“Si no reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero, no habrá dinero para costear los daños”. A los pocos días de asumir su cargo, el nuevo comisario europeo de Acción Climática, Wopke Hoekstra, resumió con esta declaración la realidad a la que estamos abocados: hay una estrecha correlación entre mitigación y adaptación; si no frenamos el calentamiento, los costes crecientes superarán nuestra capacidad de financiar los recursos para la resiliencia. Es un círculo vicioso perverso.
La COP28 de Dubái llega un momento en que la sociedad esta harta de palabras que siguen inundando los medios de comunicación, mientras los datos climáticos siguen refrendando e incluso superando las alertas que el IPCC ha venido emitiendo repetidamente desde más de 20 años. Según un reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la concentración de gases de efecto invernadero alcanzó un nivel récord en 2022, llegando por primera vez a concentraciones medias globales de CO2 un 50% por encima de las de la era preindustrial.
Mitigación: acabar con la concatenación de fracasos
La comunidad internacional necesita tomar decisiones contundentes y tangibles, pero las reuniones internacionales de este último año no han predispuesto precisamente al optimismo.
La pasada Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Agua generó 689 acuerdos, pero lamentablemente ninguno vinculante. No hay respuestas a cómo vamos a conseguir los 300.000 millones de USD que, según el Banco Mundial, garantizarían la seguridad hídrica planetaria y retornarían cuadruplicados los beneficios de retorno.
Por otra parte, el pasado verano, los ministros de medioambiente y clima del Grupo de los 20 (G20) se reunieron en julio sin avanzar en acuerdos concretos sobre las energías renovables o en cómo aumentar la financiación de la acción climática. Hay que tener en cuenta que el G20, grupo que este año ha integrado a la Unión Africana, es decisivo: representa el 85 % del PIB mundial y genera el 80 % de las emisiones.
En la posterior cumbre de septiembre el grupo acordó acelerar las acciones hacia la descarbonización, triplicando la capacidad mundial de generar energías renovables antes de 2030, proteger y mejorar la naturaleza, salvaguardar los sumideros de carbono y transformar los sistemas alimentarios que representan un tercio de las emisiones; sin embargo, la urgencia de una reforma de la arquitectura financiera internacional, que es fundamental para afrontar tanto la mitigación como la adaptación, quedó en otra declaración de intenciones.
Adaptación: ¿Qué hay del acuerdo de pérdidas y daños?
La última COP27 avanzó la erradicación de las promesas climáticas ambiguas, sin un plan concreto de reducción de gases o sin garantías de medir fiablemente sus resultados. En la COP28 se debe seguir en esta línea y aumentar el nivel de exigencia.
Sin embargo, más allá de la mitigación, la gran asignatura pendiente de la anterior COP27 de Sharm El Sheik es avanzar en el desarrollo del Fondo de Pérdidas y Daños, un concepto que la comunidad internacional arrastra desde la COP21 de París en 2014: los más perjudicados, que son los más pobres y los que menos han contribuido al cambio climático, necesitan ayuda, y ésta tiene que venir mayoritariamente de los países ricos que son los principales responsables del calentamiento atmosférico. Según lo prometido en Sharm El Sheik, el pasado julio se deberían haber tomado medidas concretas para el acuerdo, pero aún no ha sido así.
Wopke Hoekstra y el propio Dr. Sultan Al Jaber, presidente designado de la COP28, han pedido explícitamente concretar este fondo de forma urgente para que los países más vulnerables puedan afrontar los costes de adaptación climática, un factor que nadie niega es fundamental para el equilibrio mundial.
La introducción de semillas resistentes al clima, el desarrollo de tecnologías adecuadas de riego, la monitorización del agua subterránea, la protección de viviendas y cultivos frente a las inundaciones son algunos de los muchos ejemplos de acciones de adaptación cuyo coste es inaccesible para los países en vías de desarrollo. La adaptación también es necesaria para el éxito de la mitigación: la salud medioambiental de las zonas tropicales, en las que se concentra la mayor parte de las economías más pobres, es clave para la captura de carbono y la preservación del ciclo del agua.
Es preciso que la opinión pública entienda qué es la financiación de la acción climática y que ésta es una herramienta fundamental para combatir las hambrunas y frenar las migraciones. Esta pedagogía debe ser también un objetivo subyacente en las reuniones de la COP28.
¿Qué podemos esperar en Dubái?
Las Conferencias de las Partes (COP) llevan celebrándose casi treinta años. Durante este tiempo, mucho ha cambiado la percepción del daño que la acción humana ha causado a la naturaleza. El último documento firmado más relevante fue el Acuerdo de París alcanzado en la COP21 en 2014: un pacto que marcó un antes y un después en el compromiso de limitar el aumento de la temperatura global 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales y activar medidas de adaptación. Sin embargo, las acciones realmente efectivas no han llegado y su urgencia está aumentando exponencialmente.
Para evaluar la evolución de esta última década, la ONU publicó el pasado octubre un informe sobre la evaluación del Acuerdo de París. En su presentación, Simon Stiell, Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático, fue claro al admitir el fracaso: “Esto no es ningún juego. Sabemos que, como comunidad mundial, no estamos en el camino de alcanzar los objetivos a largo plazo del Acuerdo de París y la ventana de oportunidad para lograr un futuro habitable y sostenible se está cerrando rápidamente. Es urgente acelerar”.
A tenor de los datos que emite la OMM, muchos científicos se preguntan si todavía es realista mantener la frontera de los 1,5 ºC. El Dr. Sultan Al Jaber es optimista: “Debemos actuar con ambición y urgencia para reducir las emisiones en un 43% para 2030. Es por eso que la agenda de la COP28 está centrada en acelerar una transición energética justa y bien gestionada que no deje a nadie atrás, solucionar el financiamiento climático, centrarse en la vida y los medios de subsistencia de las personas y respaldar todo con total inclusión. Se puede lograr y al mismo tiempo crear un crecimiento sostenible para todos, pero debemos urgentemente unirnos como nunca para pasar de la ambición a la acción y de la retórica a los resultados reales”.
En efecto, situar a las personas, las vidas y los medios de subsistencia en el centro de la acción climática responde a una retórica cansina. La humanidad afronta una crisis de la que no hay antecedentes y sobran palabras. Los expertos señalan que, como siempre, las dificultades recaerán en el dinero. Es preciso establecer un nuevo marco financiero que permita responder a la triple pregunta ¿Quién paga qué y cómo?. La COP 28 es quizá la conferencia internacional de mayores consecuencias para cada uno de los que habitamos ahora la Tierra. Nunca la generosidad de los que más tienen puede salvar más vidas.