En diciembre de 2014, los embalses responsables del abastecimiento de agua de la ciudad brasileña de São Paulo y otras 62 ciudades del interior de su estado, llegaron a mínimos históricos, desencadenando en la gran urbe la peor crisis hídrica de los últimos 84 años. La escasez de suministro afectó directamente a 15 millones de habitantes (las tres cuartas partes de su población) quienes sufrieron restricciones de hasta 12 horas diarias. El regreso de la lluvia alivió el problema.
Cuatro años después, en 2018, cuatro millones de habitantes de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, estuvieron a pocos días de sufrir lo que se anunció como el “día cero”: la absoluta falta de suministro de agua. Extraordinarias medidas de emergencia lo evitaron.
En la actualidad, en el área metropolitana de Barcelona, España, las autoridades están ultimando medidas excepcionales de emergencia para afrontar la falta de agua proveniente de las cuencas de los ríos Llobregat y Ter que abastecen principalmente a una conurbación de más de dos millones de habitantes y que tienen sus reservas de agua embalsada en mínimos nunca vistos.
En los últimos años, crisis similares se han producido en Ciudad de México, El Cairo, y en las ciudades indias de Chennai y Bangalore. Todos estos casos presentan dos factores comunes: un acelerado crecimiento demográfico, con el consiguiente aumento del consumo de agua, y el descenso de la pluviometría en las cuencas de los embalses y acuíferos destinados al suministro. En algunos casos se dieron factores específicos; en Ciudad de México y El Cairo, la falta de inversión en infraestructuras hídricas fue evidente; en Chennai y Bangalore, una deficiente gestión del agua de acuíferos, totalmente dependiente del monzón, fue la causa de una crisis que aún hoy perdura.
La brecha del almacenamiento de agua
Las crisis hídricas habidas en estas ciudades son un buen ejemplo para explicar lo que se denomina “brecha de almacenamiento”: la diferencia entre la cantidad de agua necesaria y la capacidad de almacenamiento operacional (el que permite disponer de agua); es un factor que trasciende el ámbito urbano y se extiende a todos los servicios directos que nos proporciona el agua: el regadío, la obtención de energía y el saneamiento.
Hay dos grandes tipos de almacenamiento de agua dulce: el natural y el que utiliza infraestructuras construidas para tal fin. Los almacenes naturales son los glaciares, la capa de nieve, los ríos, los lagos, los estanques, los humedales, las tierras inundables, la humedad del suelo, los acuíferos y las aguas subterráneas. Los construidos son los embalses, las presas de arena, los canales de drenaje, los pólderes, las presas subterráneas y las denominadas esponjas urbanas, que buscan abordar los problemas de inundaciones y gestión sostenible del agua en el entorno de las ciudades.
Un reciente informe del Banco Mundial alerta de un factor ya detectado hace décadas pero que últimamente ha ido empeorando: la brecha en el almacenamiento de agua está creciendo, ya que el almacenamiento natural está disminuyendo, y la cantidad de almacenamiento construido está envejeciendo más rápido que el ritmo de rehabilitación o nueva construcción. Todo esto ocurre mientras la población mundial, que se ha duplicado en el último medio siglo, genera una demanda de agua en constante aumento.
En los últimos 50 años, el almacenamiento de agua dulce ha disminuido en alrededor de 27 billones de metros cúbicos (m3) debido principalmente al derretimiento del hielo planetario y a la destrucción de humedales y llanuras aluviales. La capa antártica ha perdido seis billones de m3, los glaciares alpinos ocho y el agua subterránea más de seis. Solamente ha aumentado el agua almacenada en las grandes presas, con más de cinco billones de m3, y la de los pequeños embalses, con alrededor de un billón.
Mientras tanto, la necesidad de más almacenamiento ha aumentado debido a los notables cambios de población, que aumentó a 8.000 millones en 2023, y el crecimiento económico de las cinco últimas décadas. La demanda de agua aumenta rápidamente, al mismo tiempo que el cambio climático está haciendo aumentar las sequías.
Hacia un cambio de paradigma
ONU Agua y el Banco Mundial abogan por desarrollar un nuevo paradigma para el almacenamiento de agua que supere los planteamientos localistas y los únicamente centrados en la construcción de infraestructuras, y promueva soluciones que integren el almacenamiento natural. La visión tiene que ser sistémica y abarcar a todos los sectores para una gestión efectiva. La cuestión a resolver es: ¿Qué combinación de inversiones y políticas ofrece el sistema más sólido y resiliente para el almacenamiento a largo plazo?
Es evidente que la primera atención debe recaer en reducir las pérdidas en el transporte. En todo el mundo el agua no registrada (ANR) alcanza más del 40% del agua potable; esto significa unos 45 millones de m3 diarios, el equivalente a 45.000 piscinas olímpicas; es el agua que se pierde por fugas, roturas y errores. Es una cantidad que podría abastecer las necesidades de 200 millones de personas. En algunos países africanos y asiáticos, la tasa de ANR llega a superar el 60%.
Compartir el agua significa que las acciones en una parte pueden afectar a otras. Es el caso del eterno dilema entre el suministro urbano, el agrícola y la salvaguarda del medio ambiente que subyace en cada trasvase entre cuencas. Esto requiere considerar una amplia gama de opciones, comenzando por comprender el sistema de almacenamiento actual y sus capacidades, sobre todo las del almacenamiento natural, que es el que mantiene la salud del medioambiente. Uno de los grandes retos del enfoque integrado es tratar las inundaciones como un “excedente” de agua que puede capturarse y almacenarse para épocas más secas.
La gestión inadecuada del almacenamiento de agua como sistema holístico a menudo conduce a una dependencia excesiva del almacenamiento construido, descuidando los beneficios del almacenamiento natural. Idealmente, si el almacenamiento natural retiene el excedente de agua durante las estaciones secas, el almacenamiento construido debería aprovechar este recurso. Este enfoque no sólo es factible sino que también representa el medio más eficaz para garantizar la seguridad hídrica.