Generalmente es la conexión a la red de alcantarillado y al ciclo integral del agua el factor que diferencia al inodoro de la letrina. Ésta se suele definir como un inodoro no conectado a sistemas de alcantarillado sino a pozos negros o a fosas sépticas, que garantizan la salubridad de las personas y el entorno. Así como los inodoros suelen estar en su mayor parte instalados en domicilios familiares independientes, o en locales de trabajo, es habitual que las letrinas sean compartidas por varias familias o habitantes de una población.
Para los que usan letrinas, su buen uso y funcionamiento es un elemento clave para la salud y la preservación del entorno. Deben estar instaladas de forma que permitan evitar el contacto con los excrementos, al ser eliminados de forma segura in situ o ser transportados y tratados fuera. Para ello, las instalaciones de saneamiento adecuadas deben incluir la descarga o vertido a un sistema de alcantarillado entubado, fosa séptica o pozo negro seguro. La letrina debe estar en un espacio ventilado y que garantice a las personas su uso sin entrar en contacto con los excrementos. Según ONU Agua, en 2017, el 55 % del planeta, unos 4.247 millones, no disponía de un saneamiento gestionado de esa forma.
El saneamiento deficiente causa enfermedades intestinales muy graves, como el cólera, la diarrea, la disentería y la fiebre tifoidea, además de la hepatitis, la poliomielitis y la neumonía. La OMS estima que es la causa de 280.000 muertes por diarrea cada año y es un importante factor subyacente de varias enfermedades tropicales desatendidas, como las lombrices intestinales, la esquistosomiasis y el tracoma, y es la base de la desnutrición infantil.
El mal uso del inodoro es un serio problema
La brecha del saneamiento marca la diferencia entre un mundo de obligaciones y otro de derechos. Para los que se benefician de la conexión a la red de alcantarillas, el inodoro es un agujero que los separa de un mundo invisible del que generalmente poco conocen, pero que exigen que funcione correctamente como un servicio público que pagan con la factura del agua o con sus impuestos. Son los que gozan del ciclo integral del agua y tienen garantizada la recogida y depuración de las aguas en su entorno. Es un servicio que no se aplica al 80 % de las aguas residuales en todo el mundo, lo que constituye el principal foco de contaminación de los mares.
En 2015, según la OMS, tan sólo 1.900 millones de personas, el 27 % de la población mundial, se beneficiaba del uso de un inodoro con sistema de descarga conectado a una red de alcantarillado y de tratamiento de aguas residuales. Muchos de los beneficiados por este servicio no son conscientes de su importante papel en el buen funcionamiento del sistema. Para ellos, el inodoro y el resto de desagües domésticos son conductos para la eliminación de no importa que tipo de residuos. Estas personas se convierten en contaminadores activos al deshacerse de toallitas húmedas, envoltorios plásticos, preservativos, productos de higiene femenina, palitos higiénicos, colillas, frascos enteros de fármacos caducados y un largo etcétera de productos de uso cotidiano, al que hay que añadir el pelo de peines y cepillos y, recientemente, las mascarillas a causa de la covid-19.
Aunque algunos de estos sólidos son biodegradables, no lo son en un periodo de tiempo menor al que transcurre su viaje por las alcantarillas, y perjudican seriamente el funcionamiento de los conductos y las depuradoras, ya que no existe una tecnología útil para su eliminación masiva. Es un tipo de contaminación generada al 100% por los usuarios de los productos, por lo que para eliminarla basta con no hacerla: devolver los fármacos caducados a las farmacias, usar las bolsas de reciclaje para los residuos sólidos, o simplemente recordar que el inodoro no es el cubo de la basura, ni un cenicero.
La contaminación inherente al nivel de vida
A la contaminación por sólidos se añade la química de los contaminantes emergentes domésticos. Éstos no están sujetos a legislación administrativa ya que no existen aún evidencias de sus efectos nocivos para salud humana, aunque en muchos casos sí se ha detectado su influencia negativa en el medio ambiente. Es el caso de los medicamentos que excretamos principalmente por la orina de forma inevitable al no ser totalmente absorbidos por nuestro organismo. Son los antiinflamatorios y analgésicos, los antidepresivos, los anticonceptivos, los antibióticos o los reguladores del colesterol. También están muchos productos de higiene personal, como los blanqueantes y los agentes antibacterianos y fungicidas de muchos colutorios que son contaminantes emergentes en aumento en las aguas residuales.
