El deshielo, lo que podemos ver del cambio climático

Foto de la exposición La Huella del deshielo en el Roca Madrid Gallery (Abierta hasta el 13 de abril) © Fernando Moleres _Groenlandia

La pérdida de hielo en la Tierra es una de las consecuencias más preocupantes, y visibles, del calentamiento atmosférico. Incide sobre la subida del nivel del mar, es capaz de alterar la dinámica oceánica y amenaza con acelerar el cambio climático.

Imagen We Are Water

© Fernando Moleres _Groenlandia

Las imágenes tienen el poder de lo irrefutable, son un argumento con capacidad de zanjar cualquier polémica. En la crisis climática que estamos viviendo, el testimonio de las imágenes del deshielo alpino y polar corrobora lo que la ciencia lleva décadas anunciando: la faz de la Tierra está perdiendo hielo. Y no lo hace de forma lineal sino que se va acelerando de forma alarmante.

Es un fenómeno que se puede observar – y fotografiar – en todo el mundo: desde los glaciares del Himalaya, los Alpes, la Patagonia o los Pirineos, hasta los de Groenlandia y los casquetes polares del Ártico y la Antártida, abundan y están a nuestra disposición imágenes que permiten comparar un antes, con hielo, y un después, sin hielo. Una realidad gráfica rotunda que evidencia como en décadas el calentamiento de la atmósfera está socavando un elemento vital para el equilibrio medioambiental: el agua helada.

En el Roca Madrid Gallery, la exposición La huella del deshielo del fotógrafo Fernando Moleres y Pepe Molina, videógrafo, fotoperiodista y autor del vídeo de la exposición, muestra la belleza de un mundo en peligro de desaparecer. La inconmensurable quietud del Ártico que muestra las imágenes hace difícil entrever el drama de su desaparición, lenta pero inexorable. Tras las espectaculares imágenes subyace la amenaza de la tierra inundada, la alteración de la dinámica oceánica y el temido efecto multiplicador del cambio climático.

Vídeo

Inauguración de la exposición La huella del deshielo en el Roca Madrid Gallery

Un nuevo estudio del deshielo

La ciencia lleva décadas advirtiendo del fenómeno del deshielo, especialmente en el océano Ártico y en Groenlandia. Hasta ahora, se había estudiado el impacto del calentamiento sobre el hielo boreal principalmente mediante observaciones satelitales que comenzaron en 1978. Entre 2003 y 2015, un equipo de la Universidad de Rowan, en Nueva Jersey, Estados Unidos, liderado por Luke D. Trusel, estuvo realizando perforaciones en Groenlandia para estudiar el fenómeno del deshielo desde otro enfoque. En diciembre de 2018, el equipo publicó en la revista Nature el estudio Nonlinear rise in Greenland runoff in response to post-industrial Arctic warming. Sus conclusiones proporcionan datos contundentes sobre el deshielo ártico que permiten realizar una crónica más precisa de la historia del hielo desde el siglo XVII hasta la actualidad, y establecen un nuevo marco científico para afinar las previsiones.

El método de estudio se ha basado en analizar los cambios en el derretimiento de la superficie de la capa de hielo de Groenlandia. El equipo de Trusel ha combinado estos datos con simulaciones de modelos numéricos y el resultado desvela lo que muchos científicos sospechaban: la masa de hielo está desapareciendo de forma acelerada desde mediados del siglo XIX – periodo en el que los historiadores consideran que finalizó la Revolución Industrial – hasta el día de hoy. El estudio también evidencia que este fenómeno no forma parte de un ciclo natural climático sino que es antropogénico

La amenaza del nivel del mar

En la actualidad, se calcula que la pérdida de masa de los glaciares y las capas superficiales de los polos Norte y Sur vierte al mar unas 670 gigatoneladas de agua cada año, lo que equivale a 268 millones de piscinas olímpicas. Sólo en Groenlandia esta pérdida se estima en 270 gigatoneladas al año. Lógicamente esto tiene consecuencias directas sobre el aumento del nivel del mar.

Según el Quinto Informe del IPCC, el AR5, el nivel del agua del mar aumenta por el deshielo pero sobre todo, hasta ahora, por el incremento de la temperatura del agua, ya que el agua se dilata con el calor. Según el IPCC, la capa más superficial del agua se calentó 0,11 ºC por década entre 1971 y 2010 y el nivel del mar ha subido en torno a 0,19 metros de media, a lo largo del siglo XX. Según el AR5, el proceso se está acelerando: entre 1901 y 2010, la elevación media fue de 1,7 milímetros al año, pero entre 1993 y 2010 fue de 3,2 milímetros.

