¿El agua puede generar paz? Sí, el agua une, aunque hay muchos motivos para pensar lo contrario; pues es también un hecho que el agua también genera conflictos que suelen tener amplia resonancia mediática, lo que provoca que las buenas noticias pasen desapercibidas y se infravaloren. El cambio climático y la evidencia de que la escasez hídrica se multiplica en amplias zonas del mundo son factores que alarman y favorecen la difusión de las desavenencias, lo que aumenta la inquietud sobre si el mundo va a poder resolver las tensiones hídricas que se acumulan.
La ONU señala que las aguas transfronterizas representan el 60% de los flujos de agua dulce del mundo, lo que incluye a 468 acuíferos y 310 cuencas de ríos y lagos. 153 países tienen parte de sus recursos hídricos compartidos con sus vecinos. Esto se traduce en que alrededor de un 40% de la población mundial (unos 3.200 millones de personas) vive en cuencas hidrográficas que dependen también de otros gobiernos. Sin embargo, sólo 24 países informan que tienen acuerdos de cooperación para el acceso al agua que comparten. Queda un largo camino que recorrer.
Los conflictos geopolíticos acaparan la atención
La lucha por el control de los recursos hídricos transfronterizos es un evidente factor de desestabilización. La cooperación y las alianzas son imprescindibles, pero es evidente que no es fácil. En el actual panorama geopolítico tenemos muchos ejemplos de grandes intereses contrapuestos que ponen en peligro el derecho humano al agua y, consecuentemente, anulan su potencial pacificador.
De todos ellos, las tensiones entre Egipto, Sudán y Etiopía, por el agua del Nilo es el que más resonancia ha adquirido. Es una auténtica “guerra fría” desencadenada a raíz de la construcción de la Gran Presa del Renacimiento Etíope, un megaproyecto que ha alterado hidrológicamente el gran río africano y que está obligando a los gobiernos de los tres países al mayor reto de cooperación internacional sobre recursos hídricos que existe actualmente.
Sin embargo, existen otros conflictos de menor transcendencia mediática que llevan más de medio siglo sin resolverse, como la disputa por el agua del río Jordán y su afluente, el Yarmuk, que enfrenta a Israel y sus vecinos del Líbano, Siria y Jordania desde la década de 1940, y que se ha hecho extensivo a los palestinos de la Cisjordania ocupada.
Otro enfrentamiento endémico es la disputa entre India y Pakistán sobre Cachemira, que tiene un factor determinante en el control de los ríos Indo, Jhelum y Chenab, cuyas cuencas están afectadas por el progresivo deshielo de los Himalayas y el aumento de la contaminación, factores que incrementan la tensión aguas abajo.
También tienen difícil solución las reclamaciones de Siria a Turquía sobre el deterioro del río Éufrates, cuya pérdida de caudal a causa de los embalses construidos amenaza la supervivencia de una población devastada por más de una década de guerra.
Pero en algunos casos, los esfuerzos de colaboración ofrecen resultados esperanzadores. La Comisión del Río Mekong, que reúne a los gobiernos de Camboya, Laos, Tailandia y Vietnam, ha redoblado sus esfuerzos para frenar el deterioro del río, de unos 4.350 km y, en consecuencia, salvar su delta que alimenta a más de 21 millones de personas. La comisión está logrando avances significativos entre gobiernos enfrentados históricamente por el agua; el más reciente es la incorporación de China y Birmania con el objetivo de la total gestión integrada del agua de toda la cuenca.
En todos estos enfrentamientos, la presión económica para la obtención de energía hidroeléctrica, la sobreexplotación de los acuíferos para regadío y la contaminación difusa aguas abajo son factores que están en el germen de los conflictos.
Sin embargo, los casos de éxito solidario son realmente importantes y arrojan fundadas esperanzas. En la pasada COP 28 de Dubái, cobró especial relevancia la capacidad del agua para unir por encima de las diferencias culturales y políticas. En la mesa redonda Cambio climático, agua y paz, que organizó la Fundación, representantes de las culturas judaica, musulmana y cristiana demostraron que los puentes que se tienden frente a la crisis climática y la falta de agua son sólidos y permiten hallar y desarrollar más valores de unión que de separación.
A pequeña escala, las soluciones que a veces no vemos
Las tensiones por el agua abundan en las pequeñas comunidades abandonadas. Allí, la disputa por un acuífero o un río puede significar la supervivencia o la muerte. Los datos del JMP de la OMS y UNICEF todavía muestran un contexto de extrema vulnerabilidad. En 2022, más de 2.200 millones de personas todavía vivían sin agua potable gestionada de forma segura, y 115 millones no tenía otra opción que abastecerse de aguas superficiales. El avance es muy lento y la crisis climática no ayuda: aproximadamente la mitad de la población mundial sufre una grave escasez de agua durante al menos parte del año y el 70% de todas las muertes relacionadas con desastres naturales son debidas a inundaciones.
Hablar de paz cuando los pozos se secan no suele ser efectivo. Sin embargo, una vez rescatados del olvido y la invisibilidad, los habitantes de las pequeñas comunidades más perjudicadas demuestran su capacidad para evolucionar hacia un visión colectiva solidaria que es la base de la resiliencia. En todos nuestros proyectos de ayuda lo hemos podido comprobar: con la base de la participación y la transmisión de conocimiento sobre el ciclo del agua y su gestión, las comunidades se hacen conscientes de que la solidaridad y el trabajo conjunto son la mejor garantía para superar las crisis. Es entonces cuando la paz prospera.