Dormir bien por las noches es difícil en muchas ciudades de clima de verano cálido. La temperatura nocturna baja poco respecto a la diurna y las brisas menguan y hasta desaparecen. Son ya varios los informes, como los de Lancet Countdown, que alertan de las afectaciones para la salud humana de la alta temperatura. Recientemente, la Unidad de referencia de Cambio Climático y Salud del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) publicó una investigación que revela que los efectos de las denominadas islas de calor urbanas, añadidos al cambio climático y a la contaminación generada por el tráfico y la industria, aumenta el riesgo de hospitalizaciones y fallecimientos en las ciudades y su entorno.
La isla de calor urbana es un fenómeno de calentamiento en el centro de las ciudades debido al asfalto, el hormigón y el acero que absorben la radiación solar y la energía de los motores de los automóviles y los sistemas de refrigeración. Esta masa concentrada acumula calor mucho más que los parajes naturales como los bosques, el mar, los ríos o lagos, y lo libera lentamente a la atmósfera. Es un fenómeno que provoca las “noches tropicales”: temperaturas mínimas muy altas que reducen notablemente el gradiente térmico respecto a las diurnas.
Isla de calor y cambio climático: una combinación de riesgo
La arquitecta chilena Cristina Huidobro, miembro del Arsht-Rock, el centro de estudios para la resiliencia de la Fundación Rockefeller, califica a este calor como un “asesino silencioso”, debido a la falta de protocolos médicos para identificar las muertes por su causa. La experta asegura que es el efecto del cambio climático que más muertes provoca, más que los huracanes y las inundaciones, y también destaca que es uno de los factores nefastos más evitables, si se actúa con eficiencia en las grandes ciudades.
Según un estudio del catedrático de Geografía Física Javier Martín Vide y el Grupo de Climatología de la Universidad de Barcelona, en el contexto actual de cambio climático, la isla de calor urbana ha dejado de ser un fenómeno local curioso para convertirse en un nuevo riesgo meteorológico durante las olas de calor.
Las ciudades con alta densidad de población y un tamaño más grande tienden a formar islas de calor más intensas en comparación con ciudades más pequeñas o con menor densidad. Algunos datos de las mayores ciudades lo corroboran: las temperaturas en el centro de París y Londres pueden ser hasta 2-3°C más altas que en las áreas rurales circundantes; mientras que Los Ángeles es conocida por tener una de las islas de calor más intensas del mundo: las temperaturas en el centro de la ciudad pueden superar los 5°C más que en las zonas adyacentes.
La tipología urbana es un factor determinante. Los centros de las ciudades norteamericanas, con mayor concentración y altura de loa edificios y menor arbolado generan mayores islas de calor que las europeas que suelen tener las edificaciones más dispersas y mayor vegetación en las calles.
El calor urbano provoca mayor contaminación del agua
Además de la salud, existen estudios e investigaciones que indican que los periodos de calor extremo pueden tener un impacto significativo en la contaminación del agua. La escorrentía, provocada por la lluvia, arrastra los contaminantes acumulados en calles y edificios. Muchos de ellos provienen de la descomposición química de ciertas sustancias por el calor, como plásticos, algunas pinturas, residuos orgánicos y el asfalto que puede liberar compuestos volátiles orgánicos.
El asfalto de las ciudades pude llegar a alcanzar fácilmente valores entre 50°C y 75°C lo que es un factor que incrementa la presencia de elastómeros debidos a la fricción con el caucho de las ruedas de los automóviles reblandecido por el calor. El aumento de estas micropartículas residuales en el asfalto es una de las razones por las cuales los ingenieros de carreteras y las autoridades viales consideran la temperatura ambiental y el clima local al diseñar las carreteras y su mantenimiento. También es un factor que puede contribuir al fenómeno del “polvo de neumáticos”, que es la acumulación de partículas de caucho en suspensión en el aire en áreas de alto tráfico y altas temperaturas, y que también son arrastradas por la lluvia.
Menos coches, más árboles
Si el asfalto de una ciudad como Los Ángeles pude llegar a 75ºC y el hormigón a 65ºC, la temperatura de la hierba no sobrepasa los 42ºC. Estudios de arquitectura han demostrado que plantando árboles alrededor una casa se puede disminuir en un 50 % el uso del aire acondicionado. En los altos edificios de las ciudades no es posible lograr tanta reducción, pero sí se demuestra que cuanto más altos y frondosos sean los árboles más influirán en el ahorro de energía para refrigeración. Además de absorber el dióxido de carbono (CO2), la cobertura vegetal mitiga el efecto de isla de calor al proporcionar sombra y enfriamiento a través de la evapotranspiración de las plantas.
El 3 % de la superficie terrestre del planeta está ocupado por las ciudades que pasan a ser protagonistas de los procesos adaptativos. Los más de 6.500 millones de habitantes que albergarán las urbes en 2050 van a tener que vivir con los efectos de islas de calor que pueden llegar a afectar seriamente su salud y empeorar la contaminación del medio ambiente.
Climatólogos y urbanistas insisten en que reverdecer las ciudades debe ser un objetivo prioritario de cualquier planificación urbana. No sólo aumentar los parques y el arbolado de las calles, la vegetación debe llegar a los propios tejados, terrazas y azoteas; en muchos casos la agricultura urbana puede ser de una gran ayuda. Hemos escondido la naturaleza en las ciudades, hay que reparar el daño devolviéndosela.