¿Tendremos agua para regar las plantas que nos alimentan? ¿La tendrán las zonas donde sobreviven los agricultores con menos recursos? La disponibilidad de agua para la agricultura es el factor más determinante para la seguridad alimentaria del mundo que contempla el ODS 2: acabar con el hambre. Las sequías, que según el IPCC aumentarán con el cambio climático, crean ya situaciones dramáticas para más de 2.000 millones que viven en una situación de constante estrés hídrico; 4.000 millones más, prácticamente la mitad de la población mundial, vive en la actualidad en condiciones de desequilibrio durante al menos un mes al año. El Banco Mundial calcula que, en 2050, unos 7.000 millones de personas se verán obligadas, en algún momento cada año, a gestionar el suministro de agua para que ésta no falte para el cultivo, la cría de ganado, la producción de electricidad y el mantenimiento de su salud.
La agricultura, el escenario de la supervivencia
Las sequías, el fenómeno más temido en las zonas con déficit crónico de agua, afectan de forma radicalmente diferente en función de la fortaleza económica de los habitantes que las sufren. En el mundo desarrollado los agricultores tienen pérdidas económicas, pero recurren a pólizas de seguros y fondos de garantía, recursos que les protegen de la ruina. Al contrario, la mayoría de agricultores del Cuerno de África o del Sahel no tienen casi ninguna protección administrativa; para ellos una sequía prolongada significa una hambruna que les lleva a la migración o la muerte.
Cómo evolucione el sector agrícola va a determinar el equilibrio mundial: el freno a los movimientos migratorios y la efectividad de las estrategias de adaptación a las consecuencias del cambio climático. Lo más urgente: acabar con la desnutrición infantil que sigue siendo una de las principales amenazas para la salud y el crecimiento de millones de niños. Según UNICEF, cada día, 13.800 niños y niñas menores de cinco años mueren por causas que podrían evitarse, y la desnutrición está relacionada con la mitad de estas muertes. En los próximos 30 años se espera que la población mundial alcance los 10.000 millones y el reto alimentario es enorme.
Los ojos puestos en el regadío
Y la capacidad agrícola depende del agua; el 71% de la que se extrae de ríos, lagos y acuíferos va a parar a cultivos y regadíos. En algunos países, este porcentaje supera el 95%. El riego representa el consumo de la mayor parte de esa agua y proporciona hasta el 40% de las calorías alimentarias disponibles en el planeta. Lograr la máxima eficiencia en el riego es un factor clave que no depende de grandes inversiones tecnológicas, aunque sí de conocimiento compartido.
El Banco Mundial dispone de un mapa interactivo en el que se puede estudiar la evolución de las metas de cada uno de los 17 ODS. Respecto al ODS 6, referente al agua y saneamiento, ofrece datos de la evolución de la extracción de agua dulce para uso agrícola en el mundo; en esta gráfica la sintetiza desde 2014:
Y en este mapa interactivo, se obtienen los datos por países:
No perder agua regando y sanar la tierra
El sistema de riego por goteo que ayudamos a implementar en Andhra Pradesh, en India, permite a los agricultores un ahorro de hasta un 75% de agua. Esto se traduce en una mejora en sus perspectivas de desarrollo: poder abandonar el monocultivo del cacahuete, y diversificar sus cultivos plantando mangos y hortalizas.
El riego utiliza además el 6 % de la electricidad generada en todo el mundo. En otro proyecto en la misma zona proporcionamos placas fotovoltaicas para accionar las bombas que extraen el agua del subsuelo.
No sólo es preciso mejorar los sistemas de riego. Aumentar la productividad de forma que se pueda obtener más cosecha o más valor por el volumen de agua aplicado en el cultivo es otra línea de trabajo.
La adaptación climática requiere una agricultura regenerativa para aumentar la producción sostenible de alimentos con el mínimo gasto hídrico. Es preciso mejorar la provisión de servicios y asegurar la capacitación de las comunidades para su gestión, sobre todo la de los acuíferos, pues la salvaguarda del agua subterránea es la principal garantía adaptativa. La agricultura regenerativa es la que devuelve la vida al suelo, revirtiendo el alarmante deterioro de las tierras agrícolas. La tierra sana es la mejor aliada para combatir la crisis climática y la inseguridad alimentaria; un elemento clave en la lucha contra la desertificación y en el empoderamiento de los agricultores más pobres.
La agricultura vertical: menos agua, menos espacio y menos energía
Estos últimos años, una nueva técnica agrícola está tomando cuerpo en la lucha por la seguridad alimentaria: la agricultura vertical. Cultivar las plantas en “pisos” sobrepuestos aumenta la productividad en menos espacio: 6.000 metros cuadrados producen el equivalente a 130.000 metros cuadrados en la agricultura horizontal tradicional. Pero además, la reducción del consumo de agua que se logra en algunos cultivos es de más del 90%, gracias a la aeroponía, una técnica que consiste en la pulverización de agua directamente sobre las raíces sin prácticamente hacer uso de suelo.
La agricultura vertical abre un sinfín de posibilidades para reverdecer las ciudades y lograr importantes reducciones en las emisiones de carbono debidas al transporte de alimentos.
Es evidente que el futuro de la seguridad alimentaria pasa por el ahorro de agua en el riego, pero también por la adopción de nuevas técnicas de cultivo que permitan ser adoptadas por las regiones más desfavorecidas por la brecha tecnológica. No hacen falta grandes inversiones para regar mejor y adoptar otras técnicas de cultivo: la transmisión de conocimiento es la clave.