Más allá de obtener beneficios financieros, las empresas son las organizaciones que, mediante procesos de producción, facilitan bienes, servicios y trabajo a las personas. Públicas o privadas, relacionan así directamente a la sociedad civil con la naturaleza que proporciona las materias primas y la energía para lograrlo. Esta relación es la que mueve el mundo, y la responsabilidad social de las empresas – también conocida como RSC (Responsabilidad Social Corporativa) – define y propone una ética para llevarla a cabo. Durante los últimos años, la sostenibilidad ambiental ha entrado de lleno en la RSC, y la pandemia de la covid-19, la peor crisis global que se recuerda, lo ha hecho urgente.
Las empresas son pues las palancas imprescindibles para el cambio. Lo son para garantizar cada uno de los 17 ODS en 2030 y permitir, más allá, avizorar un futuro sostenible ante la incertidumbre que plantea el cambio climático, el deterioro medioambiental y los desequilibrios demográficos.
En los últimos años, el medio ambiente está ganando a pasos de gigante el protagonismo en la actividad empresarial. La pandemia ha dado una nueva perspectiva a la relación entre la salud y naturaleza, y en poco tiempo son ya mayoría las empresas que han tomado conciencia de que no es posible imaginar un mundo en el que bienestar de las personas esté desligado de la preservación del capital natural.
La nueva responsabilidad social en la economía verde
La asunción de la sostenibilidad por parte de los modelos de producción y consumo es una de las características diferenciales de la economía verde, lo que implica la adopción de una socioeconomía colaborativa totalmente integrada en el tejido social al que pertenecen las empresas. En relativamente poco tiempo, y de forma creciente, las corporaciones han pasado a crear vínculos más estrechos con la sociedad civil y a basar en esta unión sus estrategias de crecimiento y su relación con la gobernanza.
Los criterios ASG (Ambientales, Sociales y de Gobierno Corporativo) y la promoción de la ISR (Inversión Socialmente Responsable) se integran ya de forma imparable en las decisiones estratégicas, de gestión y de planificación de la producción. Cada vez son más las empresas que evolucionan en base a que existe una correlación positiva entre la sostenibilidad y la rentabilidad financiera, su solvencia y su prestigio social.
Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), para cubrir los 17 ODS en 2030, el sector público y el privado deben invertir en todo el mundo entre 1,7 y 3,4 billones de euros. Los beneficios de esta enorme inversión apuntan alto: de cumplirse los ODS, se estima que se pueden generar más de 380 millones de puestos de trabajo en todo el planeta. Sin un tejido empresarial plenamente implicado en la sostenibilidad no es posible lograrlo. Esto define ahora el marco planetario de la sostenibilidad: debe ser un activo económico y una filosofía básica en la responsabilidad social corporativa.
El agua, cada vez más protagonista
En esta carrera para mitigar el cambio climático, la reducción de gases de efecto invernadero (GEI) ha sido uno de los objetivos prioritarios, especialmente después de las graves alertas lanzadas desde la COP 21 a finales de 2015, y los contundentes informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) que, al poco tiempo de la cumbre de París, rebajaban de 2ºC a 1,5ºC los límites del calentamiento global atmosférico para evitar las peores consecuencias de la crisis climática.
De este modo, la huella de carbono, el parámetro universalmente usado desde la década de 1990 para evaluar la emisión de gases, se estableció como la referencia clave para desarrollar la sostenibilidad. Durante las últimas décadas, sin embargo, otro índice ha ganado progresivamente protagonismo en la planificación de la sostenibilidad: la huella hídrica, el resultado del cálculo de toda el agua utilizada en la cadena de suministro de un producto o servicio.
La huella hídrica incluye no sólo el agua incorporada a los productos o servicios en sí mismos, sino también la que se ha contaminado, la devuelta a otra cuenca o al mar e incluso la evaporada en todos los procesos. De este modo, la huella hídrica vincula tanto a los consumidores finales, como a las empresas productoras y los comerciantes. En un mundo amenazado por los desequilibrios en el acceso al agua y con serias dudas de que se logre tratar todas las aguas residuales (actualmente sólo el 20 %), considerar la huella hídrica de toda actividad económica se sitúa en el centro de un cambio de paradigma en la gestión de los recursos hídricos y de la sostenibilidad general del planeta.
