“Vimos aparecer el infierno por la ventana. Salimos corriendo mientras nuestra casa y las de los vecinos ardían cuestión de segundos”. Las declaraciones de los que huían del fuego que se desató en agosto de 2021 en la isla griega de Eubea impactaron en las redes sociales y los medios de comunicación. Las imágenes nocturnas de los habitantes del pueblo de Kamatriades, formando una cadena humana con el fin de proteger sus hogares de las llamas con ramas y mantas, todavía se usan como referencia gráfica del horror de los incendios y de la impotencia de la población que los sufre.
El (casi) silente incendio boreal
La carga simbólica del fuego es la que más impacta. Los medios de comunicación del hemisferio norte europeo y americano son selectivos. Los incendios que afectan a las zonas más habitadas de Europa, Norteamérica y Asia acaparan la atención, pero pocos saben que aproximadamente el 70% de toda la pérdida de cobertura arbórea relacionada con los incendios en las últimas dos décadas se ha producido en el cinturón continental que rodea el Ártico, las denominadas regiones boreales.
En estos 20 años, la pérdida de bosque boreal relacionado con el fuego en aumentó a un ritmo de un 3 % anual, lo que equivale a alrededor de 110.000 hectáreas; es aproximadamente la mitad del aumento mundial total entre 2001 y 2022.
El bosque boreal, también conocido como taiga, es el bioma terrestre más grande del mundo. Representa alrededor del 30% del área forestal global, y contiene más agua dulce superficial que cualquier otro bioma. Abarca principalmente ocho países: Canadá, China, Finlandia, Japón, Noruega, Rusia, Suecia y Estados Unidos. Por lo general, se compone de especies de coníferas como pinos y abetos, con algunas especies de hoja caduca como álamos y abedules.
Estos bosques crecen en ambientes de altas latitudes donde se dan temperaturas bajo cero durante seis a ocho meses. Los climatólogos señalan que el aumento de la actividad de los incendios se puede deber a que estas regiones se están calentando a un ritmo más rápido que las del resto del planeta. Por ejemplo, según datos del World Resources Institute, en 2021, Rusia experimentó una dramática pérdida de cobertura arbórea quemada de más de 5,4 millones de hectáreas, la mayor extensión registrada en los últimos 20 años , lo que significa un aumento del 31% respecto a 2020.
La relación con las olas de calor es sintomática. En Rusia los incendios de 2021 coincidieron con largos periodos de temperaturas anómalas. En Canadá, el peor registro de superficie quemada en 2023 se dio con valores récord de temperatura (superiores en muchos casos a 40ºC) y un largo periodo de sequía de enero a julio provocó la quema de 9,5 millones de hectáreas de bosque, una superficie equivalente al tamaño de Portugal.
El bosque boreal registra la mayor superficie quemada históricamente, pero también los bosques amazónicos, centroafricanos e indonesios, pese a su alto nivel de humedad sufren también el azote de los incendios. En la gráfica 1, lo podemos ver.
No sólo el fuego destruye bosques
Existe la creencia bastante popularizada de que los incendios forestales son la principal causa de la desaparición de los bosques. Sin embargo, esto no es así, ni mucho menos. La figura 2 nos muestra que la mayor pérdida de masa boscosa se debe a acciones humanas planificadas, como la agricultura industrializada y la urbanización.
Retroalimentación positiva y pérdida de biodiversidad
Las heridas del fuego en el mundo desarrollado son más “mediáticas” por su carga de simbolismo apocalíptico. Un bosque que arde es la imagen más demoledora del antropoceno. Pero un incendio forestal trae consigo más afectaciones que las de la destrucción del paisaje que es lo que primero se percibe y asusta a simple vista. A nivel global, a los científicos les preocupa más el círculo vicioso de retroalimentación positiva que provocan. La quema de bosque emite grandes cantidades de gases de efecto invernadero, y además la pérdida de biomasa reduce la fotosíntesis, por lo que se absorbe menos CO2 de la atmósfera.
Por otra parte, la pérdida de manto verde puede cambiar la albedo (la capacidad de reflejar la luz solar) de la superficie terrestre. La tierra quemada es generalmente más oscura y absorbe más calor, lo que se desencadena otra retroalimentación positiva.
Los efectos sobre la biodiversidad son también notorios. Se desequilibran las cadenas alimenticias y la vegetación queda más desprotegida ante las plagas y enfermedades, además de que su capacidad de crecimiento resulta dañada. Los suelos quedan expuestos y susceptibles a la erosión, y dificultan la recarga de los acuíferos y las capas freáticas.
Podemos frenar el fuego
Según un informe de 2022 de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), para finales de siglo, se prevé que el número de incendios forestales extremos en todo el mundo aumente un 50%. Es urgente actuar.
El fuego en el bosque obedece a factores universales y los fracasos se dan por igual en todos los casos. Las inversiones en tecnologías de extinción no son suficientes; por ejemplo, muchas veces por más agua que se lance desde los hidroaviones especializados (el método más empleado masivamente), ésta no lega al foco del fuego al evaporarse a causa de las altísimas temperaturas que se generan.
Los últimos años se han desarrollado recursos como los retardadores de llama mezclados con el agua, los drones y robots resistentes al fuego, los dispositivos autónomos como las bolas de extinción (que estallan dispersando agua), y hasta ondas acústicas de baja frecuencia (para extinguir llamas al desestabilizar el aire alrededor). Son elementos que ayudan y pueden ayudar significativamente a la lucha contra los incendios, pero la mayoría de expertos señala que el foco debe ponerse en la prevención y en la preparación de los gobiernos y las comunidades.
En el Centro de Investigación de Incendios Forestales de la Universidad de Swansea en el Reino Unido se están haciendo avances en modelos de prevención de la gravedad de un incendio y dónde y cuándo se producirá. Pero por ahora lo urgente es planificar acciones como extremar la vigilancia, las quemas controladas, el pastoreo del ganado, el trazado de caminos cortafuegos o la eliminación mecanizada de la vegetación seca en las zonas más expuestas, como las de las carreteras y urbanizaciones.
Los incendios no conocen fronteras, por ello están fomentando una esperanzadora colaboración internacional. Mucho se puede hacer con una gobernanza valiente que además de cooperar en la extinción obligue a cumplir las normas de prevención que nos afectan a todos por igual.