En Ciudad de México han saltado todas las alarmas. Este pasado junio los más de 20 millones de habitantes de la conurbación más poblada de Hispanoamérica se aproximó al “día cero”, un término acuñado tras las crisis hídricas de Saõ Paulo en 2015 y Ciudad del Cabo en 2018 para describir el agotamiento fáctico del agua almacenada para el suministro urbano.
La ciudad acerca al límite del corte de suministro y lleva meses viviendo de los acuíferos que están bajo su suelo de cemento y hormigón. Esa agua subterránea, que ya muestra también síntomas de agotamiento, es el remanente de los enormes lagos entre los que creció la ciudad. Esta es la razón por la que las crisis hídricas de Ciudad de México suelen calificarse como uno de los síntomas fehacientes del Antropoceno: el uso de un recurso abundante hasta sobrepasar un punto de inflexión que lleva inevitablemente a su agotamiento.
El contexto de la capital mexicana se agrava con el problema del Agua No Registrada (ANR), que es la que se pierde en el proceso de suministro, ya sea por fugas, errores o fraudes. Ciudad de México registra una ANR del 40% y, en algunas zonas, alcanza el 55%. Se calcula que cada segundo la capital pierde 12.000 litros de agua potable, lo que equivale a 345 piscinas olímpicas. El desmedido crecimiento horizontal, la extensión de los barrios marginales y la falta de inversión en el mantenimiento de las infraestructuras es la principal causa. Acabar con este derroche solucionaría buena parte de la sequía hidrológica de la gran urbe.
El ANR, un indicador económico fiable
Los informes del Banco Mundial aseguran que el ANR supera en todo el mundo el 40% del agua potable; esto significa unos 45 millones de m3 diarios, el equivalente a 45.000 piscinas olímpicas, una cantidad que podría abastecer las necesidades de 200 millones de personas.
El ANR se aplica a nivel de las redes de suministro urbano, agrícola e industrial. Es pues un concepto inherente a la industria del agua y por tanto dependiente de tecnología e inversión. Por ello es un buen indicador de las desproporciones económicas entre países.
En la cúspide de la eficiencia están Alemania y Japón, con una ANR del 7%, gracias a su avanzada tecnología de detección de fugas y a su eficiente infraestructura de gestión. En el extremo de la pérdida de agua se encuentra Haití con una ANR superior al 60%, una tasa que ha ido aumentando los últimos años en los que el país no ha podido recuperarse adecuadamente de los terribles terremotos y huracanes sufridos.
Si se analizan con detalle los datos, se puede apreciar que hay regiones que presentan altas desigualdades dentro de un mismo país: algunas zonas de Nigeria e India superan el 65% de ANR. Las asimetrías se dan también a nivel de barrios, los más pobres son siempre los de menor mantenimiento.
No todo es tecnología
La desigualdad tecnológica, que puede considerarse sinónima de la financiera, es la esencia del problema en las industrias hídricas de los países más pobres. En el caso del suministro urbano, la construcción de estaciones de potabilización y redes de distribución tecnológicamente avanzadas es costosa y en muchas ocasiones choca con otro de los grandes problemas de los países en desarrollo: los barrios marginales que no paran de crecer.
¿Cómo implementar estas tecnologías a escala mundial? ¿Es realista plantearse que en al actual estado de desequilibrio geopolítico los países más pobres puedan acceder a las redes inteligentes de agua? Frente a unas previsiones climáticas nada halagüeñas, es preciso dar más facilidades a los gobiernos para asumir el control hidrológico y planificar mejor a largo plazo de los recursos en función de datos reales de la oferta y la demanda.
Sin embargo, en las zonas urbanas marginales hay varias iniciativas que se aproximan a los sistemas descentralizados y que no precisan de tecnología costosa para su implementación. En Kibera, uno de los barrios marginales mayores del mundo, adyacente a Nairobi, la capital de Kenia, donde el ANR supera el 50%, han comenzado a implementar sistemas descentralizados y autogestionados de acceso al agua.
La autogestión es una buena herramienta para lograr una distribución eficiente que puede plantearse para los barrios marginales en los que no hay todavía ningún tipo de suministro, pero es por ahora muy improbable a nivel general urbano.
La eficiencia tiene costes y aproximaciones muy distintos
Según la UNESCO, el uso del agua en el mundo ha aumentado seis veces durante el último siglo y está creciendo a razón de un 1% anual. Para el año 2050, más del 40% de la población mundial podría enfrentar una grave escasez de agua. El ANR crea una barrera para la sostenibilidad debido a la pérdida de energía, agua y dinero no recaudado a través de las facturas de agua.
Son dos mundos que están en las antípodas de la soluciones. Mientras el mundo rural precisa de soluciones basadas en la autogestión, en las grandes urbes, a los ciudadanos no puede proporcionárseles esta posibilidad; dependen de la industria del acceso al agua.
Los 3.678 millones de personas que, según el JMP, disponen en las ciudades de acceso seguro al agua se encuentran principalmente en el mundo económicamente más desarrollado. En estos países, el ANR oscila de media alrededor del 20%; es una proporción que se dispara en los países más pobres, principalmente a causa de los barrios marginales y de la falta de mantenimiento. En capitales como Nairobi, Lagos y Adis Abeba es frecuente registrar pérdidas entre el 40-50%.
El riego agrícola con la mirada puesta en India
Como ocurre con frecuencia, las ciudades acaparan la atención del problema, pero a nivel global el desperdicio del ANR afecta sobre todo a la agricultura que utiliza aproximadamente el 70% del consumo mundial de agua dulce. La FAO estima que en muchos sistemas de riego tradicionales, las pérdidas de agua superan el 50% debido a la evaporación, filtraciones y distribución ineficiente.
Acabar con este despilfarro es especialmente crucial en algunas economías, como la de India, país en el que la agricultura representa más del 16 % de su producto interior bruto y ocupa a más de 51 % de la población activa. La tasa de ANR es muy alta y llega a superar en algunas zonas el 50%, es decir, más de la mitad del agua extraída desaparece; en un país cuya área cultivable absorbe 688 km3 de agua para riego, perder la mitad equivale a desperdiciar un volumen que equivale a más de dos veces el del lago Nasser, el embalse de la presa de Asúan. La instalación de sistemas de riego eficientes, y la rehabilitación de las redes de distribución son vitales para el país más poblado del mundo.
India es un buen ejemplo, pues tiene las herramientas fundamentales para combatir la lacra de la pérdida de agua: el conocimiento acumulado por su cultura ancestral, gran conocedora de la gestión del agua agrícola, y una inmensa capacidad de desarrollo. Es una referencia para el resto de las tierras secas de la Tierra, y para la adaptabilidad y mitigación del cambio climático para todo el planeta.