Nada está aislado. Para salvar cualquier hábitat es preciso salvar a todos los demás, y el ciclo del agua nos lo demuestra continuamente en cualquiera de sus fases. Si consideramos los mares como el punto de partida del viaje del agua por la biosfera, comprenderemos enseguida su importancia para la vida en la Tierra. Estas últimas décadas hemos aprendido mucho sobre los océanos, pero aún nos queda mucho por descubrir. Salada o dulce, el agua es una sola, y tenemos la obligación de cuidarla.
El océano, mucho más que un pulmón de la Tierra
En 2000 se confirmó que las aguas de los mares producen al menos el 50 % del oxígeno del planeta, y absorben el 25 % del dióxido de carbono; hace pocos años se calculó que esto equivale a un millón de toneladas por hora de anhídrido carbónico (CO2). Se estima que, en la actualidad, el agua marina contiene 700 gigatoneladas (700.000 millones de toneladas) de carbono orgánico disuelto; es prácticamente la misma que hay en la atmósfera en forma de CO2 (700 gigatoneladas). El ciclo natural del carbono relaciona ambos sumideros (mar y atmósfera): cualquier alteración del carbono del océano repercute en el de la atmósfera y viceversa. El agua de mar es pues, junto a los bosques, un factor clave en la evolución del calentamiento que estamos experimentando.
El 98 % de las especies del planeta habitan en los océanos. Recientes cálculos de la ONU y del Banco Mundial han determinado que son la principal fuente de proteínas para más de mil millones de personas, y también que en 2030, la seguridad alimentaria de 40 millones de familias dependerá del mar.
Para una humanidad sobre la que se ciernen serias amenazas de hambrunas y profundización de la pobreza, la contaminación creciente del océano con la consecuente pérdida de biodiversidad, es tan mala noticia como las sequías y las guerras.
En el Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate, presentado en 2019 por el IPCC, los científicos alertan sobre los problemas más acuciantes de los océanos y muestran tendencias futuras muy preocupantes, de las que aún sabemos muy poco sobre sus consecuencias y qué hacer para frenarlas.
Acidificación y contaminación: lo peor para la biodiversidad
Al absorber CO2, el mar se acidifica como consecuencia de la reacción química con este gas. La acidez media de la superficie del océano se ha mantenido estable durante millones de años, pero ha aumentado alrededor de un 26 % en los últimos 150 años. El incremento fue muy lento hasta la década de 1950, pero desde entonces la acidificación se ha ido acelerando, y las emisiones de CO2 debidas a la actividad humana son la principal causa. De seguir este patrón, la acidificación del océano podría aumentar en otro 150 % a finales de este siglo. Y existe el riesgo de que empiece a pasarnos factura: una gran parte del carbono acumulado puede regresar a la atmósfera, lo que traería consecuencias impredecibles.
La acidificación del mar podría considerarse la peor crisis química del cambio climático. La acidificación causa estragos en los ecosistemas marinos, en particular en las especies que producen conchas o esqueletos de carbonato de calcio. De entre éstas, los corales se llevan la peor parte. Los arrecifes coralinos tropicales son ecosistemas que apenas ocupan el 0,1 % del fondo oceánico, pero albergan hasta nueve millones de especies. En los próximos 20 años, de seguir degradándose, el sustento de 500 millones de personas, la protección costera de sus viviendas y sus ingresos están en serio peligro.
La degradación de la biodiversidad coralina afecta a todo el ecosistema oceánico con consecuencias aún desconocidas para los científicos, que ven como van apareciendo nuevos factores de desequilibrio. Uno de ellos es el plástico vertido en el mar. Recientemente, un estudio estimó que las aproximadamente 250.000 toneladas de plástico, que se calcula están flotando o sumergidas en el mar, liberan cada año 23.600 toneladas de carbono orgánico que se disuelve en el agua. Este carbono orgánico adicional podría alterar las redes alimentarias y el ciclo natural del carbono al ser consumido por bacterias que lo degradan, con consecuencias aún impredecibles.
La contaminación química antropogénica es otro de los factores que están estresando la vida marina. Más del 80 % de las aguas residuales se retornan a la naturaleza sin tratamiento alguno, y la mayor parte de ellas acaban en el mar, que actúa como un sumidero gigantesco de residuos contaminantes que contribuyen al proceso de acidificación, pérdida de oxígeno (anoxia) y a la eutrofización por concentración de fertilizantes provenientes de la agricultura. De las consecuencias extremas de los desequilibrios que provoca la eutrofización es un triste ejemplo el desastre del mar Menor en el sudeste español.
Calentamiento: menos oxígeno y más deshielo
En 2019, el calentamiento del agua oceánica alcanzó los valores más altos jamás registrados. En primer lugar es una amenaza al aporte de oxígeno en el agua marina, ya que el agua caliente no puede contener tanto oxígeno como el agua fría, por lo que a más temperatura menos oxígeno. Por otra parte, el agua caliente es menos densa, lo que dificulta que el agua de la superficie, rica en oxígeno, descienda y active la circulación, causando que las aguas profundas se queden sin el aporte de oxígeno necesario para mantener su ecosistema.
El calentamiento se añade pues a la acidificación para desequilibrar la vida oceánica, pero tiene unas consecuencias aún más preocupantes si cabe, el deshielo polar y la alteración de la dinámica de las corrientes marinas, dos factores que también pueden causar puntos de no retorno climáticos y que debemos evitar a toda costa. También el deshielo es el responsable de la subida del nivel del mar que ya estamos experimentando. Un reciente estudio estima que unos 300 millones de personas, están amenazadas de inundación marina en 2050.
Tenemos que saber más
Todavía sabemos muy poco sobre los océanos, y es imprescindible que avancemos en conocerlos a fondo y sin dilación. Los científicos llevan tiempo advirtiendo de su deterioro y de la factura que nos pueden pasar nivel global. ¿Estamos a tiempo de evitarlos? La mayor parte de los oceanógrafos cree que sí, pero cada vez son más los escépticos. Gran parte de los mares sigue aún sin cartografiar ni explorar y todavía desconocemos muchos de los efectos de los contaminantes que hemos vertido y seguimos vertiendo. La ciencia oceanográfica necesita inversión en investigaciones y observaciones permanentes con infraestructuras adecuadas.
En 2015, participamos en uno de estos programas de investigación oceánica con el velero We Are Water en la Barcelona World Race, regata alrededor del mundo con dos tripulantes y sin escalas: el despliegue de las balizas Argo en colaboración con la IOC-Unesco, con el objetivo de conocer datos de temperatura y salinidad en las zonas más remotas del océano.
Sin embargo nos está costando reaccionar. Un estudio de la fundación SERES sobre la implementación de los ODS en las estrategias de responsabilidad social de las empresas españolas – ahora más conocidas como los criterios ESG (del inglés Environmental, Social and Governance) – mostraba que el 84% de ellas los tenían muy presentes. Sin embargo, el ODS 14, relativo a la salvaguarda de los océanos, era el que tenía la menor presencia, con un 8%. Lo más preocupante es que el ODS 6, que hace referencia al agua y el saneamiento y que está estrechamente ligado al ODS 14, es el segundo en desinterés con un 14% de presencia en los planes de responsabilidad social de las empresas. Estos datos españoles son muy similares a los obtenidos en la mayor parte de los países industrializados. Denotan el desconocimiento absoluto de la relación directa que existe entre el cambio climático y los océanos.
Éstos son la principal y única garantía que tenemos para poder seguir viviendo en la Tierra tal como la hemos conocido hasta ahora. Los océanos son nuestros mejores aliados y de nosotros depende que lo sigan siendo.