Estamos asumiendo una nueva normalidad. La degradación y disminución de las cuencas hidrográficas, los acuíferos, lagos, glaciares y el hielo polar no parecen tener vuelta atrás. El Banco Mundial calcula que alrededor del 66% de la población mundial vive en una cuenca hidrológica que sufre estrés hídrico durante al menos una vez al año. Y es una proporción que no para de crecer.
Datos implacables para reflexionar
La actividad económica global obedece a un concepto de prosperidad basada en el aumento del PIB que casi ningún gobierno se plantea abandonar. Con el incremento de la población la demanda de agua seguirá creciendo exponencialmente. En consecuencia, la contaminación, la intensificación agrícola y la urbanización, que son las actividades humanas más agresivas con el agua, van a seguir con una clara tendencia al alza. El estrés hídrico y la escasez de agua son dos factores que tendremos que seguir de cerca y solucionar para evitar que se extiendan las tensiones a nuevas regiones del mundo y empeoren la situación allí donde ya son endémicos. Es posible hacerlo, pero hay que trabajar de forma conjunta y coordinada.
No es nada nuevo que el IPCC no hubiera advertido en su Sexto Informe de Evaluación (AR6). Ahora, el Banco Mundial y la Alianza Mundial para la Seguridad Hídrica y el Saneamiento (GWSP por sus siglas en inglés) acaban de publicar Sequías y déficits (Droughts and Deficits), un riguroso estudio que presenta nuevas estimaciones de los efectos de las crisis causadas por la irregularidad de las precipitaciones y las sequías en las tasas de crecimiento del PIB.
Uno de los datos más impactantes del informe es que el número de sequías extremas ha aumentado un 233% en los últimos 50 años en determinadas regiones. También destaca que el 85 % de personas afectadas por sequías viven en países de ingresos bajos o medios.
2050: ¿Un mundo hídricamente (más) desequilibrado?
En Sequías y déficits se destaca que el cambio climático aumentará el riesgo de sequías y desertificación en muchas regiones que presentan un rápido crecimiento demográfico. En este mapa podemos ver que casi todas coinciden con las áreas con mayor presencia de grupos vulnerables y con notables desafíos para lograr la seguridad alimentaria.
Las anomalías pluviométricas, casi tan dañinas como las sequías
Los climatólogos ya han explicado detalladamente que la lluvia presenta una considerable variabilidad espacial (de una región a otra colindante) que es casi dos veces mayor que la de la temperatura. Ya hay señales claras de que esta variabilidad ha aumentado significativamente en las últimas cinco décadas. Un análisis detallado de los datos acumulados por los observatorios meteorológicos muestra que, entre 1960 y 2015, los patrones de precipitación han sido progresivamente menos predecibles al desviarse de los patrones climáticos habituales: las estaciones secas y las húmedas presentan una tendencia a difuminarse.
Estas anomalías, unidas al incremento de la temperatura ambiente, afectan a algunos cultivos tanto o más que las sequías, y añaden un factor de incertidumbre muy dañino para los pequeños agricultores de las zonas más pobres: que llueva o no llueva cuando debería hacerlo es esencial para la supervivencia de los que viven directamente de la tierra.
Aunque las proyecciones de precipitaciones futuras son inciertas, el IPCC no se cansa de advertir que todos los modelos de cambio climático apuntan a que las lluvias se volverán más erráticas y extremas con el aumento del calentamiento atmosférico.
Máxima presión en África
Uno de los ejemplos más significativos es el del Sahel, que ha experimentado algunas de las sequías más graves de los últimos 50 años. En esta vasta región africana, la temporada de lluvias es de junio a octubre, y el índice promedio anual se calcula a partir de esos meses en comparación con el período general 1980-2009. Un estudio de la Universidad de Washington señala que las precipitaciones estuvieron por encima de la media a largo plazo desde 1915 hasta finales de los años 1930 y durante los decenios de 1950 y 1960; después cayeron drásticamente y se mantuvieron por debajo de la media a largo plazo, mostrando las mayores anomalías negativas a principios de los años 1980, época que coincidió con terribles hambrunas.
Una situación similar la encontramos en el Cuerno de África, donde las variaciones de la lluvia estacional han aumentado notablemente desde la década de 1980. Como en el Sahel, los daños que las anomalías pluviométricas causan en los cultivos de sorgo, mijo, mungo, guisantes, maíz y sésamo, que son la base alimentaria de la población, provocan crisis humanitarias recurrentes y empujan a la migración. En estas zonas, a nivel macroeconómico, la agricultura constituye alrededor del 65% del PIB y da empleo a la mayoría de la población activa.
A mayor fortaleza económica, menor impacto
El Banco Mundial destaca que en los países económicamente fuertes, las sequías moderadas no tienen prácticamente ningún impacto, y sólo las sequías extremas tienen efectos adversos; en estos casos, estos países ven reducido su crecimiento en aproximadamente 0,3 puntos porcentuales.
Sin embargo, en los países en desarrollo, la sequía moderada reduce el crecimiento alrededor de 0,39 puntos porcentuales, y la sequía extrema lo hace hasta 0,85 puntos. La tasa de crecimiento promedio, durante el período en que se realizó el estudio, fue del 2,19 por ciento, lo que significa que incluso los episodios de sequía moderada pueden provocar una significativa caída del crecimiento en las áreas afectadas. Los resultados muestran claramente que las sequías son mucho más negativas para el crecimiento económico de los económicamente más débiles, que son los que más dependen de la agricultura.
Lo más preocupante es que, durante los últimos 50 años, los episodios secos han aumentado en frecuencia y extensión preferentemente en países de ingresos bajos y medianos; esta tendencia no se observa en las zonas templadas, donde se encuentran la mayor parte de los países económicamente desarrollados.
La importancia del “agua verde”
Existe también un efecto de retroalimentación: en las zonas donde los últimos años fueron más secos de lo normal, las crisis derivadas de las sequías son más dañinas. Esto indica claramente, y es la parte más importante del informe, que frenar y revertir el deterioro del manto vegetal, potenciando el mantenimiento de la humedad del suelo, lo que se denomina recientemente “agua verde”, debe ser la acción clave en las políticas de lucha contra la sequía y para proteger el desarrollo económico de los impactos adversos de las precipitaciones.
Los paisajes “saludables” nos dan la clave: la preservación del manto vegetal para mantener la humedad del suelo. Los bosques y los árboles añaden humedad al aire y al suelo, especialmente en la zona de las raíces. A lo largo de las cuencas locales e incluso a miles de kilómetros de distancia, los bosques pueden alterar el movimiento y regular el flujo del agua, absorbiéndola cuando es abundante y liberándola cuando es escasa. Es una sabiduría ancestral que en demasiadas zonas se ha olvidado.
El estudio Sequías y déficits destaca la necesidad de una gestión racional de los bosques y otros capitales naturales que afectan el ciclo hidrológico y la humedad del suelo, pero que rara vez se asocian con los impactos de las sequías en el crecimiento. En la próxima COP28 en los Emiratos Árabes, el agua verde no debe pasar desapercibida, sino tenida en cuenta como el mejor indicador del avance hacia el equilibrio hídrico global.