Los actuales sistemas de saneamiento urbano tienen mucho que mejorar. Según ONU-Agua y la UNESCO, en los países más ricos, el 30 % de las aguas residuales no se tratan; y en los países más pobres esta proporción sobrepasa el 92 %. Por término medio, en todo el mundo, más del 80 % de las aguas que expulsan las zonas urbanas e industriales se devuelven al medio con toda su carga contaminante. Son una fuente de degradación de ríos, lagos y mares que pone en jaque la consecución de la sostenibilidad mundial para 2030. Ante la perspectiva de un planeta que, a mediados de este siglo, tendrá el 75 % de su población viviendo en enormes masas urbanas, lograr reducir esta contaminación es un reto medioambiental imprescindible y de grandes proporciones. El incremento de las tormentas, que ya se está dando en muchas zonas del mundo, añade un factor de contaminación debido a la incapacidad de los sistemas de depuración de absorber las grandes avenidas.
Saneamiento urbano: de la salud al medio ambiente
Las redes de alcantarillado modernas nacieron a mediados del siglo XIX a causa de dos hechos claves: el espectacular crecimiento de las grandes ciudades europeas, las principales protagonistas de la Revolución Industrial, y los avances en microbiología.
El incremento de la masa urbana concentró aún más las aguas residuales que sobrepasaron en muchos casos la capacidad de los pozos negros, filtrándose a los pozos de agua potable y causando mortíferas epidemias de cólera o fiebre tifoidea. Por otra parte las investigaciones de Louis Pasteur demostraron que estas enfermedades era debidas a los microorganismos presentes en el agua fecal. La legislación en los países industrializados cambió radicalmente y el alcantarillado se hizo norma.
Los sistemas de alcantarillado mejoraron notablemente la salud de los ciudadanos y también evitaron los daños por las inundaciones de calles y casas. Sin embargo no hacían otra cosa que alejar de forma más o menos segura las aguas fecales que se vertían directamente a los cauces fluviales o al mar.
En 1914 los ingenieros Edward Arden y William T. Lockett, descubrieron los fangos activos, que permitieron el desarrollo del tratamiento biológico para la depuración de la contaminación orgánica de aguas residuales. Fue la base para el desarrollo de las estaciones depuradoras de aguas residuales (EDAR), que comenzaron a implementarse a mediados del siglo XX en las ciudades de los países más ricos. Las EDAR permitieron que el saneamiento urbano impactase lo menos posible en el medio ambiente y posibilitaron también que la amenaza para la salud de las aguas fecales, que se había extendido a causa del incremento de la masa urbana, quedara contenida.
Las EDAR son instalaciones ya inseparables de los sistemas de saneamiento modernos, aunque su instalación masiva es relativamente reciente. Así lo explicó Pere Malgrat, Coordinador de Drenaje Urbano y Resiliencia de EurEau (Asociación Europea de entidades gestoras de agua y saneamiento), en el debate Residuos en Tierra. Residuos en el agua, organizado por Barcelona i la Mar y la Fundación We Are Water el pasado noviembre en el Roca Barcelona Gallery: “Hace tan sólo 15 años podíamos encontrar muchas ciudades con un 35% de las aguas sin depurar. La exigencia medioambiental ha hecho que se fueran instalando cada vez más”.
Alcantarillas: más allá de las aguas negras
Las EDAR son el destino de las aguas residuales que circulan por el alcantarillado. Las redes de alcantarillas se diseñaron principalmente como “sistemas unitarios”. En ellos las aguas negras y grises de domicilios e industrias se recogían en una única red de conducciones a la que también se vertía la escorrentía debida a las lluvias. En los últimos 30-40 años se empezaron a desarrollar “sistemas separativos”, en los que las aguas pluviales circulaban por conductos separados que las vertían directamente al medio sin pasar por la depuradora; se suponía que estas aguas no eran contaminantes, y así se evitaba el desbordamiento del sistema de saneamiento (DSS) en los episodios de lluvia intensa. Malgrat señala el caso de las tormentas que se desencadenan en las ciudades mediterráneas: “En ciudades como Barcelona o Alicante, por ejemplo, en las grandes avenidas puede llegar a circular por sus conductos unitarios 80 ó 100 veces más de aguas pluviales que de residuales. Esto lleva al desbordamiento, y que a través de los aliviaderos se vierta ese excedente al mar.”
Estas aguas de lluvia llegan mezcladas con las fecales y arrastran todo tipo de elementos sólidos que los sistemas de flitrado de las alcantarillas no han podido retener. El resultado es bien visible tras las tormentas en las playas y aguas colindantes. Estas situaciones de DSS se han repetido con frecuencia en muchas las ciudades, como Nueva York en el East River, París en el Sena, Londres en el Támesis, Nantes en el Loira y Bombay en el Índico, por citar los casos más notables en las que las toneladas de basuras flotantes en las aguas han causado indignación y la consecuente presión social y política para erradicar esta lacra.
