“Tengo el agua potable que quiero cuando quiero”. Unos 5.800 millones de personas en el mundo pueden afirmarlo. Según el JMP de UNICEF y la OMS, más unos 3.700 millones de estos afortunados se encuentran en las ciudades. Obtienen el agua gracias a lo que técnicamente se denomina un servicio “centralizado”: el agua se capta de las fuentes, se potabiliza en las ETAP (Estaciones de Tratamiento de Agua Potable) y se distribuye hacia los domicilios a través de extensas redes de distribución.
Cuando los sistemas centralizados fallan
Sin embargo, vivir en una gran ciudad no garantiza el acceso al agua potable. Según estimaciones de las Naciones Unidas, en 2022 cerca de 1.600 millones de personas vivían en asentamientos informales en todo el mundo. La mayoría de los habitantes de estos barrios carecen de servicios domiciliarios de agua y saneamiento.
Además, en muchas ciudades donde antes el suministro llegaba diariamente, hoy se enfrentan a interrupciones debido al deterioro de infraestructuras, agotamiento de los recursos hídricos o falta de electricidad para bombear el agua. Wilito Rodríguez, habitante del barrio de Los Praditos e en Santo Domingo, describe esta realidad en el microdocumental ganador de la segunda edición del We Art Water Film Festival: “Antes teníamos agua cada día, pero ahora la luz llega los domingos a las 12 y se va a las 3. Tenemos que aprovechar esas tres horas para recoger toda el agua que podamos con una bomba conectada a la cañería, y esperar a la semana siguiente.”
En Santo Domingo, capital de República Dominicana, casi el 71% de la población urbana, carecen de servicios plenos de electricidad y agua. En las últimas dos décadas, la cobertura de agua potable y saneamiento básico ha retrocedido, y la situación que se vive en Los Praditos se repite en otras ciudades del país.
Grandes urbes que crecen demasiado rápido
En todo el mundo, los problemas no se limitan a los barrios marginales. Incluso en zonas teóricamente abastecidas por redes centralizadas operativas, la escasez de agua viene siendo noticia. Ciudades como Caracas, Nairobi, Lagos, Ciudad de México o Yakarta enfrentan dificultades similares. En el caso de Caracas, la falta de planificación hídrica ante el rápido crecimiento urbano agrava el problema. En 1998, el suministro superaba los 20.000 litros por segundo. Sin embargo, el deterioro de la red y el consumo descontrolado han reducido la capacidad del sistema a solo 14.000 litros por segundo.
En estas situaciones, la ayuda gubernamental llega generalmente en camiones cisterna y los ciudadanos se las apañan como pueden. Los vecinos se organizan para cargar agua en vehículos privados, se improvisan depósitos en las azoteas o, en ciudades tropicales como las de Colombia, optan por captar agua de lluvia para el consumo diario.
En Ciudad de México, el Agua No Registrada (ANR), que es la que se pierde en el proceso de suministro, ya sea por fugas, errores o fraudes, alcanza el del 40% y, en algunas zonas, superan el 55%. Se calcula que cada segundo la capital pierde 12.000 litros de agua potable, lo que equivale a 345 piscinas olímpicas. El desmedido crecimiento horizontal, la extensión de los barrios marginales y la falta de inversión en el mantenimiento de las infraestructuras es la principal causa. Acabar con este derroche solucionaría buena parte de la sequía hidrológica de la gran urbe que causa que el suministro no alcance muchas veces a los barrios marginales.
Municipios rurales que se quedan sin agua
Los pequeños núcleos urbanos pobres enfrentan una realidad aún más dura. Ya sea por la contaminación o por la sequía climática, muchos pequeños municipios están experimentando un progresivo desabastecimiento de agua. Este es el caso de Canapi, en el Sertón brasileño, donde las instalaciones deterioradas y los efectos del cambio climático han reducido drásticamente la disponibilidad de recursos.
Ubicado a 254 kilómetros de su capital, Maceió, la población de Canapi se ha visto obligada a buscar alternativas. Allí hemos colaborado con ellos en un proyecto para implementar sistemas de recolección de agua de lluvia a pequeña escala, aprovechando depósitos comunitarios. Este recurso ancestral, que está ganando relevancia a nivel global, ofrece una solución complementaria y sostenible para municipios alejados de redes centralizadas de suministro.
En otros lugares, las comunidades han adoptado soluciones innovadoras adaptadas a sus necesidades. Por ejemplo, en El Rodeo, un pequeño municipio de El Salvador, las 85 familias que lo integran han superado no solo la contaminación de las fuentes de agua, sino también la falta de electricidad para bombear el agua desde el acuífero hasta un tanque de distribución.
Con un esfuerzo colectivo, instalaron 32 paneles solares que ahora alimentan un sistema de bombeo, permitiéndoles obtener entre 10 y 12 metros cúbicos de agua potable al mes. Este modelo destaca no solo por la capacidad de la comunidad para organizarse, sino también por mostrar el potencial de la energía renovable en proyectos descentralizados de acceso al agua.
Descentralizar para ganar eficiencia en las grandes urbes
En las grandes masas urbanas, la descentralización empieza a consolidarse como una estrategia para reducir las distancias entre los usuarios y las ETAP, minimizar el gasto energético del transporte, y reducir los costos de infraestructura. Este enfoque busca también reducir fugas y proteger la red de las contaminaciones accidentales. En función de las necesidades y el tipo de aguas residuales de cada zona urbana, la descentralización se perfila como una solución clave para fomentar la reutilización del agua, una estrategia cada vez más necesaria ante el acelerado crecimiento urbano y la incertidumbre del cambio climático.
Sin embargo, los niveles de inversión necesarios para implementar estos cambios son significativos, lo que vuelve a poner de manifiesto la brecha tecnológica existente entre regiones del mundo. Para cerrarla es preciso un alto grado de colaboración entre los sectores público y privado e incentivos a la inversión, una de las asignaturas pendientes de las últimas COP.
En los pequeños núcleos urbanos marginados, los sistemas de acceso, que deben ser necesariamente descentralizados, requieren una planificación cuidadosa que integre factores económicos, sociales y climáticos, variables según la región. El objetivo es alcanzar el estándar de acceso “básico” definido por el JMP: contar con una fuente segura de agua que pueda ser utilizada en un trayecto total —ida, espera y vuelta— de menos de 30 minutos. Tan sólo 1.455 millones de personas en el mundo lo consiguen.
Esta meta engloba una amplia variedad de situaciones, cada una con retos y soluciones particulares. Obliga a un esfuerzo en movilizar la financiación sostenible que garantice las tarifas aplicables al agua sean asequibles para las comunidades rurales económicamente más débiles y, sobre todo, invertir en programas educativos para empoderar a las comunidades en la gestión de sus propios recursos hídricos.