden, lo opuesto a la entropía, que aumenta en el universo en función del tiempo.

Nuestro organismo es un ejemplo de cómo de la desordenada ingesta de nutrientes (proteínas, azúcares, grasas, minerales, agua…) generamos una estructura organizada de células, tejidos, órganos y sistemas. Las plantas hacen lo mismo: absorben por las raíces un sinfín de elementos químicos como el nitrógeno, el fósforo y minerales que existen desordenados en el suelo, y producen con ellos la clorofila y las moléculas para la fotosíntesis, que es el proceso bioquímico por el que, mediante luz solar, CO2 y agua, la planta crece. Es un proceso esencial que configura el medioambiente terrestre tal como lo conocemos.

En general, el equilibrio de nutrientes en el suelo se mantiene gracias a una compleja red de interacciones biológicas y procesos químicos. Si esta red se altera, el manto vegetal sufre sus consecuencias: la fotosíntesis disminuye, las plantas crecen menos y se vuelven vulnerables a la acción de microorganismos e insectos. Todo el ecosistema acaba siendo afectado.

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La agricultura intensiva y mal gestionada está pasando factura. Prácticas como el monocultivo, el uso excesivo de fertilizantes y pesticidas, y riego mal gestionado, están empobreciendo los terrenos de cultivo. © Loren-King-unsplash

Los científicos alertan de que los procesos de fotosíntesis en la Tierra están siendo peligrosamente alterados. Sol no falta, ni faltará en varios miles de millones de años, pero la agricultura intensiva y mal gestionada está pasando factura. Prácticas como el monocultivo, el uso excesivo de fertilizantes y pesticidas, y riego mal gestionado, además de contaminar y sobreexplotar el agua, están empobreciendo los terrenos de cultivo.

Según la FAO, la producción mundial de fertilizantes fosfatados y nitrogenados aumentó, de 51 millones de toneladas en 1961, a 187 millones en 2019. En la actualidad las tierras agrícolas reciben anualmente cerca de 115 millones de toneladas de fertilizantes nitrogenados inorgánicos. Por lo que respecta a los plaguicidas químicos, más de 4,6 millones de toneladas de estos productos se vierten al medioambiente cada año. Y el impacto en el suelo es nefasto.

Una esponja que debe seguir funcionando

Una de las características físicas claves en la relación del suelo con el agua es la esponjosidad. El suelo reseco deja de ser esponjoso y se vuelve incapaz de retener el agua, lo que desencadena un círculo vicioso de pérdida de nutrientes. El cambio climático, allí donde se manifiesta con sequías persistentes, es un factor que acelera la degradación cuanto más debilitado está el suelo. Varios estudios señalan que, cuando deja de ser esponjoso, el suelo se endurece y se vuelve vulnerable a la erosión. La desertificación es el siguiente paso.

Las sequías ponen en evidencia la estrecha relación entre el suelo y el agua. Según la FAO, los cultivos de secano son los que más hay que tener en cuenta desde la perspectiva de la seguridad alimentaria mundial, ya que representan el 80 % de la producción agrícola de la mayor parte de los países subtropicales, que son los más afectados por las sequías de la crisis climática. Otro enemigo del suelo es el regadío mal gestionado, que lleva a la sobreexplotación de los acuíferos y humedales en periodos de escasez, provocando alteraciones geológicas, muchas veces irreversibles, en estos sistemas.

La agricultura regenerativa, la mejor herramienta

Los científicos claman por que entendamos la importancia del suelo en la gestión del medioambiente. Abandonar el monocultivo y frenar el uso de fertilizantes y pesticidas está en todas las propuestas de solución; la denominada “agricultura regenerativa”, se plantea científicamente como el modelo a seguir. Su principal objetivo es recuperar la fertilidad del suelo sin productos químicos de síntesis, fomentando la rotación de los cultivos y optando por especies vegetales autóctonas, de forma que su ecosistema vuelva a equilibrarse y el terreno recupere la esponjosidad.

Los suelos regenerados adquieren así mucha más capacidad para retener agua. Son además importantes sumideros de carbono al recuperar la vida orgánica en su interior. Pero lo más importante es que, al cabo de un tiempo, proporcionan mayores ganancias en la producción. Uno de los objetivos de Salvemos el Suelo es divulgar entre los gobiernos y empresas agrícolas este aspecto económico.

La dificultad para conseguirlo es la inversión que se precisa para superar los tres o cuatro años necesarios para que un suelo regenerado alcance esta productividad. La visión cortoplacista, reforzada por los incentivos a la producción, está extendida tanto entre los países desarrollados como en los de economías emergentes, dificultando el cambio de modelo necesario. También la presión de la industria agraria intensiva (soja, palma, cacahuete, caucho, etc.) es un lastre; sin embargo, la cada vez mayor tendencia al consumo de alimentos provenientes de la agricultura ecológica y de proximidad es un incentivo emergente en el sector agrícola.

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Además de frenar la agricultura intensivista, se hace necesario recuperar las prácticas ancestrales de cultivo. Éste fue el principal objetivo de uno de nuestros primeros proyectos en Nicaragua, en el que colaboramos en la implementación de un plan de educación en técnicas agrícolas y ganaderas sostenibles en la Reserva de Bosawas, para recuperar el ciclo natural del agua. Estas técnicas son las tradicionales de la comunidad indígena de los mayangna y han permitido frenar la deforestación y fomentar la relación intercultural.

Otra herramienta adicional es la captación de agua de lluvia de las estaciones húmedas mediante pequeños embalses autogestionados por las comunidades campesinas. La experiencia de los cuatro embalses que hemos ayudado a construir en el estado indio de Andra Pradesh demuestran como, al cabo de un periodo relativamente corto de tiempo, el suelo recupera su humedad y se frena la deforestación. Los pozos vuelven a llenarse y los agricultores pueden diversificar sus plantaciones, erradicando definitivamente el nefasto monocultivo.

En India también hemos comprobado la necesidad de modificar los sistemas de riego por el eficiente goteo cercano a la raíz de la planta. Este sistema, impulsado además por placas solares, permite ahorrar energía y agua frenando el agotamiento de los acuíferos, que es una de las prioridades más urgentes en India, el mayor extractor de agua subterránea del mundo.

Un suelo sano es el mejor aliado para combatir la crisis climática y la inseguridad alimentaria. La agricultura regenerativa, unida a la adecuada gestión del agua, es la mejor herramienta para conseguirlo. Es un elemento clave en la lucha contra la desertificación y en el empoderamiento de los agricultores más pobres.