La escorrentía pluvial también contamina
El problema se complica ante el hecho de que las aguas de la escorrentía urbana no están libres de contaminación. Varios estudios realizados las dos últimas décadas han confirmado una alta carga de contaminantes debidos a las actividades humanas realizadas en la superficie de las ciudades: excrementos de animales, plásticos, papeles y cartones, restos de alimentos, micropartículas de elastómeros provenientes del caucho de las ruedas, pinturas, desinfectantes y un largo etcétera de productos contaminantes. Entre los más nefastos destacan los filtros de las colillas de cigarrillos: se estima que unos 4,5 billones de colillas se tiran anualmente al suelo y a los desagües domésticos y urbanos en todo el mundo; el acetato de celulosa y los plastificantes de los filtros causan notables daños a las plantas en cuanto entran en contacto con el agua cercana y su prohibición no avanza en la gobernanza internacional; a lo más, las ordenanzas municipales sancionan con multas que pocas veces llegan a imponerse.
El alto poder contaminante de las escorrentías urbanas quedó de manifiesto en los estudios realizados por la Comisión Europea para evaluar el funcionamiento de las EDAR y revisar en consecuencia la normativa vigente, que data de 1991. Estos análisis de aguas vertidas al medio revelaron la importante carga contaminante de las escorrentías urbanas y de los DSS en cuatro contaminantes básicos: materia orgánica, nitrógeno, fósforo y bacterias coliformes. Pere Malgrat destacó la importancia de estos desbordamientos: “Se consideró que las aguas pluviales eran limpias y ya sabemos que esto no es así. Además los desbordamientos de los sistemas provocan de un 25 a un 50 % de carga contaminante aún pendiente de eliminar”.
Un reto Smart
Si tenemos en cuenta el envejecimiento de buena parte del alcantarillado urbano, el notable crecimiento de las ciudades y la crisis climática, se impone un cambio en los sistemas de gestión. Según el experto en drenaje urbano, la gestión tradicional del saneamiento es poco eficiente y tiene deficiencias importantes, y debemos evolucionar hacia una gestión avanzada: “Tenemos en la actualidad nuevas herramientas como los modelos de simulación, sistemas de información geográfica (GIS) y nuevas tecnologías que son de gran ayuda. Todo ello nos tiene que llevar a una gestión inteligente del saneamiento, en la que conozcamos de forma precisa el estado de los sistemas y su funcionamiento, y sobre todo una gestión integral y en tiempo real del drenaje urbano y de las depuradoras para lograr un sistema adaptable a las amenazas emergentes, como los cambios en la forma de llover”.
El nuevo saneamiento debe planificarse teniendo en cuenta todo el recorrido del agua, de forma integral. “Es una responsabilidad de todos los actores, nadie puede ir por su cuenta sin tener en cuenta el resto. Por ejemplo, muchas veces se descuida la limpieza de las calles, los imbornales y las rieras y esto origina muchos problemas”.
El modelo de ciudad regenerativa que plantea el urbanismo sostenible aboga por promover los sistemas urbanos de drenaje sostenible (SUDS), como los pavimentos permeables, las cunetas verdes, las zanjas drenantes y los tejados verdes entre otras soluciones que tienden a reducir la violencia de las escorrentías y proporcionan un filtraje natural del agua.
Una inversión necesaria que debe llegar a todos
Las mejoras deben incluir la construcción de depósitos de retención, mejorar los aliviaderos con tamices y sensores, proveer de mallas en las depuradoras, y el desarrollo de las tecnologías inteligentes. Todo ello implica retos normativos y clarificar las competencias de los sistemas de saneamiento tanto a nivel nacional como internacional, pero sobre todos establecer marcos financieros que incentiven la inversión. Según Malgrat con la debida transparencia e información las administraciones no deben ser reticentes a subir la tarifa del agua: “El dinero siempre acaba saliendo del ciudadano, ya sea según un sistema impositivo u otro. Si al ciudadano se le explican bien las cosas lo acaba entendiendo. La Unión Europea está en esta línea de transparencia y concienciación, y esto se acabará cambiando. Al final, si la inversión se divide entre la población la repercusión en el ciudadano es muy baja en comparación con los beneficios que recibe”.
El reto es global. El desarrollo urbano no puede dejar atrás la eficiencia del saneamiento. Queda mucho trabajo por hacer. Los modelos y las normativas que se están desarrollando en los países avanzados ni siquiera están aún plenamente implementados, aunque en los próximos años se verán notables avances. El gran reto es hacerlos extensivos a las grandes urbes que crecen de forma descontrolada en las economías más pobres. Ni la brecha tecnológica ni el bloqueo de la actual pandemia deben frenar este paso decisivo hacia el agua limpia.