Cada 20 segundos muere una persona por enfermedades transmitidas por el agua. Son dos millones al año. Según Unicef, tres cuartas partes de ellos son niños y niñas menores de cinco años; esto significa que unos 4.500 mueren cada día. La gran mayoría de estas muertes serían evitables con acceso adecuado al agua, instalaciones básicas de saneamiento y buenas prácticas de higiene. Las cifras sobrecogen, aún más si añadimos los enfermos endémicos, los que han visto su salud deteriorada (en muchos casos de forma irreversible) por consumir agua contaminada, y los que han visto truncada su educación por enfermedades crónicas o por el simple hecho de haber tenido que dedicar horas de escolarización a buscar agua potable allí donde la hubiera.
El agua residual, contaminada con materias fecales se convierte en un auténtico habitat para todo tipo de vectores de transmisión de enfermedades, sobre todo las intestinales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los pobres son los mayores afectados, y los contrastes son explícitos: por ejemplo, un niño o niña que nazca en Europa o en los Estados Unidos tiene 520 probabilidades menos de morir por diarrea que uno del África subsahariana, donde sólo el 36% de la población puede acceder a la higiene sanitaria.
Agua contaminada, alimento contaminado
En el corto de Zihad, un niño bangladesí yace enfermo de salmonelosis, una enfermedad causada por la bacteria Salmonella, que es una de las cuatro principales causas de enfermedades diarreicas. Según la OMS la salmonelosis afecta anualmente a decenas de millones de personas de todo el mundo y provoca más de cien mil muertes.
El micro-documental señala un aspecto poco conocido en los países económicamente ricos en los que comúnmente se cree que esta bacteria sólo está presente en alimentos de origen animal (huevos, carnes y leche): la Salmonella puede contaminar el agua y los alimentos en contacto con ella, como frutas y verduras, y por supuesto todos los alimentos que se preparan con ese agua, como el pan que ha comido el niño que yace febril.
En EEUU y Europa se ha comprobado que el agua potable de pozos y fuentes se puede contaminar con la Salmonella en casos de inundaciones que desbordan los sistemas de saneamiento, vertidos accidentales de aguas residuales y escorrentías en zonas agrícolas abonadas con estiércol, y se ha comprobado que sus cepas pueden sobrevivir en agua durante varios meses.
Más allá de la Salmonelosis, la contaminación alimentaria a causa del agua es muy frecuente en las zonas sin saneamiento adecuado o en las que las frutas y verduras se riegan con aguas negras, o se ingieren mariscos o pescado que crecieron en explotaciones acuícolas afectadas por aguas contaminadas, un problema que está aumentando en zonas de costa en las que se vierte agua sin tratar.
La OMS y la Unicef señalan la importancia de las prácticas de higiene alimentaria, ya que una de cada 10 personas enferma cada año por la ingestión de alimentos contaminados y unos 420.000 fallecen. Los niños y niñas menores de cinco años corren un riesgo especialmente alto: unos 125.000 niños mueren por enfermedades de transmisión alimentaria cada año, como la listeriosis, la brucelosis, el cólera y la salmonelosis, entre las más frecuentes.
La práctica del simple lavado de manos y la higiene en la preparación de alimentos es imprescindible para combatir las enfermedades diarreicas entre la población con más riesgo de enfermar. En todos los proyectos de la Fundación la enseñanza de las buenas prácticas de higiene personal acompaña al resto de los objetivos (ver, por ejemplo, algunos de los proyectos que hemos desarrollado en Burkina Faso con Unicef, en India con la Fundación Vicente Ferrer, y en Mauritania con Save the Children). La cultura de la higiene y el cuidado del agua es imprescindible para la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, e incide directamente en los números 2, 3 y 6.