“La comunicación climática tiene que conectar con las personas a nivel de valores y emociones, con la finalidad ineludible de apoyar un cambio que nos lleve a la acción efectiva”. Es la conclusión de un reciente estudio de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Constanza, Alemania [N para la T: University of Applied Science in Konstanz], que analiza el trabajo divulgativo sobre el cambio climático realizado hasta ahora. Su finalidad es establecer una guía de comunicación efectiva que lleve a movilizar a la sociedad para una participación activa en mitigación y adaptación.
La información científica no basta
Uno de los pilares del método científico, además de la objetividad y la admisión de la dialéctica, es su inteligibilidad para la sociedad; dicho de otro modo: que el conocimiento sea comprensible y permita generar soluciones prácticas para las personas. Este es uno de los problemas de comunicación más evidentes para la ciencia desde el siglo XVII: las personas, en general, tienen tendencia a no escuchar con interés reflexivo la información de los científicos, ni evalúan los costes ni los beneficios de las conclusiones a la que estos llegan.
Como consecuencia, la información científica, por sí sola, no modelalas actitudes sociales,aunque se divulgue clara y ampliamente. El caso de la climatología actual es un ejemplo: casi todo el mundo sabe cómo los gases de efecto invernadero causan el calentamiento global, y también por qué mecanismos los fertilizantes y pesticidas contaminan el agua de ríos y acuíferos, pero este conocimiento, por más bien que se transmita, no basta para movilizar a una acción efectiva.
¿Cómo transmitir sensibilización?
Preocupar es fácil, de hecho la inmensa mayoría de los habitantes del planeta estamos ahora preocupados por el cambio climático, pero concienciar y hacer reflexionar es más difícil. La saturación y superficialidad informativa de la era digital y los manifiestos intereses económicos que distorsionan los hechos probados científicamente crean un contexto poco favorable a la reflexión pausada.
Por otra parte, el negacionismo clásico – el que niega las evidencias científicas – retrocede, pero está mutando peligrosamente a otro tipo de escepticismo: el que niega la validez de las soluciones, devalúa la acción individual y retrasa la adopción de soluciones. Esta actitud, generalmente fruto de la manipulación, ha adquirido notable relevancia en las redes sociales y en algunos medios de comunicación. Desconsidera la urgencia de la acción y revaloriza la confianza ciega en la tecnología como la herramienta decisiva que solucionará todos los problemas.
Entre los redactores del informe de la universidad alemana se encuentra el ambientalista y divulgador climático George Marshall, fundador del Climate Outreach, quien define esta tendencia de quitarle urgencia a la acción como “empujar el problema hacia el futuro”. Se induce a pensar que los problemas climáticos de ahora son puntuales y que son las próximas generaciones las que se enfrentarán eficazmente a ellos pues dispondrán de medios más avanzados y habrán desarrollado tecnologías de producción no contaminantes que, por ejemplo, serán capaces también de absorber el CO2, limpiar los océanos y desarrollar cultivos que no necesiten agua.
Marshall entra de lleno en la percepción psicológica del clima, un factor crucial que explica una actitud paradójica entre algunos de los que sufren las consecuencias de los desastres: una tendencia a evitar pensar que el fenómeno se pueda repetir en el futuro. La cuestión clave para Marshall y sus colegas es llegar a los corazones y las mentes de las personas sin alarmismos apocalípticos que generan confusión y rechazo.
¿Cómo hacerlo? Las conclusiones del informe abogan por una información seria y bien documentada que sea capaz de “llevar el clima a los hogares”, mostrando situaciones y referencias comprensibles, con imágenes y relatos que refuercen la percepción que tiene la gente del cambio climático en la temperatura, la pluviosidad y los fenómenos meteorológicos anómalos. El objetivo es lograr sensibilizar a las personas haciéndolas participar emocionalmente en cómo su vida cotidiana está relacionada con el entorno y el clima.
El poder concienciador del agua
En el mundo del agua, esta estrategia ha demostrado su efectividad en las crisis de estrés hídrico que se acumulan cada vez con mayor frecuencia. El acertado lema del Día Mundial del Agua de este año, “hacer visible lo invisible”, aunque hacía referencia directa a los acuíferos, es aplicable a cualquier acción de comunicación acerca de las crisis hídricas. En nuestros hogares, tras los grifos, el inodoro y los electrodomésticos hay un universo medioambiental del que dependemos y que alteramos cada día. Toda actividad humana, ya sea doméstica, agrícola o industrial, forma parte intrínseca del ciclo natural del agua, aunque no se nos muestre de forma explícita.
La cuestión es si en una época de sequía somos capaces de ver el estrés hídrico que provocamos abriendo los grifos de nuestro hogar y relacionarlo con las imágenes de los embalses sin agua y los campos agrietados. La experiencia de la amenaza de restricciones en varias ciudades del mundo demuestra que sí: la población restringe el consumo y se preocupa más por el agua y el saneamiento. Al contrario de la emisión de gases de efecto invernadero, que es un problema que se proyecta en un futuro de décadas, una crisis hídrica se manifiesta de forma inmediata o como máximo al cabo de unos pocos meses, como es el caso de las sequías.
¿Cómo transformar la preocupación en acción?
También otros estudios psicosociales coinciden en que si el descubrimiento de lo invisible va acompañado de una adecuada información científica que conecte con los valores de las personas – y no cabe duda que cualquier ser humano valora la naturaleza – lograremos la predisposición a la acción para preservar el clima y el medioambiente.
Hace casi siete años, en el marco del Día Mundial del Agua 2015, organizamos el taller Social Perceptions of Water and Climate con 23 expertos climáticos e informadores meteorológicos en los medios de comunicación. El reto entonces era transmitir a la población el contenido del AR5, el quinto informe de evaluación del IPCC, prácticamente desconocido por el gran público, que sintetizaba las referencias científicas de la COP 21 que se iba a celebrar al cabo de unos meses en París. Los expertos destacaron la importancia de divulgar los problemas del clima con rigor científico y claridad para combatir un negacionismo que por entonces era más radical: el cambio climático no existía o no era causado por la actividad humana.
Ahora, a las puertas de la COP 27 de Sharm el Sheikh, las cosas han cambiado. La sociedad ya percibe el cambio climático como algo cotidiano y cada vez se confía más de las alertas científicas. El sexto informe del IPCC, el AR6, se ha estudiado en las escuelas y ha sido ampliamente difundido. La preocupación se ha extendido y el clamor por la necesidad de acciones urgentes es evidente.
Tenemos datos que ahora nos permiten crear una nueva ventana a la participación activa de cada individuo. Suponer que las personas comunes son incapaces de entender el conocimiento científico es erróneo y es hora de acabar con esta actitud condescendiente al comunicar ciencia.
El reto de la comunicación de los problemas climáticos actuales pasa por brindar espacios para la interacción. A nivel educativo, los escolares deben participar en ellos e integrarlos en sus materias lectivas, para luego transmitir este conocimiento a sus hogares. Si el resto de la familia dispone de marcos de referencia adecuadamente explicados por los medios de comunicación, “el clima ya ha entrado en casa”. Es la base para “viralizar” los retos climáticos al resto de la sociedad, que debe disponer de foros de debate sosegado con información inteligible y no distorsionada por ningún grupo de presión. Sólo entones podremos transmutar la preocupación en acción.