El AR5 estima que, en el escenario más favorable de contención de gases de efecto invernadero, la subida del nivel del mar será tan sólo de 26 centímetros; pero en el caso más desfavorable podría llegar a finales de este siglo a casi un metro respecto al promedio del periodo 1986-2005. Esto supondría que centenares de millones de personas se verían gravemente afectadas. El mar no sólo inundaría territorio, sino que el agua salada también salinizaría ríos y acuíferos, un fenómeno que ya se está observando en muchos deltas, albuferas y humedales del mundo, principalmente a causa de la sobreexplotación del agua subterránea para usos agrícolas.

Las conclusiones del estudio confirman que lo más preocupante es el hielo que cubre Groenlandia, que alberga el segundo depósito de agua dulce más grande de la Tierra después de la Antártida. Actualmente, el 60% del aumento del nivel del mar proviene del deshielo de su capa superficial que se vierte el océano Atlántico. Si todo el hielo groenlandés se derritiese, podría llegar a elevar el nivel del mar entre seis y siete metros. La preparación de las zonas costeras, por lo general las más habitadas, para hacer frente a estos fenómenos determinará su supervivencia y expectativas económicas. Un escenario catastrófico de este tipo está siendo previsto en las ciudades más expuestas, como Singapur, que está preparando un plan de 72 mil millones de dólares para protegerse de las inundaciones según informa Bloomberg.

Pero, como siempre ocurre, las zonas más pobres son las más vulnerables a una catástrofe humanitaria en caso de inundación marina. Tugurios de urbes costeras y aldeas de pescadores, como las de muchos países centroamericanos, africanos y asiáticos, islas polinésicas, manglares y extensas zonas agrícolas están en peligro. Los deltas, como el del Ganges (Bangladés), el del Chao Phraya (Tailandia) o del Yangtsé (China), que albergan ciudades como Daca, Bangkok o Shanghái, pueden dejar de alimentar a cientos de millones de personas en el caso de que su arrozales se inunden con agua salada.

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© Fernando Moleres _Groenlandia

Más allá del nivel del mar

Las corrientes oceánicas, además de ser determinantes en la vida marina, establecen un equilibrio en la repartición de las temperaturas de todo planeta ya que son responsables de mantener zonas con climas relativamente estables y transportar el calor de las latitudes más bajas.

Mientras que el calentamiento global está haciendo aumentar la temperatura de la capa superior del agua (los primeros 700 metros), el deshielo vierte agua muy fría al mar y esto puede alterar notablemente la dinámica oceánica. En el caso del Ártico y de Groenlandia, aún no se sabe muy bien cómo ese agua podría interaccionar con el agua más cálida, por ejemplo, de la corriente del Golfo de México, que baña y atempera las costas de Europa. Algunas previsiones apuntan a que esta corriente podría debilitarse e incluso detenerse, lo que repercutiría en un enfriamiento del clima europeo y en una incierta alteración de la circulación general atmosférica que tendría repercusiones planetarias.

Frenar la aceleración

Las conclusiones del estudio de Nature permiten a los climatólogos conocer mejor el impacto del calentamiento atmosférico sobre las masas de hielos polares y proporciona una información muy valiosa para estudiar el temido efecto de la “retroalimentación positiva” ya anunciado por el AR5: el calentamiento global no produce un aumento lineal del deshielo, sino que acelera el proceso con el tiempo.

La explicación es simple: el aumento de la temperatura atmosférica provoca deshielo que, a su vez, hace aumentar la temperatura. Esto es debido a que la superficie que queda al descubierto – agua, vegetación, arena o rocas – absorbe más energía de la radiación solar, y por tanto se calienta más que el hielo o la nieve, que reflejan la mayor parte de esta radiación. Es decir, lo que en ciencia se conoce como el “albedo”, el coeficiente que expresa el porcentaje de radiación reflejada respecto a la recibida, queda reducido en el caso de la pérdida de hielo, lo que acelera el proceso de calentamiento.

El deshielo es la realidad más tangible, por lo visible, de la crisis climática y uno de los factores más preocupantes por su más que probable efecto multiplicador del calentamiento global y por la subida del nivel del mar, otro factor irrefutable. Es una llamada urgente a la reducción drástica de gases de efecto invernadero y a la necesidad de creer aún más en la ciencia, invertir en ella y seguir la hoja de ruta que nos marca.

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© Fernando Moleres _Islandia