La vulnerabilidad de la humanidad respecto el clima dio un giro significativo hacia 9500 – 8500 a.C, cuando llegó la revolución agrícola. En algunas zonas muy concretas del planeta los homo sapiens seleccionaron semillas de cereales y leguminosas, y progresivamente pasaron de ser cazadores-recolectores a cultivadores de la tierra. Con el tiempo domesticaron algunas especies de animales salvajes y se convirtieron en pastores y ganaderos. Estos núcleos de desarrollo basados en la explotación de la tierra comenzaron en China (7000 a.C), luego en Indonesia (6000 a.C.), Centroamérica (4500 a.C.), el norte de los Andes (3500 a.C.) y el valle del Mississippi (2000 a.C.). Donde esto ocurrió nació el sedentarismo y se construyeron aldeas adyacentes a los campos de cultivo. Hombres y mujeres crearon así núcleos de sociedades agrícolas que fueron la cuna de las primeras civilizaciones. Estos primeros asentamientos humanos se desarrollaron creando vínculos de gran dependencia con el agua in situ.
El comienzo de la vulnerabilidad hídrica
Antes de convertirse en sedentarios, los cazadores-recolectores accedían al agua allí donde la había: lagos, ríos, arroyos y manantiales. Si, a causa de una sequía, los arroyos dejaban de fluir, los humanos se trasladaban aguas arriba, o buscaban otras fuentes; y si la sequía persistía, migraban en busca de humedad. La falta de agua les afectaba notablemente, pero no estaban tan atados a su geolocalización como cuando se volvieron sedentarios y tuvieron que regar sus campos y abrevar a su ganado cada día. La historia de la vulnerabilidad hídrica, tal como la entendemos ahora, empieza ahí.
Cuando se desarrollaron las ciudades, las necesidades de acceso al agua aumentaron con la preparación de alimentos y la incipiente higiene personal. Cuando las ciudades empezaron a crecer, el saneamiento exigió la presencia de agua en mayor o menor medida en función del desarrollo de los pozos negros y de las alcantarillas. De este modo, cada sociedad estableció una relación con el agua que se fue perfilando en función de los recursos medioambientales, el clima y las necesidades concretas de cada núcleo de población. Nacieron las “culturas del agua” que constituyeron la base de las civilizaciones.
La revolución agrícola supuso el comienzo de la manipulación de la naturaleza para beneficio del ser humano. Las prácticas de deforestación para obtener suelo para sembrar o para mejorar la defensa de las ciudades, la lucha contra los depredadores y animales que perjudicaban el ganado o la alteración de los cauces de agua para construir o regar fueron aumentando a medida que lo hacían las necesidades alimentarias, militares y urbanas.
Las culturas ancestrales del agua, una referencia
Con el tiempo, los humanos sedentarios se dieron cuenta de que no podían seguir agrediendo a la naturaleza. Cada cultura fue destilando “buenas prácticas” en el uso del binomio tierra-agua. Para ello se concibieron tecnologías de captación y suministro de agua muy resistentes a los vaivenes climáticos, ya que se fueron perfilando en base a crisis hídricas, normalmente causadas por las sequías. Las técnicas de captación y uso del agua se sostenían socialmente con un profundo respeto a la naturaleza, cuyas leyes se comprendían y frecuentemente se incorporaban a las creencias religiosas.
De este modo, cada civilización destiló lo que hoy valoramos como “cultura ancestral del agua”, que es el resultado de milenios de observación de los ciclos de la naturaleza y del clima. En 2006, la ONU dio un espaldarazo al reconocimiento e importancia de este conocimiento ancestral proponiendo “Agua y cultura” como lema para el Día Mundial del Agua: “Debido a su rol fundamental en la vida de la sociedad, el agua posee una fuerte dimensión cultural. Sin entender ni considerar los aspectos culturales de nuestros problemas relacionados con el agua no podrá encontrarse ninguna solución sostenible.”
En 2018, en plena carrera hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con el lema “La respuesta está en la naturaleza”, la comunidad internacional asumía la importancia de preservar y aprovechar muchas de las soluciones de la cultura ancestral para reducir inundaciones y sequías, y evitar la contaminación del agua.
