Uno de los pocos aspectos positivos de la actual crisis climática y medioambiental es que un cada vez mayor sector de la población ha vuelto su mirada hacia el actual sistema económico, y se ha hecho consciente de que, a escala global, existen unas asimetrías geopolíticas que son uno de los principales obstáculos para la plena consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2030.
El modelo de producción lineal – extractivo y externalizador (que obtiene recursos y mano de obra allí donde pueda lograr más beneficios financieros) – está afortunadamente en crisis. Su mutación hacia un sistema circular, cuyo principal objetivo sea no agotar los recursos, usar energías renovables, plantearse los residuos como fuente de valor, y construir resiliencia a través de la diversidad, es una tendencia imparable que se avizora como la única solución a la enorme crisis de sostenibilidad que sufrimos. En este contexto, la tecnología es una herramienta necesaria – aunque no suficiente – para lograr equilibrar la balanza.
El agua no engaña
En el sector del agua, principal perjudicado históricamente por la falta de respeto al medio ambiente, se ven con claridad las consecuencias de este crecimiento asimétrico y desordenado; también se muestra de una forma muy comprensible cuál es el papel que juega y jugará la tecnología en la solución de problemas. Sus cifras son los mejores indicadores de lo que nos falta, de los errores cometidos y de cómo estamos evolucionando hacia los ODS; en concreto hacia el ODS 6 que es la piedra angular de los 16 restantes.
El último informe del Programa Conjunto de Monitoreo publicado por la OMS y Unicef (Progress on drinking water, sanitation and hygiene: Special focus on inequalities, 2000-2017) es una buena base de referencia para monitorear el equilibrio geopolítico y el avance internacional hacia la sostenibilidad.
Los datos, de 2017, con una población estimada en la Tierra de 7.485 millones de habitantes, son prácticamente extrapolables a la actualidad: sólo disponen de acceso seguro al agua unos 5.300 millones de personas; es decir, 2.185 millones no lo tienen. Lo más grave es que de entre estos, 435 millones se abastecen de fuentes sin ningún tipo de tratamiento, siendo 144 millones los que aún usan agua superficial, abasteciéndose directamente de ríos, estanques, etc. El informe arroja otro dato que no sorprende: ocho de cada diez personas sin servicios básicos viven en áreas rurales y casi la mitad vive en los países menos desarrollados.
Respecto al saneamiento, las cifras son más inquietantes, al menos cuantitativamente: 3.400 millones de personas utilizan servicios seguros, mientras que, entre los 4.085 restantes que no lo hacen, persiste la lacra de los 673 millones que aún practican la defecación al aire libre.
Por otra parte, la Unesco afirma que casi el 80 % de las aguas residuales se vierten al medio ambiente sin tratamiento alguno, originando una intolerable carga sanitaria para las zonas más pobres: el agua contaminada provoca unos cinco millones de muertes cada año, de las que se calcula que unas 800.000 son debidas directamente a estos vertidos.
Estas cifras deben hacernos aterrizar en en la realidad y, a partir de ahí, encauzar y monitorear convenientemente la evolución tecnológica para que esté orientada a cerrar las brechas existentes que lastran el desarrollo de los países más desfavorecidos y orienten eficazmente su gobernanza.
Agricultura inteligente: más allá de la eficiencia en el regadío.
Esto es evidente en la agricultura, un sector en el que conciliar las cada vez mayores demandas de agua con disponibilidades cada vez más escasas es uno de los grandes retos de planificación y gobernanza a escala mundial; sobre todo en las zonas con estrés hídrico endémico que son las más amenazadas por la alteración climática.
El riego constituye un 70% de las extracciones mundiales de agua y proporciona hasta el 40% de las calorías alimentarias disponibles en el planeta. Lograr la máxima eficiencia en el riego y la reducción del consumo de agua son dos objetivos totémicos para la humanidad que, sin embargo, no siempre avanzan de forma directamente proporcional.
Un estudio de expertos europeos, norteamericanos y australianos, publicado hace un año en la revista Science, muestra que no siempre las mejoras en la eficiencia en el riego ahorran agua a nivel de cuenca para reasignarla a otras actividades o al medio ambiente, que es lo que convendría para la sostenibilidad general del sistema y la consecución de la seguridad hídrica.
En muchos casos, los subsidios a tecnologías avanzadas de riego incrementan el área regada e intensifican los cultivos, por lo que el volumen total de agua utilizada por los agricultores aumenta en vez de disminuir. El estudio se centra en algunas cuencas de India, Marruecos, EEUU, España y Australia, donde las inversiones en sistemas de riego por goteo y la mejora en las conducciones no han tenido en cuenta adecuadamente sus efectos sobre los flujos de retorno recuperables, los acuíferos y los ríos, que disminuyen en contra de lo previsto.
El estudio concluye que las cuentas físicas del agua deben desarrollarse desde la escala de la granja hasta la escala de la cuenca para hacer transparente “quién obtiene qué y dónde” para apoyar la toma de decisiones en el interés público. Esto requiere la medición o estimación de todas las entradas, consumo de agua, tasas de evaporación, flujos de retorno a sumideros, y niveles freáticos y superficiales. Aquí los dispositivos de teledetección permiten obtener datos exactos para llevar una contabilidad en tiempo real del agua existente en la cuenca, lo que unido a registros pluviométricos, a base de sensores conectados vía satélite, permiten desarrollar algoritmos que usen el big data para controlar el agua a un costo razonable.
