Cuando estalló la guerra entre Israel y Hezbolá en 2006, el estrés hídrico ya era endémico en el Valle del Bekaa, en Líbano. La llegada de refugiados desde el sur agravó la situación, y muchas de las ya deterioradas instalaciones de suministro y saneamiento colapsaron. La situación fue especialmente crítica en las escuelas que acogieron a los niños. Aunque el gobierno realizó esfuerzos, los recursos hídricos disminuyeron debido a las fuertes sequías, y la región entró en una fase de escasez. Los cortes de suministro fueron diarios, y en muchas comunidades el agua se racionó mediante camiones cisterna.
En 2011, el inicio de la guerra civil en Siria provocó una nueva ola migratoria. Según ACNUR, en 2018 casi un millón de refugiados sirios habían entrado en Líbano, de los cuales más de 350.000 se asentaron en el Valle del Bekaa. Además, la falta de mantenimiento de las instalaciones de saneamiento contaminó muchos cuerpos de agua. La situación volvió a ser crítica: solo el 36% de la población tenía acceso a servicios de agua potable segura, y los cortes de suministro reaparecieron.
Ese mismo año, iniciamos un proyecto de ayuda que nos permitió vivir sobre el terreno la realidad de la escasez en la población, especialmente en las escuelas del Valle del Bekaa. Además de la construcción de sistemas de agua y saneamiento, que benefició a más de 7.000 libaneses y sirios, el proyecto reafirmó la importancia de trabajar con los Comités de Agua para fomentar la cohesión social, algo imprescindible para gestionar adecuadamente el estrés hídrico.
Del estrés hídrico a la escasez
El caso del Valle del Bekaa es un buen ejemplo de una situación que se repite en muchas regiones del mundo. El estrés hídrico (cuando la demanda de agua supera la disponibilidad) es la antesala de la escasez (cuando simplemente no hay agua disponible para el consumo). Este paso de estrés a escasez puede desencadenarse por una avalancha migratoria, una sequía recurrente, la contaminación o un conflicto bélico; muchas veces es la combinación de todos estos factores, como ocurre en Líbano.
Hace dos años, la ONU reconoció que no alcanzaremos el ODS 6 en 2030. En su último informe, publicado este verano, muestra cifras que, a pesar de algunas mejoras, siguen lejos de prever un acceso universal al agua potable. Según sus proyecciones, en 2030, al ritmo actual de progreso, 2.000 millones de personas vivirán sin una gestión segura de agua potable, y el estrés hídrico continuará siendo un problema creciente: en 2021, alcanzó un promedio global del 18,6%, con Asia central y meridional mostrando niveles alarmantes y el norte de África en una situación crítica.
Lo más preocupante es que desde 2015 el estrés hídrico mundial ha aumentado un 3%, con aumentos particularmente alarmantes en el norte de África y Oriente Medio, donde ha crecido un 12%. En cuanto a la escasez, en 2022, aproximadamente la mitad de la población mundial experimentó falta de agua durante al menos una parte del año.
En los siguientes mapas puedes ver cómo se distribuye en el mundo la extracción de agua dulce en función de los recursos renovables – nivel de estrés hídrico – y la relación del estrés con el crecimiento de la población.
¿Cómo llegaremos a 2030?
La ONU reconoce que estamos muy lejos de lograr los 17 ODS. El año pasado ya alertó sobre la necesidad de una urgente aceleración para lograr, al menos, una reducción significativa en los indicadores más críticos. Las dificultades para avanzar en el ODS 6 también se reflejan en los 16 objetivos restantes.
En su informe, la ONU destaca como principales obstáculos los efectos persistentes de la pandemia de la COVID-19, la escalada de conflictos bélicos, las tensiones geopolíticas y la creciente crisis climática. Aunque la pandemia ha sido superada en gran medida, los conflictos internacionales y el cambio climático siguen siendo fuentes de incertidumbre. Los flujos de desplazados, tanto climáticos como aquellos que huyen de la violencia, no solo representan un drama humanitario, sino que también desequilibran el acceso al agua, al saneamiento y a la higiene en las regiones de acogida. Estas situaciones se dan principalmente en las zonas más afectadas, como muestran los mapas 1 y 2, evidenciando la gravedad de sus consecuencias.
En nuestro proyecto en el Valle del Bekaa quedó clara la importancia de planificar la acogida de refugiados en áreas donde el estrés hídrico es endémico. Sin embargo, planificar a menudo es complicado, algo que hemos comprobado en nuestros proyectos de asistencia a más de 1,7 millones de refugiados en cinco países, además del Líbano; de ellos, 184.000 en campos de acogida en Rwanda, Ucrania, Rumanía, Moldavia y Chad. A excepción de la guerra en Ucrania, los conflictos en la República Democrática del Congo y Sudán rara vez ocupan los titulares de los medios de comunicación ni se convierten en trending topics en las redes sociales; son conflictos “olvidados” por gran parte de la comunidad global. ¿Quién los tiene en cuenta en las previsiones?
Controlar el estrés hídrico y acabar con la escasez es condición imprescindible para lograr la seguridad alimentaria y reducir la pobreza. Conocer las causas de la escasez y mapear las zonas más necesitadas es el primer paso para gestionar con eficacia. Queda mucho camino pero nadie puede decir que no sabe lo que hay que hacer para que el agua cubra todas las necesidades.