Tras la cumbre COP28 de Dubái, la ministra francesa de Exteriores, Catherine Colonna, afirmó que su país estaba abierto a peticiones de refugio climático para los países del Pacífico que, a causa de la invasión del mar, se ven obligados a desplazar su población. Francia se sumaba así a la política del Gobierno de Australia que, en la anterior COP27, había anunciado un acuerdo con Tuvalu para acoger a sus habitantes en el caso de que el pequeño país fuera engullido por el océano Pacífico. El mundo desarrollado tomó consciencia de un problema tangible incuestionable: la subida del nivel del mar no se detiene y ya ha empezado a causar estragos.
¿Apátridas climáticos?
Compuesto por tres islas coralinas y seis atolones, los 12.000 habitantes de Tuvalu viven en 26 kilómetros cuadrados de territorio con una altura media de cinco metros sobre el nivel del mar. Desde hace una década el agua del Pacífico ha invadido su costa provocando la salinización de cultivos, el desmoronamiento de viviendas y la pérdida de fuentes de agua dulce. Tuvalu experimenta lo anunciado en el último informe del IPCC, y la comunidad científica vaticina que su territorio desaparecerá completamente a finales de este siglo.
La consumación de tal desastre supondría que, al desaparecer el territorio físico, Tuvalu dejaría de existir como Estado. Sus habitantes se convertirían en apátridas, añadiendo un nuevo factor a considerar en el vacío legal que tienen los desplazados climáticos. Un giro más dramático lo proporcionó Simon Kofe, su ministro de Exteriores, quien anunció en la COP27 la creación de una réplica virtual de su país para preservar sus paisajes y su cultura ante la probable desaparición las islas. Tuvalu se convertiría así en la primera “nación digital” del mundo, si es que puede existir un marco legal que contemple esta nueva figura jurídica.
Islas coralinas, de poca elevación
Recientemente, son varios los pequeños estados insulares que han lanzado mensajes de alarma ante la invasión marítima: Kiribati, las Islas Marshall, las Islas Salomón y las Islas Cook en el Pacífico tienen problemas similares. Su estructura coralina, aunque en algunos casos también volcánica, es la causa de su reducida elevación sobre el nivel del mar: carecen de partes altas donde poder resguardarse en caso de una inundación permanente o un temporal.
En el Índico, el caso de las Maldivas, destino turístico de renombre internacional, es conocido desde la década de 1970, cuando su Gobierno inició un proceso de relocalizaciones de su población costera debido a la invasión marítima. En la actualidad, el archipiélago, compuesto por 1.192 islas, de las cuales 188 están habitadas, ya ha experimentado su vulnerabilidad frente a episodios de alto oleaje cada vez más frecuentes.
En estas islas, la elevación media de su territorio es de entre 0,5 y 2,3 metros sobre el nivel del mar. Su capital, Malé, con una población de más de cien mil habitantes, está rodeada por completo de diques protectores que se han mostrado insuficientes para detener el avance del agua. Por ello, el Gobierno decidió construir con arena una isla artificial, Hulhumalé, elevada casi dos metros capaz de albergar a casi 555.000 personas y unida a Malé mediante un puente de un kilómetro de longitud. También se ha iniciado un proyecto de construcción de unas 5.000 viviendas flotantes en pontones anclados frente a la capital.
En el Atlántico, el primer ministro de Bahamas, Phillip Davis, explicó en la COP28 informes científicos que demostraban como la subida del nivel del océano y la muerte de los corales había agravado los daños producidos por los huracanes y tormentas tropicales, urgiendo a la comunidad internacional a adoptar medidas urgentes contra el calentamiento atmosférico y oceánico.
El inevitable traslado a tierra firme
Mientras, los programas de traslado a tierra firme ya se han planteado en muchos países afectados. En Panamá, los casi 1.300 habitantes de la pequeña isla de Gardi Sugdub, frente a su costa caribeña, esperan ansiosos lo que se está convirtiendo en el primer caso oficialmente reconocido de refugiados climáticos de América. Los informes científicos han pronosticado que la mayor parte del archipiélago de San Blas, al que pertenece la pequeña isla, va a correr la misma suerte. Sin embargo, el programa de traslado a tierra firme planificado por el Gobierno sigue retrasado.
