Cambio climático y salud. Más allá del hambre, una crisis silenciosa

Las sequías provocan desnutrición y mortandad asociadas a hambrunas y también desencadenan una serie de efectos negativos en la salud pública, desde el aumento de enfermedades respiratorias hasta transtornos psicológicos. Es crucial integrar estos factores en las estrategias de adaptación frente a la crisis climática y hacer llegar a todos recursos para afrontarlos.

“Las inundaciones matan a la gente, pero las sequías destruyen civilizaciones”. En uno de los debates de la Drought Resilience +10 Conference, a la que asistimos en Ginebra el pasado octubre, el Dr. Jesse E. Bell expuso aspectos poco divulgados de las nefastas consecuencias de las sequías que afectan a las sociedades más allá del hambre. Los trabajos de investigación que su equipo de la Universidad de Nebraska confirman con rigor médico lo que hemos corroborado en nuestros proyectos de ayuda en zonas agrícolas deprimidas por la falta de acceso al agua: los periodos de sequías prolongadas añaden al hambre y la desnutrición otras enfermedades y generan un impacto psicosocial muy negativo. Enfrentarse a un problema con muy pocos o ningún recurso crea un alto nivel de ansiedad social que contribuye a generar conflictos, a arruinar a las familias e impulsar la migración.

Bell afirmó que la situación es compleja y es preciso ampliar el foco de observación: “Las sequías son los fenómenos más dañinos ya que por lo general van acompañadas de otros factores que crean situaciones insalubres de alto nivel de indefensión”.

El reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) corrobora y sintetiza la amenaza significativa para la salud humana que supone el cambio climático. Las consecuencias son universales aunque de diferente gravedad en función de la riqueza y recursos socioeconómicos de las comunidades.

A continuación los cuatro factores más significativos:

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Las sequías provocan desnutrición y mortandad asociadas a hambrunas y también desencadenan una serie de efectos negativos en la salud pública. © Freepick

1- Sequías y calor extremo, la peor combinación

En las regiones del cinturón tropical y subtropical de la Tierra, las sequías suelen ir acompañadas de olas de calor más intensas. Según un estudio de ISGlobal, en 2023, se estimaron alrededor de 47.000 muertes en Europa atribuidas al calor extremo. Aunque los sistemas de salud de los países con menores recursos no siempre proporcionan datos fiables, se calcula que la mortandad relacionada con las olas de calor ha aumentado significativamente en zonas como el Sahel, el Cuerno de África y el sur de Asia, especialmente en India.

La recurrencia del calor extremo durante las sequías ha llevado al público a familiarizarse con el concepto de “temperatura de bulbo húmedo”. Esta medida representa la temperatura más baja que puede alcanzar una superficie mediante la evaporación de agua en condiciones ambientales específicas. Es un indicador crucial que combina los efectos de la temperatura y la humedad relativa del aire y es esencial para evaluar el estrés térmico en humanos y animales.

El IPCC advierte de que si no logramos mantener el calentamiento por debajo de los 1,5ºC, alrededor de 2.000 millones de personas estarán expuestas a un calor intenso en 2100, y serán especialmente vulnerables a las temperaturas de bulbo húmedo.

2 – El polvo: un contaminante adicional

La OMS estima que la contaminación del aire es responsable de aproximadamente siete millones de muertes al año.

El polvo, que se incrementa en el aire durante las sequías añade un factor hasta ahora poco estudiado. Es un problema más agudo en las zonas rurales que en las urbanas, y de nuevo aquí los datos contrastados provienen en su mayor parte de los países con sistemas sanitarios avanzados. Estos son los que más han investigado cómo las partículas finas en suspensión PM2.5 (las de diámetro de 2.5 micrómetros o menos, es decir, 30 veces más pequeñas que el promedio de un cabello humano) pueden penetrar profundamente en los pulmones. Estas partículas irritan los conductos bronquiales y los alveolos, exacerbando enfermedades respiratorias crónicas y aumentando el riesgo de infecciones respiratorias como la bronquitis y la neumonía y el cáncer de pulmón.

La erosión de la tierra reseca aumenta la emisión de partículas PM2.5, también presentes en las tormentas de polvo, cada vez más frecuentes en regiones secas y en áreas donde no solían darse, como California y el sur de Europa, y que contribuyen a un incremento significativo de accidentes laborales y de tráfico.

3 – La salud mental, hasta ahora casi olvidada

Al incrementar los episodios traumáticos debidos a inundaciones, huracanes, incendios forestales y sequías extremas, el cambio climático genera un costo psicológico considerable. La “ansiedad climática” y el “estrés ecológico” son transtornos que afectan a muchas personas, particularmente a los jóvenes que deben hacer frente a la perspectiva de un futuro altamente incierto e inestable.

La ruina familiar provocada por una sequía ha tenido tradicionalmente nefastas consecuencias en India, donde, según la Fundación Vicente Ferrer, los desastres climáticos de las últimas tres décadas, han llevado al suicidio a unos 300.000 campesinos acuciados por las deudas y el hambre quienes no pueden asumir la alternativa migrar a las grandes ciudades y convertirse en desplazados internos hacinados en tugurios degradados.

El Dr. Bell señaló la vulnerabilidad psicológica de los campesinos: “En periodos de sequía, los granjeros sufren transtornos de depresión y ansiedad cuatro veces más que el resto de la población”.

4 – Enfermedades infecciosas: los vectores se alargan

Hasta ahora el incremento de la propagación de los vectores patógenos, como los mosquitos que transmiten el dengue y la malaria, a regiones donde nunca antes habían estado presentes se ha relacionado con el aumento del calor y las inundaciones. Estudios recientes indican que la deforestación, provocada por sequías extremas o los incendios forestales asociados, también incrementa el riesgo de pandemias causadas por enfermedades zoonóticas, como la COVID-19, ya que la alteración de los ecosistemas facilita el contacto entre humanos y fauna silvestre.

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Estudios recientes indican que la deforestación, provocada por sequías extremas o los incendios forestales asociados, también incrementa el riesgo de pandemias causadas por enfermedades zoonóticas. © Recep Tayyip Çelik

5 – La clave: integrar políticas climáticas y de salud

Un número cada vez mayor de instituciones y gobiernos, incluido el IPCC, están pidiendo un sistema de salud global que incluya la integración de información climática en sistemas de vigilancia de enfermedades sensibles al clima y la mejora de programas de prevención de enfermedades, así como la inversión en capacitación climática del personal sanitario.

En la COP 28 de 2023 en Sharm el Sheik, 148 países respaldaron la Declaración sobre Clima y Salud, comprometiéndose a integrar factores sanitarios en sus políticas climáticas y viceversa. Sin embargo, en la COP 29, quedó en evidencia que solo el 32% de las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC), que se deben ejecutar en 2025, mencionan específicamente al sector de la salud relacionado con el clima o las medidas de adaptación.

Urge revertir esta situación y también es necesario tomar conciencia internacional de que que los programas de alerta climática y meteorológica deben llegar a todos. Por ejemplo, en la COP 26 de Glasgow, la NOAA explicó su sistema de información integrada de sequías (NIDIS, por sus siglas en inglés). Extender estos programas a las regiones y países con recursos meteorológicos limitados es crucial para mejorar la resiliencia ante sequías y facilitar la toma de decisiones basada en datos fiables y la implementación de sistemas de alerta temprana. El PNUD prevé que de las 132 millones de personas que el cambio climático empujará a la pobreza extrema en 2030, 44 millones serán causa de los impactos en la salud. Es una crisis silenciosa que debemos hacer visible para avanzar en la adaptación climática.