La mayor parte del mundo supo de la existencia de las colinas que rodean la superficie de Freetown, la capital de Sierra Leona, el 14 de agosto de 2017, cuando después de tres días de lluvias torrenciales, las inundaciones y los corrimientos de tierras se llevaron la vida de más de 500 personas y dejaron sin hogar a más de 3.000. La falta de infraestructuras y sistemas de drenaje adecuados agravaron las consecuencias de las inundaciones, que ya habían tenido un precedente en 2015, cuando otra oleada de lluvias dejó a miles de personas sin hogar y decenas de fallecidos en la capital.
Los climatólogos citaron ambos desastres como ejemplos de las consecuencias del cambio climático en el África Subsahariana, donde se esperan en el futuro fenómenos meteorológicos cada vez más violentos. La degradación del suelo es un factor agravante al facilitar los corrimientos de tierras. La zona, a pesar de que fue declarada reserva forestal en 2010 tras la devastadora guerra civil, ha sufrido una continua deforestación principalmente a causa de la tala descontrolada y de la expansión de los tugurios como en el que vive Kadija, la protagonista del corto.
En su barrio, unas 25.000 personas sobreviven en la pobreza. Es uno de los que rodean la capital que ya ha alcanzado el millón de habitantes. Las inundaciones y las avalanchas no han hecho más que dañar las ya precarias instalaciones de suministro y saneamiento, contaminando el agua de muchos pozos y fuentes.
De madrugada, Kadija tiene que ir a por agua atravesando un vertedero hasta el pozo donde otras mujeres se reúnen para hacer la colada. Tras cargar el bidón sobre su cabeza, tiene que ascender hacia su casa y tratar de llegar a la escuela a tiempo, cosa que muchas veces no consigue. A sus siete años, Kadija sufre de dolores cervicales y tiene síntomas de diarrea. Las estadísticas de la OMS y UNICEF señalan que tiene una esperanza de vida de 40 años y que más de la mitad de sus compañeras abandonarán la escuela en la adolescencia a causa de embarazos prematuros o malos resultados por el absentismo que provoca el tener que ir a buscar agua además de otras tareas inherentes a la pobreza.
Esta situación se extiende en el África Subsahariana, donde los gobiernos se ven impotentes para frenar las migraciones que provoca el empobrecimiento rural en una zona especialmente amenazada por el cambio climático. El caso de Sierra Leona muestra la paradoja de un país que, con más de 26.000 m3 de agua por habitante y año, está entre los de mayores recursos hídricos del mundo pero no es capaz de proporcionar acceso al agua a la totalidad de sus habitantes. Kadija representa la injusticia que denuncia la campaña #NoWalking4Water que impulsa la Fundación: el mundo no puede tolerar esta lacra. Como todas las zonas pobres del mundo, África tiene un enorme reto que superar en el que todos debemos ayudar; ser conscientes de ello es el primer paso.