Frente a unas previsiones climáticas nada halagüeñas, es preciso dar más facilidades a los gobiernos para asumir el control hidrológico y planificar mejor a largo plazo de los recursos en función de datos reales de la oferta y la demanda. Los sistemas de monitoreo inteligente y el blockchain también deberían permitir diseñar seguros efectivos para ayudar a los agricultores en períodos de sequía, trasladando el riesgo al sector financiero y aliviando a la sociedad.
Todo ello a una escala que pueda ampliarse más allá de la cuenca, a nivel nacional y, mediante las smart water grid, hasta la escala planetaria, que sería lo soñado para garantizar la plena consecución del ODS 6.
¿Cómo implementar estas tecnologías a escala mundial? ¿Es realista plantearse que en al actual estado de desequilibrio geopolítico los países más pobres puedan acceder a las redes inteligentes de agua? Estamos obligados a creer que sí y notables avances en la filosofía de empresas clave en el sector muestran una hoja de ruta esperanzadora. La importancia que adquiere el valor de la responsabilidad social y la adopción de sistemas circulares hacia la sostenibilidad permite plantear una fuente de riqueza propia a los países más perjudicados por los residuos que no tratan. Sin embargo, muchos de estos estados deben erradicar la falta de transparencia en la gobernanza y la corrupción política para atraer los más de 100.000 millones de dólares anuales que el el Banco Mundial estimaba que se necesitaba invertir en 2015 para conseguir las metas 6.1 y 6.2 de acceso al agua y saneamiento del ODS 6 en 2030.
Malgasto y escasez
Esto queda de manifiesto en las dificultades para controlar en los países en desarrollo el malgasto de agua. El Agua No Registrada (ANR) alcanza en todo el mundo más del 40% del agua potable; esto significa unos los 45 millones de m3 diarios, el equivalente a 45.000 piscinas olímpicas; es el agua que se pierde en el proceso de suministro, por fugas, roturas y errores. Es una cantidad que podría abastecer las necesidades de 200 millones de personas. En algunos países africanos y asiáticos, la tasa de ANR llega a superar el 60%. Desde las fuentes a los puntos de consumo, pasando por las potabilizadoras, los sistemas de conducción y las depuradoras, los operadores utilizan y utilizarán aún más datos en tiempo real para optimizar costes y riesgos, avanzando hacia las smart water grid para ahorrar millones de metros cúbicos.
De este modo, en el mundo industrialmente desarrollado, en el que el binomio tecnología / inversión goza de relativa buena salud, la gestión inteligente del agua, unida a los demás recursos se presenta como una herramienta fundamental para garantizar la seguridad hídrica de las comunidades frente al excesivo consumo y malgasto.
Pero la mayor parte de los países más pobres, donde se ubican los 2.185 millones sin acceso seguro al agua y los 4.085 que no usan sistemas adecuados de saneamiento, tienen aquí el problema endémico de la falta de inversión para afrontar costosa regeneración y el desarrollo de sistemas capaces de proporcionar cobertura universal frente al crecimiento urbano, el envejecimiento de las infraestructuras y las peores previsiones de la crisis climática.
El control en el punto de consumo, una herramienta de concienciación
Los 5.300 millones de personas que gozan de acceso seguro al agua y los 3.400 que utilizan servicios seguros de saneamiento viven por lo general en países en los que la tecnología puede ayudar mucho para acabar con la tradicional confusión entre el recurso en sí mismo, un bien público, y el suministro, que es un servicio industrial y por tanto sujeto a variables socioeconómicas y tecnológicas. Esta confusión, debida fundamentalmente a una falta de visibilidad del proceso de suministro y gasto se da tanto a nivel doméstico como empresarial en el ciclo urbano del agua. Mediante el advenimiento de la domótica y el IoT (El Internet de las Cosas), los usuarios domésticos de los países económicamente desarrollados dispondrán a corto plazo de una capacidad de gestión de los servicios contratados, que revertirá sin duda en una mayor concienciación de lo que significa el binomio suministro/gasto y su relación con la seguridad hídrica.
Disponer información transparente e inteligible sobre el suministro permitirá a gobiernos y operadores enfocar el ciclo urbano del agua de forma más inclusiva para los ciudadanos y comunicar así mejor el valor del agua. Los usuarios serán más conscientes de los riesgos, como las roturas, las sequías y la contaminación, y saber cuánta agua se usa o se desperdicia y dónde; un contexto en el que el espinoso tema del precio del agua podrá abordarse con más garantías de consenso.
Sin embargo, para los que viven en los tugurios insalubres de las ciudades emergentes que más crecen, el objetivo primordial es otro: simplemente el acceso al suministro y al saneamiento seguros para acabar con las enfermedades y alcanzar una vida digna.
A estas alturas, nadie niega que alcanzar la Agenda 2030 es difícil. La situación de crisis climática y la falta de consenso político sobre estrategias medioambientales no ayudan (las últimas noticias de EEUU y Brasil, por ejemplo, no son esperanzadoras precisamente). La esperanza radica principalmente en la concienciación de los ciudadanos, que es un valor al alza y que ya se traduce en el florecimiento de iniciativas empresariales que ven en la erradicación de las asimetrías un valor de enorme potencial de crecimiento. Sería conveniente que las instituciones, las empresas y la ciudadanía mundial mantuviera la atención en el mundo del agua tanto como un objetivo imprescindible para la humanidad como un indicador del avance inclusivo del desarrollo tecnológico.