©Carlos Garriga/ Fundación We Are Water
“Muchos de los edificios están agrietados y se han derrumbado. La mayoría de la gente construye refugios improvisados en las colinas, lejos del agua, porque les aterroriza otro tsunami. Mucha gente está hambrienta. El agua potable es una gran necesidad porque los conductos de agua están rotos. Los hospitales están dañados y el personal médico tiene que prestar servicios fuera”. Estas palabras de Radika Pinto, responsable de World Vision en Célebes, describen una situación que se repite cuando un desastre natural azota una zona pobre..
Verano nefasto en Indonesia
Ocurrió el 28 de septiembre en la provincia indonesia de Célebes Central, cuando un terremoto de 7,4 en la escala de Richter sacudió Palu, Mamuju y Donggala. El seísmo y el tsunami que se desencadenó a continuación con olas de entre tres y cinco metros que penetraron en tierra firme causaron más de 2.250 muertos (a 23 de octubre, según el Indonesian National Board for Disaster Management).
© Carlos Garriga/ Fundación We Are Water
El desastre superó en víctimas y daños al terremoto que había azotado dos meses antes en la costa septentrional de la isla de Lombok, situada en la provincia de las Islas menores de la Sonda occidentales. Allí, el 29 de julio de 2018, un terremoto de magnitud 6,4 en la escala de Richter azotó la costa septentrional de la isla. Siete días más tarde, cuando la comunidad y los equipos de ayuda estaban en plenas labores de emergencia, otro seísmo de magnitud 7 sacudió la isla; y de nuevo, el 19 de agosto, otro terremoto de magnitud 6,5 se cebó de nuevo en la asolada Lombok. La población, experimentó con terror más de 1.000 réplicas que se produjeron durante los siguientes 10 días. Todo ello causó más de 500 víctimas mortales y de 1.500 heridos y provocó que 396.032 personas tuvieran que abandonar sus hogares.
Indonesia es uno de los países más pobres y con mayores problemas de acceso al agua y al saneamiento del denominado Cinturón de Fuego del Pacífico, una zona que concentra una intensa actividad sísmica y volcánica. La historia de Indonesia se caracteriza por la repetición de esto tipo de desastres. En la memoria de todos está el terrible terremoto y tsunami con olas que llegaron a los 30 m que, en 2004, provocó la muerte de 168.000 indonesios y otras 55.000 personas en los países costeros del océano Índico (desastre que inspiró la película Lo imposible de Juan Antonio Bayona). En 2006, casi 6.000 personas fallecieron en un violento seísmo que golpeó la isla de Java.
Agua, saneamiento e higiene, las bases de la resiliencia
© Erik de Castro – Reuters
Cada desastre de este tipo añade gasolina al fuego de la pobreza. En la Fundación We Are Water lo hemos comprobado en los todos los proyectos de ayuda que hemos desarrollado tras estas catástrofes, como las de Filipinas y Nepal. En todas ellas, la respuesta inmediata de emergencia es procurar el acceso al agua y restituir el saneamiento. Este es el punto de partida para satisfacer las necesidades humanas críticas y desarrollar planes de recuperación y hacer que la comunidad afectada consiga la resiliencia.
En todos los casos ha sido preciso actuar frente a la emergencia e inmediatamente ayudar a la recuperación. En el caso del tifón Haiyan la ayuda de emergencia consistió en algo tan imprescindible como distribuir bidones y pastillas potabilizadoras para recoger agua y poderla beber; en la ayuda para la recuperación fue fundamental la rehabilitación de los sistemas de acceso y saneamiento para que la población dejase de proveerse de agua contaminada. En el terremoto que asoló Nepal, primero se ayudó con la distribución de bidones para conseguir que las familias pudieran de pudieran proveerse de 4 litros de agua por persona y día; inmediatamente fue preciso el envío de material para reconstruir las instalaciones de saneamiento.
© World Vision
Tras los desastres de Indonesia, la Fundación ha colaborado en dos proyectos con World Vision para proporcionar ayuda en Célebes Central y en Lombok. En el primer desastre, en Célebes, se estimaba en octubre que eran más de 2.400.000 las personas afectadas en 839 localidades de Célebes Central y 95 de Célebes Occidental.
En esta zona se ha hecho especial hincapié en restaurar el mantenimiento autónomo de la higiene, una necesidad humana vital que siempre queda agravada tras una catástrofe natural. Desde el pasado octubre la Fundación colabora en el reparto de 105 kits de higiene familiar y otros tantos de higiene infantil a las familias y niños más pobres y dependientes de las comunidades dañadas por el terremoto, y que se encuentran en una situación de máxima vulnerabilidad ante las infecciones.
En Lombok, el gran número de desplazados que han perdido sus hogares, la falta de asistencia médica suficiente y los daños en las infraestructuras desencadenaron diversas enfermedades infecciosas y diarreicas. Todo ello en una zona extremadamente pobre donde las familias trabajan en la agricultura de subsistencia como única fuente de ingresos, siendo muy dependientes de las erráticas lluvias para alimentarse.
© Carlos Garriga/ Fundación We Are Water
Una vez finalizada la fase de emergencia, a finales de agosto, la Fundación inició un proyecto con World Vision para proporcionar las infraestructuras de acceso al agua y saneamiento a los desplazados. La ayuda se centra en la construcción de fuentes de agua públicas con instalación para el lavado de manos debido a que, tras el terremoto, el 58% de ellos han quedado sin acceso a agua segura. También se distribuirán letrinas de emergencia para evitar la defecación al aire libre que, según World Vision, practica el 62% de los desplazados que se encuentran sin ningún tipo de recursos para cubrir sus necesidades básicas.
Al igual que en Célebes, la iniciativa va acompañada con cursos de capacitación para que las comunidades hagan el sus correcto del agua, aseguren la sostenibilidad de las instalaciones y adopten las medidas para una higiene adecuada.
Menos exposición, menos vulnerabilidad, menos riesgo
© Asian Development Bank
La situación vivida en Indonesia obliga a recordar y acelerar la concienciación y las acciones mundiales para reducir la exposición y la vulnerabilidad de millones de personas ante los desastres naturales que, sobre todo los de origen meteorológico, están aumentando con el calentamiento global de la atmósfera, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Exposición y vulnerabilidad son factores son antropogénicos, es decir, provocados por el ser humano, pero su significado es muy distinto. Se puede definir la exposición como la presencia de personas, hogares, edificios, instalaciones de servicios o cualquier bien económico, social o cultural en zonas donde pueden desencadenarse los fenómenos violentos. La vulnerabilidad es la predisposición a que todo ello sea dañado. Exposición y vulnerabilidad configuran los que se denomina el “factor de riesgo”.
Por ejemplo, una instalación de acceso al agua en Indonesia está expuesta a un terremoto, si está en la costa también a un tsunami; si instalación está construida de forma deficiente sus usuarios son vulnerables a la pérdida de acceso al agua en caso de que se desencadena un fenómeno de este tipo. Lo mismo se aplica a los hogares, los cultivos, etc. La vulnerabilidad tiene pues una relación directa con la pobreza: las instalaciones deficientes de agua y saneamiento, las chabolas y el hacinamiento de los tugurios son factores que incrementan la vulnerabilidad frente a cualquier fenómeno violento.
El riesgo de desastre combina exposición y vulnerabilidad. El IPCC lo define como la probabilidad de que una comunidad sufra alteraciones graves en su funcionamiento normal y daños humanos, económicos o ambientales a causa de eventos físicos peligrosos que se dan en condiciones sociales vulnerables. Es otro de los grandes retos que tenemos planteados hacia la consecución de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.