Decadencias históricas para aprender
Sin embargo, no todas las culturas tradicionales soportaron el azote de las sequías. La Tierra ha cambiado a lo largo de la historia, y algunos de estos cambios han sido relativamente recientes y relacionados directamente con el clima. Los historiadores y paleontólogos modernos están estudiando cómo estos vaivenes afectaron a civilizaciones antiguas y qué conclusiones podemos extraer ya que algunas sacaron partido de ellos y otras se vieron abocadas a su decadencia y posterior desaparición.
El caso de la civilización maya atrae la atención de los científicos. En 2018 un estudio publicado en la revista Science estima que al final del primer milenio d. C. se redujo considerablemente el volumen de agua en los lagos de la región de Yucatán (en el actual México), como consecuencia de la disminución en las lluvias y la mayor tasa de evaporación. Los mayas, cuya cultura llegó a su apogeo entre 600 y 800 d.C., iniciaron a partir de entonces una clara decadencia que les llevó al colapso. Los paleontólogos apuntan a que una intensa sequía, que llevó a un descenso entre el 40 y 54% con respecto a las condiciones actuales, es una causa muy probable de su decadencia. La cultura del agua maya no pudo resistir una sequía para la que no estaba preparada pues nunca la había experimentado.
Estas sequías fueron debidas a un cambio climático natural, no antropogénico, ya que en aquella época la actividad humana no tenía poder suficiente para alterar el clima a gran escala. Sin embargo, algunos científicos consideran que las prácticas de deforestación realizadas por los mayas en la época de su florecimiento cultural, que estaban encaminadas a ampliar sus cultivos en respuesta al crecimiento de su población, pudieron agravar su vulnerabilidad a la sequía. La tala del manto selvático causó un microclima en el que la temperatura media podía haber aumentado seis grados y degradó el suelo que perdió buena parte de su capacidad de drenaje. Los historiadores concluyen que la época de sequía que afectó a los mayas fue suficientemente intensa como para causar graves perturbaciones sociales que explicarían la decadencia de su civilización.
El testimonio de la historia del mar de Aral
La cuenca del mar de Aral experimentó uno de los desastres ecológicos antropogénicos más graves de la segunda mitad del siglo XX. Las consecuencias humanas de la catástrofe quedaron plasmadas en el documental que la cineasta Isabel Coixet realizó para la Fundación We Are Water, un magnífico ejemplo del valor que tiene el capital natural. Lo que ahora desvela la ciencia es que esta zona del Asia central sufrió en el pasado otro desastre, esta vez natural: una prolongada e intensa sequía fue probablemente la causa de la desaparición de las ricas culturas que existían en sus fértiles cuencas fluviales a principios del siglo XIII.
Las teorías clásicas vigentes hasta ahora atribuían su desaparición a las invasiones de los mongoles comandados por Genghis Khan, pero recientes estudios, como el de la Universidad de Lincoln, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), postulan que las sequías fueron nefastas para la agricultura de la zona que se basaba en el riego por inundación, una técnica habitual en las culturas desarrolladas en abundancia de agua. El estrés hídrico fue de una magnitud tal que superó la capacidad de adaptación de los agricultores al descenso del caudal de los ríos.
Aprender del pasado
Estos desastres de la antigüedad nos muestran que la disponibilidad o la escasez de agua son factores determinantes en la evolución de las civilizaciones humanas y nos dan una posible clave para interpretar nuestra situación respecto a la crisis climática presente. Pese a que en la actualidad disponemos de una capacidad de predicción meteorológica y climática infinitamente superior a las que tenían las civilizaciones antiguas, nuestra vulnerabilidad no dista mucho de las que ellas tenían, pues nuestras necesidades socioeconómicas son incomparablemente mayores. Las conclusiones del trabajo de los científicos en el Sexto Informe de Evaluación (AR6) que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) presentará de septiembre a octubre sobre mitigación y adaptación al cambio climático serán claves para redefinir la hoja de ruta hacia los ODS.
Mientras, una mirada al pasado nos puede hacer reflexionar. Las culturas ancestrales del agua son ejemplos de resistencia y resiliencia frente a los avatares climáticos. Ejemplos como la hidráulica inca, los baori indios – cuya esencia es la base de muchos proyectos de la Fundación en Andra Pradesh – el uso del agua de las culturas aymara y uru y las técnicas agrícolas de los mayangna en Bosawas nos muestran patrimonios que debemos preservar y extender. Pero también muchas otras culturas no pudieron resistir, pues su capacidad de adaptación no fue suficiente y el clima no perdonó sus errores. Tengámosla nosotros.