Desde hace años, las inundaciones ya están dificultando la vida de la comunidad indígena kuna que habita la isla, arruinando las fuentes de agua, inutilizando escuelas y contaminando el medioambiente debido a las precarias instalaciones de saneamiento.
Los daños empiezan antes de la inundación
La subida del nivel del mar es un mal que se manifiesta lentamente y la inmersión de la tierra es sólo el episodio final del desastre. Con la superficie del mar más alta, aumenta la exposición a episodios de oleaje debido a temporales que generan daños materiales como la salinización de las reservas de agua potable y de los cultivos, la inutilización de redes eléctricas y la destrucción de casas y defensas costeras.
Los daños en el coral, aunque imperceptibles a simple vista son los que más preocupan a los científicos, pues el aumento del nivel del mar puede causar el cruce de otro punto de no retorno medioambiental de nefastas consecuencias. Los corales, que ya están siendo perjudicados por la acidificación y el aumento de temperatura, necesitan estar cerca de la superficie del mar para vivir. Si su ritmo de crecimiento vertical no puede compensarse con el ritmo de subida del nivel del agua, los corales quedarán lejos de las condiciones óptimas para su desarrollo.
Los trópicos, la zona más amenazada
La subida media del nivel del mar, que se estima será de entre 60 y 80 cm para final de este siglo, será especialmente dañina para las zonas tropicales de la Tierra. A esta conclusión llega un estudio publicado en Nature que muestra los datos obtenidos del primer modelo de elevación global de alta precisión, como el que utiliza datos del satélite ICESat-2 (Ice, Cloud, and land Elevation Satellite-2) que fue lanzado por la NASA en 2018, con el objetivo de medir la altura de los glaciares, icebergs, bosques y otros elementos de la superficie terrestre.
El estudio señala que el 62% (649.000 km2) del área terrestre situada a menos de dos metros sobre el nivel medio del mar se halla en los trópicos. Hay que tener en cuenta que, según estimaciones de la ONU, si la población en las tierras expuestas a la subida del nivel del mar era, en 2020, de 267 millones, se prevé que alcance los 410 millones para 2100, con el 72% viviendo en la franja tropical. Es evidente que podría generarse un grave problema humanitario.
Aparte de las islas, las zonas que más preocupan son los deltas, que en el sur de Asia son el pilar de la seguridad alimentaria de decenas de millones de personas. El avance del agua del mar, el aumento de la irregularidad de las precipitaciones, el deterioro de los manglares y la contaminación son factores que se combinan para degradar el hábitat de estos complejos ecosistemas y de las comunidades agrícolas que los habitan.
Las soluciones adaptativas son urgentes
Según las previsiones científicas, detener la subida del nivel del mar es difícil. Implica fundamentalmente detener el deshielo polar y el calentamiento del océano, algo que depende directamente de la drástica reducción de gases de efecto invernadero. Pero la urgencia es ya adaptativa y aquí sí que hay mucho que se puede hacer, pues el avance del mar es inexorable allí donde se produce y las alternativas a la deslocalización de la población son escasas.
En las Maldivas, por ejemplo, se han desarrollado muchas de las soluciones tecnológicas que se presentan como alternativa. Consisten básicamente en levantar diques de protección y construir islas artificiales; pero no es posible cubrir el perímetro de todas las islas amenazadas y la inversión es muy alta. Además, ni los diques ni las islas artificiales solucionan el problema del daño a los corales y los manglares.
Es evidente que se necesitan nuevas estrategias de adaptación, como promover formas de cultivo que requieran menos agua o proteger e incentivar el desarrollo de los manglares y los entornos coralinos. Son soluciones de resultados a largo plazo, pero es incuestionable que se deben realizar. Para ello también hace falta una notable inversión en investigación científica y en la obtención de cuantos más datos podamos en relación con la superficie terrestre costera.
Algunos ecólogos ven en nuestra impotencia ante la inundación del mar una metáfora del fracaso de la humanidad ante el cambio climático. Es un reto inmediato de notable magnitud que logremos adaptarnos ahora y frenar su avance en las próximas décadas.