En 2020, Radhamma y Lakshmidevi, agricultoras de Settipalli, en el estado indio de Andhra Pradesh, llevaban décadas luchando contra una adversidad endémica: la esterilidad de la tierra en un entorno de creciente aridez. Hasta entonces, la llegada del monzón era para sus familias la única posibilidad de poder sobrevivir otro año, de evitar que sus hijos emigraran a las ciudades y de lograr pagar las deudas acumuladas. Muchas veces las lluvias se retrasaban, lo que las sumía en la incertidumbre y la vulnerabilidad; otras veces llovía en exceso y la escorrentía destrozaba los cultivos y erosionaba una tierra que se empobrecía y desertificaba aparentemente sin remedio.
Ahora, cuatro años más tarde, una sencilla obra comunitaria ha cambiado sus vidas: el pequeño embalse que construimos con la Fundación Vicente Ferrer ha devuelto la salud a su tierra, ha permitido que los acuíferos se hayan vuelto a llenar y que los pozos tengan agua. El manto vegetal ha frenado la desertificación y el ecosistema adyacente al nuevo cuerpo de agua está en fase de recuperación. Ya pueden diversificar sus cultivos y no depender sólo del del cacahuete, una legumbre muy vulnerable al retraso de las lluvias que agota la tierra y obliga a constantes inversiones en pesticidas. El fantasma de la emigración ha desaparecido.
Estos beneficios no sorprenden. Desde los primeros embalses que ayudamos a construir en Ganjikunta, en 2011, y Girigetla, en 2014, y los que finalizamos de Settipalli y D.K.Thanda4, en 2020, unos 5.500 campesinos han mejorado su nivel de vida y afrontan el cambio climático con mayor capacidad de resiliencia.
En las pequeñas comunidades está la simiente de la regeneración
Lo más estimulante y esperanzador es que no hay que recurrir a tecnologías avanzadas, ni siquiera inventar nada para lograrlo: solamente basta con recuperar el conocimiento ancestral de la cultura india, profunda conocedora de la naturaleza y de los ciclos del agua. En la época precolonial, los pequeños embalses de agua de lluvia, que se denominaban johads, se utilizaron durante siglos, especialmente en las regiones áridas y semiáridas. Estas infraestructuras se construían excavando depresiones en las cuencas de arroyos y rieras para capturar con diques el agua de la estación monzónica. Esa agua se infiltra hacia el subsuelo, devuelve la humedad a la capa freática, recarga los acuíferos y frena la desertificación de las suaves laderas que envuelven los embalses.
Estos proyectos permiten también instaurar la participación comunitaria como eje de la sostenibilidad de las infraestructuras y la eficacia de su gestión. La impartición de talleres de capacitación entre los agricultores y sus familias garantiza el compromiso de todos en la construcción y mantenimiento del embalse. De este modo, se avanza además en la compresión del ciclo del agua en la tierra y en su impacto en el medio ambiente. Este conocimiento es un factor determinante en la sostenibilidad de las instalaciones y en la transmisión de la cultura del agua, la clave para la resiliencia frente a los avatares del cambio climático.
En las pequeñas cuencas está la clave
No sólo estos sencillos embalses restauran la tierra. La adecuada gestión hídrica de las pequeñas cuencas por parte de las comunidades agrícolas es especialmente eficaz. La limpieza de los estanques y el saneamiento de los arroyos permite siempre la restitución natural del manto vegetal adyacente, lo que se complementa con la plantación de árboles y arbustos para fortalecer terraplenes y mantener la humedad del suelo.
Nuestros proyectos constituyen también aquí referencias clave. En seis aldeas de Marungapuri, en el estado de Tamil Nadu, recuperamos el agua de los acuíferos mediante la limpieza de los estanques adyacentes y la restitución del manto vegetal.
La experiencia en las pequeñas comunidades es escalable a la casi totalidad del mundo rural de los países que se debaten contra el deterioro medioambiental y el cambio climático. La concienciación y capacitación de la población en la gestión de las cuencas comporta también resultados positivos en la reducción de los niveles de contaminación del agua, una lacra que en algunos casos es más nefasta para los ecosistemas que la sobreexplotación de los acuíferos.
Además de las acciones directas sobre la gestión del agua, la labor educativa es fundamental, especialmente la basada en la recuperación de la cultura tradicional. Lo hemos incentivado en nuestros proyectos en Nicaragua, Bolivia y Perú: la regeneración del suelo y del agua mediante la adopción de técnicas agrícolas ancestrales y la educación en acceso al agua, saneamiento e higiene evita la degradación del entorno y facilita un crecimiento sostenible sin la invasión de los espacios naturales.
Más de 55.000 agricultores se han beneficiado de los 11 proyectos en los que uno de nuestros objetivos específicos era regenerar la tierra mediante la captación y la gestión del agua. En todas estas experiencias, sus comunidades, además de adquirir una formación clave para sobrevivir y ser resilientes, han comprendido la estrecha relación entre el agua y la tierra que se manifiesta a través del entorno.
En el Día Mundial del Medio Ambiente
En el Día Mundial del Medioambiente el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) lanza un llamamiento a la acción basado en hechos incuestionables. Nos enfrentamos a una preocupante intensificación de la triple crisis planetaria: la climática, la pérdida de biodiversidad y la de la contaminación. Miles de millones de hectáreas de tierra se degradan por una combinación de estas causas afectando a casi la mitad de la población mundial y amenazando la mitad del PIB mundial.
La salud del suelo y la del agua están intrínsecamente relacionadas y esto se hace extensivo a los océanos, cuyos ecosistemas están seriamente amenazados por el calentamiento y los vertidos contaminantes transportados por los cauces de agua dulce.
El PNUMA destaca que cada dólar invertido en restauración medioambiental puede generar un retorno multiplicado por 30 en servicios ecosistémicos, impulsar los medios de vida, reducir la pobreza y aumentar la resiliencia ante el clima extremo. Por otra parte, la mejora en biodiversidad aumenta el almacenamiento de carbono y mitiga el cambio climático. Todavía estamos a tiempo de revertir la situación: la regeneración de apenas el 15% de la tierra y detener su degradación podría evitar hasta el 60% de las extinciones previstas de especies. No es una tarea imposible y las pequeñas comunidades nos dan la clave.