A principios de septiembre, los agricultores de Burkina Faso estaban en plena recolección del mijo y el sorgo cuando se vieron sorprendidos por una intensa lluvia. Las precipitaciones duraron hasta mediados de mes. La violencia del agua, que llegaba cuando la temporada húmeda tocaba a su fin, dañó gran parte del grano recogido. Los más afectados fueron los pequeños agricultores de subsistencia, quienes no contaban con graneros adecuados para proteger sus cosechas.
Las cosechas ya habían sido mediocres debido a las inundaciones de agosto, que anegaron muchos cultivos. En muchas zonas el Sahel occidental han vivido una situación similar. En el sur de Malí y Mauritania, Chad, el norte de Nigeria y el suroeste de Níger, las inundaciones de este verano han causado más de un millar de víctimas, han anegado muchos cultivos y destruido medios de transporte. La superficie agrícola destruida ha sido alarmante. En Malí, más de 113.000 hectáreas de cultivos han acabado anegadas, mientras que en Nigeria se superan las 204.000.
No obstante, las lluvias han representado un cierto alivio para los pastores sahelianos. Los cebúes, ovejas, cabras y camellos han aprovechado la abundancia de pastos, lo que ha permitido que los rebaños prosperen. Sin embargo, la FAO y la Unión Africana siempre han advertido sobre la importancia de no alterar los patrones de trashumancia estacional, ya que su interrupción, incluso en años de abundantes lluvias, podría desestabilizar los ecosistemas locales, como históricamente ya ha ocurrido.
Es necesario evitar el desacoplamiento entre el norte seco y el sur húmedo
La primera vez que trascendieron estas malas prácticas fue en la década de 1960, cuando un periodo de abundantes lluvias en la franja norte semiárida del Sahel llenó los pozos de agua y provocó un retorno de pastores y agricultores que durante la época colonial habían migrado buscando la humedad del sur. Los gobiernos de aquella época, de Malí, Burkina Faso, Senegal, Chad y Nigeria – todos ellos con la independencia recién estrenada – buscaron maximizar el rendimiento económico en el menor tiempo posible, y fomentaron el retorno al norte. Esto causó un aumento del estrés hídrico que no se convirtió en escasez hasta que entre 1968 y 1974 se desencadenó un nuevo ciclo de sequía severa. Los pastores, con los rebaños sobredimensionados, perdieron la mayor parte de sus animales. Los cultivos también menguaron, los pozos se secaron rápidamente y se desencadenó una hambruna a gran escala.
Tras un nuevo cliclo húmedo, se repitieron los errores y, a principios de la década de 1980, el hambre regresó, con el agravante de que la aridez volvió a degradar el suelo. Los ecólogos, que por entonces empezaban a tener peso en la incipiente economía del capital natural, explicaron que se había producido un desacoplamiento entre los sistemas del norte y el sur: sobreexplotar en periodos de abundancia hídrica, empeora el equilibrio ecológico con consecuencias muy negativas para los que viven directamente de la tierra.
El cinturón húmedo del ecuador, más al norte de lo habitual
En países como Chad, Burkina Faso, Malí o Níger llueve una media de 25 litros de agua al año, pero este septiembre los episodios de precipitación han multiplicado hasta por cinco esas cantidades y, en tan solo un día, en algunas zonas ha caído el agua de todo un año. La lluvia se ha desplazado también al interior del desierto del Sahara donde hacía más de 30 años que no caía una gota.
Los meteorólogos explican que el fenómeno se aleja de los ciclos climáticos y se sitúa en las anomalías que cada vez son más frecuentes con el cambio climático. Lo excepcional en este caso es el desplazamiento mucho más al norte de la Zona de Convergencia Intertropical (ZCIT), una franja alrededor del ecuador donde se encuentran (convergen) los vientos cálidos y húmedos (los alisios) del norte y del sur. Esto genera las copiosas lluvias que caracterizan el clima ecuatorial. La ZCIT se desplaza al norte y al sur con las estaciones del año; más al sur entre diciembre y enero, y más al norte, cerca del Sahel, entre junio y agosto.
La ZCIT afecta pues al clima y la agricultura de algunas de las áreas más densamente pobladas. Se estima que unos 1.200 millones de personas viven dependientes de las lluvias generadas por la ZCIT, en su mayoría en zonas rurales dedicadas a la agricultura y pastoreo de África, Centroamérica y Sudamérica, y las que dependen del monzón asiático, también directamente influenciado por la ZCIT. La Unión Africana estima que alrededor de 230 millones de personas dependen de los cultivos de secano que necesitan las lluvias generadas por la ZCIT en el Sahel y el Cuerno de África.
La ciencia salvará cada vez más vidas
¿Cómo prever los desplazamientos de la ZCIT? Los científicos barajan datos cada vez más cambiantes. Entre finales de marzo y principios de abril, en la zona occidental de África vivieron una ola de calor con más de 45ºC en muchos lugares, lo que es coherente con las previsiones del IPCC que asegura que el desierto del Sahara, el Sahel y el Cuerno de África se calientan más rápido que la zona ecuatorial. Los climatólogos consideran la hipótesis de que el patrón climático en estas zonas se vuelva errático, lo que dificultaría la adaptación de los agricultores y ganaderos, y generaría las condiciones para desacoplar más los sistemas ecológicos.
Lo que se da por sentado es la relación de estas anomalías con el calentamiento global. Ya en el Sexto Informe de Evaluación (AR6) del IPCC se citan estudios que sostienen que el calentamiento de la atmósfera y los océanos está afectando a la dinámica atmosférica que determina la posición de la ZCIT.
Es una certeza que los mares de la Tierra se calientan sin parar. Las anomalías de la temperatura del agua en el Atlántico y Mediterráneo el pasado agosto sin duda han influido en el desplazamiento de la ZCIT; lo que todavía no se sabe es cuánto. Otro factor que evalúan los científicos es el inesperado descenso de la actividad ciclónica en el Atlántico. Este año, estaban previstos más huracanes de lo normal, pero de momento, en septiembre, no ha sido así.
El cambio climático nos está obligando a revisar constantemente los algoritmos en que se basan los modelos de predicción meteorológica. Cada anomalía obliga a los científicos introducir nuevas variables en lo que parece una espiral sin fin. La incertidumbre inherente a muchos fenómenos climáticos complejos, como el deshielo de los polos y la interrupción de corrientes oceánicas, ha aumentado. Esta situación exige que los modelos se actualicen constantemente, complicando las proyecciones climáticas.
La ciencia necesita que invirtamos en las previsiones y los sistemas de alertas tempranas. En muchas las zonas tropicales los datos en superficie no abundan y es precisos recurrir a los satélites que, por el momento, han significado un gran avance para alimentar a los modelos de predicción. Cuánto más sepamos lo que está pasando mejor podremos predecir; salvaremos muchas vidas y evitaremos muchas hambrunas.