Toda el agua que bebemos es un agua reciclada en primera instancia por la naturaleza; es un proceso que se inició hace millones de añosy que ha configurado la vida en nuestro planeta tal como la conocemos.
Desde que el agua está en la Tierra, su cantidad, más de 1.380 millones de kilómetros cúbicos (km3), ha permanecido prácticamente inalterable desde que se formó nuestro planeta: una molécula del agua que bebemos puede haber estado en el océano primigenio donde surgió la vida hace unos 4.000 millones de años, en la sangre de un dinosaurio, en las manos de Leonardo da Vinci o en el cerebro de Einstein. Estadísticamente es improbable, pero es posible.
Minúsculo a escala planetaria, pero vital
Toda el agua dulce que conocemos proviene de un ciclo que se inicia por la evaporación de los mares, donde se encuentra el 96,5 % de toda el agua del planeta, unos 1.338 millones de km3. Este proceso se genera por un enorme aporte de energía 100% renovable: la radiación solar. La evaporación, que inicia el ciclo, absorbe la mitad de la energía del sol recibida en la superficie terrestre y lleva el agua a la atmósfera en forma de vapor.
El agua atmosférica ocupa alrededor de 12,900 km3, lo que supone el 0,001% del agua del planeta. Es una proporción ínfima pero es vital: una parte de ella, tras condensarse o congelarse, vuelve a la superficie de la Tierra en forma de lluvia, nieve o granizo. Ese agua forma los ríos y lagos, los glaciares y los acuíferos, da vida a las plantas y a los animales, y forma parte intrínseca de ellos, sin agua ningún tipo de vida podría existir.
El agua atmosférica tiene un papel clavemás allá del régimen de precipitaciones: junto a la temperatura de aire determinael equilibrio energético de la atmósfera, y por tanto cualquier variaciónen su distribución origina un cambio notable en las condiciones climáticas de la superficie terrestre.
Es por ello que el calentamiento global de la atmósfera está causando el cambio climático. Si a escala planetaria el ciclo del agua es minúsculo, a escala de la biosfera, la capa de la atmósfera donde se mantiene la vida, es enorme, y sus alteraciones, por pequeñas que sean, tienen un efecto notable sobre el agua de la superficie terrestre: sequías e inundaciones, huracanes y tifones, deshielo polar… son fenómenos cuya intensidad y frecuencia están variando notablemente y de los que la ciencia aún sabe poco.
Un ciclo que todo lo relaciona
El cambio climático está causando una alteración en el ciclo del agua que afecta no sólo a la atmósfera. La disminución de la masa de hielo polar está causando, además de la alarmante subida del nivel del mar, alteraciones en las corrientes marinas de consecuencias todavía inciertas según los oceanógrafos, ya que estos movimientos oceánicos condicionan tanto las precipitaciones como la fuerza y la trayectoria de fenómenos meteorológicos extremos, y además son clave para el equilibrio de la fauna marina.
Por otra parte, un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) asegura que sólo la pérdida de nieve y hielo de los glaciares de las montañas de Asia afectaría a aproximadamente el 40% de la población mundial: la agricultura de Afganistán, Tayikistán, Pakistán, India, Nepal, Bután, Birmania, Blangadés y China depende en su mayor parte del hielo del Himalaya, que está en claro retroceso.
También la fusión del hielo del permafrost, la capa de suelo permanentemente congelada de las zonas próximas a los círculos polares, puede liberar a la atmósfera grandes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero más potente que el CO2, aunque de menor duración en el aire.
Contaminación, ¿nuestra firma indeleble?
Otra de las consecuencias nefastas de la era antropogénica que estamos viviendo es la contaminación. En el agua, ocurre lo mismo que en el aire: los contaminantes se dispersan en el medio y extienden por todo el planeta.
El agua del mar transporta plaguicidas, herbicidas, fertilizantes, detergentes, hidrocarburos, microplásticos y muchas otras sustancias que provienen principalmente de los ríos contaminados. Es una contaminación que la naturaleza no puede absorber ni reciclar en su totalidad y se sospecha que mucha de ella permanecerá inalterable en el tiempo.
El tiempo de residencia de la contaminación en el agua es más alto que en el aire y por tanto el daño que produce en la flora y la fauna es mayor; de hecho es la más preocupante ya que puede llegar a acelerar el proceso de acidificación de los océanos disminuyendo su capacidad de absorber CO2, algo que acapara la atención de los científicos, pues es un factor determinante en la previsión de la evolución del cambio climático y sus consecuencias.
La respuesta está en la naturaleza, aprendamos de ella
El ciclo del agua nos enseña muchas cosas, desde como tratar el agua en una depuradora, una instalación que replica los procesos de filtrado y tratamiento orgánico que el agua experimenta en su ciclo natural, hasta como cultivar la tierra en armonía con el entorno.
Las culturas ancestrales, que estamos olvidando y en muchos casos destruyendo, respetaban y seguían en sus orígenes el ciclo del agua. Lo hacían en su forma de cultivar, de abrevar a su ganado, de beber y de lavarse. Recuperar esta forma de relacionarnos con entorno es posible y se está mostrando en muchos proyectos como los que Fundación We Are Water ha llevado a cabo en Bosawas, Nicaragua, y en el lago Titicaca en Bolivia y Perú. En todos ellos, la recuperación del ciclo natural del agua significa la recuperación de la memoria colectiva, un elemento que además de aportar resiliencia a la comunidad, es una herramienta de acción muy efectiva tanto para mitigar el cambio climático como para adaptarse a sus efectos.
Estamos alterando este ciclo. Si queremos aprender de él, tenemos que dejar de alterarlo y cuidarlo. La respuesta está en la naturaleza, sí. Pero tenemos que asegurarnos que la seguiremos encontrando allí