Hemos iniciado un nuevo proyecto en un campo de refugiados, esta vez en el en el suroeste de Uganda, en el distrito de Kamwenge, donde según ACNUR viven casi 100.000 personas, la mayoría congoleños que huyen de la violencia. Allí, en el campamento de Rwamwanja, vamos a beneficiar con acceso al agua y la higiene a más de 5.000 escolares desplazados y sus familiares.
El centro se encuentra en un área de aproximadamente 127 km2 que abarca varias pequeñas aldeas. Hace un año, albergaba una población de 82.926 personas, en su mayoría (82%) mujeres, niñas y niños. La mayoría llega huyendo de la violencia en la República Democrática del Congo (RDC).
Los refugiados entran en el campamento tras haber sufrido el trauma de la violencia, a menudo sin pertenencias, ni comida ni agua. La mayoría llegan tras haber pasado un proceso burocrático de varios días esperando hacinados el permiso del Gobierno. Cuando ingresan en el campo se les proporciona un espacio libre, generalmente una pequeña parcela, de unos 20 metros cuadrados, unas cuantas estacas de madera, adobe y una lona para que se construyan su choza. Reciben comida de la ayuda humanitaria y el agua la tienen que ir a buscar a los puntos de suministro del campo. Éstos no llegan a proporcionar los 20 litros diarios por persona que, como mínimo, establece la OMS. Los problemas de falta de saneamiento e higiene van parejos.
La escolarización tras la huída
La peor parte del drama se la llevan los menores en edad escolar, especialmente las niñas que sufren de una forma especial la falta de instalaciones seguras de agua e higiene. Según ACNUR, los refugiados en edad de escolarización son casi la mitad, lo que muestra la gravedad del problema.
En la Escuela Primaria Mahega de nuestro proyecto, los puntos de agua disponibles se encuentran a un radio de más de dos kilómetros del centro escolar, y los manantiales no son seguros ya que suelen estar contaminados. La única fuente de agua de que dispone la escuela es un tanque de recolección de agua de lluvia, que sólo mitiga el problema en la estación húmeda.
Para los niños en edad escolar, la interrupción de su educación representa un dramático obstáculo para su futuro. En el caso de los congoleños, cuya educación ha sido en francés, el cambio al inglés de Uganda es una dificultad añadida, por lo que necesitan un personal docente capacitado para facilitar su adaptación.
Pero el problema no es sólo académico. Los refugiados llegan ansiosos por la falta de perspectivas de futuro, por la malnutrición y las enfermedades. Huyen de la guerra silente que asuela la RDC, de la usurpación de sus casas y campos de cultivo, de las violaciones, de la esclavitud o del secuestro de niños para convertirlos en soldados.
Para estos niños y niñas la escuela no sólo les brinda educación, sino que representa un espacio seguro después de haber experimentado un trauma psicológico. ACNUR señala que el 10% de estos menores llegan solos, separados de sus familias. Ir a la escuela proporciona a los niños una rutina y un propósito en su día a día, y el acceso al apoyo psicosocial y a los servicios de protección infantil.
Uganda, país de acogida sobrepasado
Según ACNUR, en Uganda residen 1,4 millones de refugiados; es el país que tiene uno de los modelos de acogida más generosos, y el tercero del mundo que más refugiados acoge, solamente por detrás de Turquía y Pakistán. El pasado junio, se contabilizaban en Uganda más de 882.000 sursudaneses y casi 500.000 congoleños, la mayoría en campos de acogida.
Sin embargo, el Gobierno se ve impotente para absorber este flujo migratorio constante y reconoce que la corrupción es una lacra. Este año admitió que se habían defraudado más de 100 millones de dólares de donativos internacionales, y que muchos de los alimentos y medicamentos de la ayuda humanitaria no llegan a su destino y acaban en el mercado negro.
Una tragedia que no cesa
El pasado Día Mundial del Retrete, en el debate “Saneamiento en conflicto” que organizamos en el Roca Madrid Gallery, expusimos la enorme magnitud del problema al que se enfrentan los refugiados y que no tiene visos de solución ni a corto ni a medio plazo. Desde la Fundación lo hemos vivido de cerca: uno de los primeros proyectos en los que colaboramos con Intermón Oxfam tenía como objetivo, además de llevar agua y saneamiento a los campos de refugiados de Chad, luchar contra el olvido internacional de una tragedia humana que parece no tener fin.
Es un drama internacional que está afectado por el contexto socioeconómico de los países de procedencia, y los de acogida. La situación en la RDC queda reflejada en el proyecto en el que colaboramos en el campo para refugiados de Nyabiheke, en Ruanda, y comparte la vergüenza del drama humano de los desplazados ucranianos en Rumanía y la República de Moldavia.
La guerra de Siria mostró los problemas de integración de los escolares en el sur del Líbano, problema al que se enfrentan los niños y niñas que han tenido que huir. Para los que lo han perdido todo y no saben si podrán algún día retornar, la educación es la mejor herramienta para encontrar un sentido a la vida, un vehículo imprescindible ya sea para su integración en su nuevo mundo o para la reconstrucción de sus hogares perdidos.