“Desde que tenemos agua la vida es más fácil para nosotros. Nos podemos lavar las manos después de ir al baño, tengo agua para mi higiene menstrual y tenemos un huerto en el que cultivamos hortalizas y aprendemos agricultura”. Lo dice Sandra alumna de la escuela Ngubo, en la comunidad de Malunku, una de las 29 centros de secundaria del distrito de Lupane, el más pobre de Zimbabue. Los 325 estudiantes y sus familias han experimentado un cambio significativo en sus vidas desde que, en colaboración con World Vision, construimos un pozo con bomba solar en el recinto de la escuela.
Cuando se construyó la escuela, en 2018, no tenía acceso a agua potable. La fuente más cercana estaba a un kilómetro de distancia. Era una instalación comunitaria con una bomba manual, que los alumnos tenían que ayudarse mutuamente para accionarla. Una de las actividades escolares diarias era ir a buscar agua con pesados bidones. Con esa agua bebían, se lavaban y baldeaban las letrinas. En Zimbabue, es lo habitual para los casi 1,6 millones de alumnos que, según el PCM, tienen acceso limitado a agua, lo que significa que emplean un tiempo de desplazamiento a la fuente más cercana superior a 30 minutos.
Higiene, agricultura, progreso
Ahora los escolares de Ngubo tienen agua, y los 325 miembros de la comunidad se benefician de tener un punto de abastecimiento a menos de 500 metros de sus hogares, el mínimo recomendado por la OMS. El nuevo punto de agua ha significado una sensible mejora en la higiene de los alumnos y profesores, ya que ahora pueden lavarse las manos en momentos críticos, por ejemplo, después de usar los inodoros y antes y después de manipular alimentos, prácticas que antes se veían muy dificultadas. Las chicas pueden limpiarse si tienen la menstruación mientras están en la escuela; a diferencia de antes, cuando tenían que regresar a casa y ausentarse hasta que terminase su ciclo. También la limpieza de las letrinas ha mejorado con la posibilidad de baldearlas, lo que ha supuesto un notable avance en salubridad.
En el caso de Ngubo, los beneficios de disponer de agua van más allá. La escuela ha podido poner en marcha la productividad de un huerto de media hectárea, del que los estudiantes obtienen un suplemento nutricional que mejora notablemente su dieta (la tasa de desnutrición en el distrito de Lupane es muy alta) y permite incorporar de forma estable y eficiente las prácticas agrícolas en el currículo escolar.
El aprendizaje agrícola, que antes era teórico, se completa ahora con la práctica. Esto es de suma importancia para el progreso de la comunidad, que vive en una zona de alta vulnerabilidad climática, con cultivos de secano de bajo rendimiento: los suelos son arenosos, con déficit de nutrientes y poca capacidad para retener el agua. Además, el cambio climático está afectando seriamente a la zona, cuya pluviosidad de 550 mm de media anual es muy errática, y en los últimos años los periodos de sequía se han incrementado, empeorando la pobreza y la desnutrición. Las consecuencias de la pandemia de la covid-19, y el incremento del precio de los alimentos estos últimos meses a causa de la guerra de Ucrania, han empeorado la situación.
El aprendizaje agrícola permite a los estudiantes transmitir a la comunidad conocimientos de botánica y geología para aumentar el rendimiento de los cultivos familiares. La adecuada gestión del agua repercute también en la salvaguarda de los acuíferos, la base en la que se sustenta su vida.
El huerto permite ahora a la escuela obtener ingresos gracias a la venta de los excedentes, y se ha convertido en un pequeño polo de desarrollo económico. Empresarios del distrito se han comprometido a impulsar en la escuela un proyecto de cría de cerdos y de aves de corral. De este modo se completa el ciclo de conocimiento agropecuario, y se abren posibilidades económicas para que la escuela disponga de fondos para mejorar sus instalaciones y adquirir material pedagógico moderno.
Participación es sostenibilidad y resiliencia
La construcción del pozo ha permitido también vertebrar y cohesionar a la comunidad mediante la participación desde el inicio del proyecto. Se ha creado así un sentimiento de propiedad que es la base de la sostenibilidad de los resultados. La participación conjunta ha desarrollado la confianza en la colaboración como instrumento para superar las dificultades y el convencimiento de que los recursos propios, por humildes que sean, con el adecuado conocimiento pueden proporcionar un futuro.
Un simple pozo ha permitido así impulsar el proceso educativo que es el más efectivo entorno protector de los pueblos. El agua ha posibilitado que los jóvenes se conviertan en agentes del cambio, que permitirá la adaptación y la resiliencia ante los estragos de la crisis climática y los vaivenes de la economía. Es la base para erradicar la pobreza y acercarnos a los objetivos de un mundo justo. Es la vida oculta del agua.