Durante la década de 1880, la emperatriz etíope Taitu Betul y los nobles de la corte solían tomar baños termales en un balneario cercano a la montaña sagrada de Entoto, donde su esposo, el emperador Menelik II, había construido el palacio sede de su gobierno.
En 1887, a instancias de la emperatriz, alrededor del balneario, situado a 2.350 metros de altitud, el emperador fundó la ciudad que su esposa bautizó Adís Abeba, “Flor Nueva” en amárico, la lengua común etíope.
Actualmente, Adís Abeba tiene tres millones de habitantes que, según el banco Mundial, pueden convertirse en más de cinco millones en 2037. El antiguo balneario ha desaparecido y, paradójicamente, el principal problema de la ciudad es la falta de acceso al agua potable.
Ausencia de infraestructuras y alta contaminación
La capital etíope, que es además sede de la Unión Africana y de la Comisión Económica para África de las Naciones Unidas, es la ciudad más alta de África y registra una media anual de precipitaciones de unos 1.150 mm, casi el doble que Barcelona (612 mm), y prácticamente la misma que la ciudad escocesa de Glasgow (1.124 mm).
Esta relativamente alta pluviosidad se debe a la intensidad de las lluvias de julio a septiembre. Pero los chubascos provocan una abundante escorrentía de la que muy poca agua se aprovecha debido la ausencia de las necesarias infraestructuras de almacenamiento. Durante la época de lluvias, las inundaciones que sufren muchos barrios de la ciudad ponen también de manifiesto la mala gestión de los residuos y el mal estado del saneamiento, al propagar las enfermedades relacionadas con el mal estado del agua.
Por otra parte, el 60% de los alimentos que se consumen en la capital se riegan con aguas residuales sin tratar, con lo que las intoxicaciones alimentarias son frecuentes. Según el Banco Mundial, las epidemias por agentes patógenos en el agua de Adís Abeba tienen un coste de tratamiento médico de unos 700.000 dólares al año, sin contar las pérdidas laborales.
Colas para el agua
La norma cotidiana en la mayor parte de los hogares de Adís Abeba es llenar con agua varios recipientes cuando hay servicio de suministro, cosa que en algunos barrios, los más pobres, ocurre cada 15 ó 30 días. En algunas zonas, como muestra el cortometraje, el suministro llega durante el día; en otras entradas la noche, haciendo que las colas de ciudadanos con bidones hayan pasado a formar parte del paisaje nocturno de la ciudad.
Los días sin servicio, los habitantes de los barrios más desabastecidos tienen que ir a buscar el agua en manantiales de las afueras, los más afortunados en borrico, el resto andando. Como es habitual, a las mujeres les toca la peor parte.
Los problemas de la capital se pueden hacer extensivos al resto del país que tiene una pluviosidad media de 848 mm al año. La topografía montañosa de Etiopía y su falta de infraestructuras hace que la capacidad de almacenamiento de agua sea relativamente baja, alrededor del 30 %, en comparación con otros lugares como Australia, país con zonas de alto estrés hídrico (534 mm de media al año) que se acerca al 80 %.
Como puede verse en la proliferación de empresas embotelladoras que muestra el cortometraje, Etiopía es un país relativamente rico en agua. Sus reservas freáticas y el caudal de sus ríos (el 80 % del caudal del Nilo proviene de su tramo etíope) son suficientes para suministrar agua potable a sus 92 millones de habitantes. Es la falta de recursos materiales y humanos adecuados para construir infraestructuras lo que hace que el agua potable falte en gran parte del país. El proyecto desarrollado por la Fundación We Are Water en colaboración con Intermón Oxfam en las regiones de Oromía y las de las Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur, es un ejemplo de las acciones que hacen falta.
No más hambrunas
Etiopía ha conocido ya varias hambrunas en su historia. La más terrible sigue siendo la de 1984, año en el que no llovió durante meses en el norte del país, lo que provocó la muerte de alrededor de un millón de personas y cuyas dramáticas imágenes entraron en los hogares occidentales a través de la televisión.
El verano del pasado año volvió a repetirse otra alerta ante la ausencia de lluvias causada según los climatólogos por el fenómeno de El Niño, y los etíopes se encuentran en proceso de revivir el mismo drama, ya que 42 millones no tienen acceso a una fuente segura de agua y 8.500 niños menores de cinco años mueren al año debido a las enfermedades diarreicas causadas por el agua contaminada. La ONU y las ONG advierten de su vulnerabilidad: no más hambrunas en Etiopía.