No sólo es el inodoro el canal de vertido de contaminantes, lo son también los desagües de las lavadoras y las cocinas que vierten a la red un exceso de detergentes y suavizantes, grasas, productos de limpieza y nanomateriales como las partículas de plata, presentes algunos tejidos como los de los calcetines para evitar su mal olor.
El inodoro clave para (todos) los ODS
La contaminación doméstica tiene un alto coste para la red de saneamiento. Los residuos sólidos como las toallitas y las mascarillas bloquean las entradas en las depuradoras. Por ejemplo, en la ciudad de Madrid se tuvieron que retirar de las depuradoras 34.000 toneladas de residuos sólidos a lo largo de 2019, con un coste de dos millones de euros. Los datos en otras ciudades son similares.
Esto supone un riesgo medioambiental notable, ya que las bombas que impulsan el agua residual dentro de las depuradoras pueden dejar de funcionar, como algunas veces ha sucedido, o dañarse. El riesgo también existe para la salud de los operarios de estas instalaciones y de las redes de alcantarillado cuando tienen que desatascar conducciones y bombas de todos estos residuos.
El mundo que depende del ciclo integral del agua es sobre todo urbano. Y las urbes está creciendo en extensión a ritmos acelerados y con ellas los hábitos de limpieza y la medicación. Los modelos de sostenibilidad urbana deben tener en cuenta una paradoja poco comentada: a medida que aumente la riqueza en los domicilios – los destinatarios del 74 % del volumen de agua distribuida por las potabilizadoras -, aumentará el consumo y el volumen de residuos generados; cuanta más limpieza en el hogar y más medicación, más contaminación emer
El uso adecuado del inodoro se convierte en un factor clave a considerar en los planes de la arquitectura y el urbanismo sostenible. Las redes de alcantarillado de las ciudades sometidas a fenómenos meteorológicos violentos se ven a menudo desbordadas en su capacidad de conducir las aguas residuales a las depuradoras, por lo que las vierten directamente al medio ambiente, llevando no sólo la contaminación doméstica sino también la arrastrada por la escorrentía en el pavimento urbano. El futuro, en el que las ciudades acogerán en 2050 entre el 85 y el 90 % de la población, sitúa al saneamiento en el eje de la consecución de casi todos los ODS.
Los efectos del cambio climático también amenazan los sistemas de saneamiento, desde los inodoros hasta las fosas sépticas y las plantas de tratamiento. Las cada vez más frecuentes inundaciones provocadas por ciclones y tormentas esparcen los desechos humanos en los suministros de agua, cultivos y hogares, provocando graves emergencias de salud y la degradación del medio ambiente. Es un fenómeno que va a más y que está alterando los cálculos de riesgo por desastres en todo el mundo.
Más de 10 años a favor del inodoro
De los 64 proyectos desarrollados hasta ahora por la Fundación, 24 inciden directamente en el saneamiento en las zonas más necesitadas del mundo. Durante nuestros más de 10 años de existencia hemos trabajado principalmente en las escuelas, que son el pilar de la lucha contra la pobreza y la discriminación de género, y en las zonas rurales donde la defecación al aire libre, que todavía practican 892 millones de personas, es una lacra que frena el desarrollo social y económico.
En las escuelas de India, Marruecos, Burkina Faso, Líbano, Tailandia, Bangladés, Bolivia, Guinea-Bissau, Brasil y Nicaragua, hemos beneficiado con aseos seguros y separados por sexo a más de 200.000 alumnos y alumnas, y a sus docentes. Hemos facilitado a más de 135.000 personas el abandono de la defecación al aire libre en las zonas rurales de India, Burkina Faso, Etiopía, Indonesia y Madagascar. Y en los desastres provocados por inundaciones en Mozambique, Indonesia y Filipinas hemos ayudado a recuperar el saneamiento dañado a unas 14.000 personas.
El resultado de esta experiencia en “zonas cero” de falta de saneamiento queda reflejado en nuestro Manual de construcción de letrinas y pozos, que ha sido adoptado por varias administraciones y organizaciones colaboradoras como una referencia para llevar retretes seguros y sostenibles a cualquier clima y cultura. Hemos constatado de primera mano que el saneamiento es la principal arma de la que muchos pueblos disponen para luchar contra la enfermedad, la pobreza y la degradación de su entorno vital. Es un punto de partida imprescindible para lograr que la vida humana en la Tierra sea sostenible y justa para todos.