Y las empresas lo están incorporando. Al igual que con la huella de carbono, las compañías líderes están siendo conscientes de que deben incluir la huella hídrica en sus estrategias y reconocen cada vez más que los enfoques tradicionales para la gestión del agua ya no son suficientes. La evaluación de la huella hídrica de una empresa ofrece una nueva perspectiva para desarrollar una estrategia de agua eficiente, y proporciona una oportunidad para desarrollar la responsabilidad social y fortalecer los vínculos con sus consumidores.
Casos de éxito que ahora son referencia
La preocupación de las empresas por el agua no es reciente. Algunas compañías la manifestaron hacia la década de 1970, cuando los niveles de contaminación y el estrés hídrico se hicieron patentes en el mundo.Unas de éstas empresas que han liderado el cambio hacia la concienciación sobre el agua son las del sector turístico. Durante las últimas décadas, éstas han venido desarrollando la sostenibilidad como una estrategia de crecimiento que, aunque temporalmente truncada por la pandemia, se plantea como un factor clave en la recuperación económica mundial y la consecución de los ODS en 2030. Muchas empresas líderes en el sector han desarrollado un modelo de economía verde a escala idóneo para afrontar el cambio climático y que permite la distribución de la riqueza con ética hacia las personas y el medio ambiente. Esto es posible por el espectacular incremento de potenciales clientes concienciados respecto al medio ambiente y exigentes de destinos de mínimo impacto en el entorno y respetuosos con la cultura del lugar.
Por otra parte, arquitectos, urbanistas y constructores de complejos turísticos se inspiran mutuamente en ideas para lograr edificios de “descarga cero” de agua y autónomos energéticamente. Los operadores turísticos, que estuvieron entre los primeros en la introducción de la huella de carbono en sus productos y servicios, van incorporando la huella hídrica como factor clave en el desarrollo y comunicación de su responsabilidad social.
La gestión del agua es además un valor incalculable como herramienta de creación de la cultura de la sostenibilidad. Un caso ejemplar es iniciativa “Hagamos un trato” (Let’s Make a Deal), impulsada por la Fundación, que fue asumida de forma pionera en 2018 por Diamond Resorts. Fue una experiencia reveladora del factor clave que juega el sector turístico en el reto de la concienciación en el uso del agua: cada destino es capaz de hacerla extensiva a todos los actores, profesionales y huéspedes, quienes se implican en trasladar las buenas prácticas a la vida cotidiana.
Hacia un nuevo concepto de beneficio
Estas experiencias son una muestra de que la sostenibilidad en el uso del agua y la consideración de la huella hídrica deben añadirse a las estrategias empresariales, conjuntamente con el cálculo de la huella de carbono y el resto de factores que definen la sostenibilidad. La huella hídrica permite a las empresas saber dónde y cuándo se utiliza el agua, tanto en la fabricación de sus productos como en las cadenas de suministro. Es otro activo que proporciona beneficios tanto financieros como ambientales y, por supuesto, sociales. Pues permite ahorrar agua, anticipar requisitos administrativos, mejorar la eficiencia, detectar puntos críticos de estrés hídrico o contaminación, y, en consecuencia, fomentar el liderazgo y el valor de la marca entre sus clientes, proveedores y colaboradores.
La covid-19 ha acelerado la necesidad entre las empresas de alcanzar la rentabilidad social, además de la financiera. Es uno de los aspectos positivos del desastre socioeconómico de la pandemia. Con la sostenibilidad, las empresas deben transformar y fortalecer un tejido social frágil, que la pandemia nos ha hecho ver que es más frágil de lo que esperábamos. Las empresas lo harán, pues la transformación se gesta en los ciudadanos que las componen y que son el objeto de su actividad. Y estos están cambiando. Cuanto antes lo hagan, mejor.