A pesar de ser la mayor economía de África, Nigeria tiene graves problemas de acceso al agua y al saneamiento. En todo el país, casi cuatro millones de personas carecen totalmente de agua potable, saneamiento e higiene. En ciudades como Abuya, la capital, y Lagos, la ciudad más poblada del país y la segunda de África, existen serias deficiencias en el suministro. Una causa es el abandono de las instalaciones y las redes de distribución que se encuentran entre las más deterioradas del mundo, pero la principal es un crecimiento urbano descontrolado que sobrepasa la capacidad de urbanizar de forma eficiente.
El caso de Lagos es de los más graves entre las ciudades del mundo. La segunda ciudad de mayor crecimiento demográfico del continente africano y la séptima en el mundo se enfrenta a una crisis hídrica endémica que hace que millones de personas vivan en condiciones inaceptables. Lo ha denunciado ONU Agua que señala que los 21 millones de residentes en Lagos (2015) tienen dificultades para encontrar agua potable y saneamiento adecuado, y estima que sólo una de cada 10 personas tiene acceso al agua suministrada por el Estado. Esta situación se ha visto agravada tras años de mala gestión y altas tasas de corrupción política.
Las sequías y sobre todo el conflicto armado desatado por el grupo terrorista Boko Haram han provocado una situación de extrema gravedad en el norte del país y un movimiento migratorio sin precedentes: más de 1,5 millones de personas están catalogadas por ACNUR como ‘internamente desplazadas’, mientras otras 800 mil habitan en áreas de difícil acceso, siendo el 79 por ciento de esos nigerianos mujeres y niños. Todas ellas tienen muy difícil el acceso al agua y al saneamiento.
La presión migratoria agrava el problema en los tugurios de las grandes ciudades del sur. Como Bala, el protagonista del corto, uno de cada tres menores no puede ir a la escuela (hay unos 10,5 millones de niños sin escolarizar en Nigeria) y Unicef estima que unos 368.000 menores que están en riesgo de sufrir desnutrición aguda en 2019.
Pero Bala y los niños sin hogar de las grandes ciudades aún pueden considerase afortunados. Sus compañeros campesinos que viven en las zonas del noreste sufren la violencia desatada por Boko Haram. En 2017 murieron 570 niños y 311 resultaron mutilados en ataques terroristas. Las niñas se llevan la peor parte. El grupo terrorista ha dejado a miles de ellas en una situación terrible. Tras ser secuestradas y violadas sistemáticamente, las que consiguen ser liberadas, sufren el desprecio de sus propias comunidades y son abandonadas.
La violencia y las migraciones forzadas impiden al Gobierno tomar el control de la calidad del agua y del saneamiento. La contaminación se extiende en la mayor parte de los ríos del país al cruzar las ciudades, lo que está provocando enfermedades como el cólera y la diarrea sobre todo entre en los menores de 15 años. Según Unicef, estos tienen tres veces más probabilidades de morir de infecciones intestinales que la media de los menores de África.
La reflexión final de Bala en el corto es toda una denuncia de lo que ocurre en muchas ciudades subsaharianas: “Dicen que el agua es vida. ¿Pero qué agua?”.