La deforestación es un proceso por el que se destruye la superficie de bosques en la Tierra. Está principalmente causado por la acción humana y es uno de los muchos desencadenantes de la desertificación que, según la FAO, afecta directamente unos 250 millones de personas y amenaza unos 1.000 millones que se encuentran en regiones de riesgo. Estas zonas están repartidas en más de cien países, la mayor parte de ellos en vías de desarrollo, que luchan por conseguir el pleno acceso al agua y la seguridad alimentaria. En 2015, según la FAO, los bosques todavía cubrían 30% del suelo del planeta, una masa de vida que está seriamente amenazada, pues cada año desaparecen 13 millones de hectáreas de bosque y la degradación del suelo afecta al 70% de todas las tierras secas, unos 3.600 millones de hectáreas.
Como muestra el cortometraje, esta degradación es principalmente debida a las talas o quemas realizadas por la industria maderera o por la obtención de suelo para la agricultura y ganadería. En Colombia, los análisis más recientes muestran que en 2015 se perdieron más de 120.000 hectáreas de bosques y, aunque a ritmo decreciente, el proceso continúa y el país, como casi todos los situados en el cinturón tropical, está aún lejos de lograr la “deforestación cero”.
La importancia hidrológica del bosque
La función más conocida del bosque es la absorción del CO2 atmosférico. La fotosíntesis que realizan las masas de vegetación, sobre todo las que son biológicamente jóvenes, es un elemento importante en la absorción de CO2, el principal gas que provoca el calentamiento global de la atmósfera. Esta constatación llevó a los expertos reunidos en la firma del Protocolo de Kioto a acuñar el término “sumidero de carbono” para hacer referencia a los ecosistemas que ayudan a reducir la elevada y creciente concentración de CO2 en el aire.
Durante las últimas décadas, los biólogos han descubierto datos decisivos para entender este proceso por el que las plantas absorben CO2 de la atmósfera, almacenan una parte del carbono tomado, y devuelven oxígeno al aire. Uno de los descubrimientos es que los bosques templados son los que más absorben CO2, mientras que los tropicales mantienen a menudo un equilibrio entre el CO2 absorbido y el liberado. Lo que también se ha descubierto es que cuando un bosque muere, el carbono retenido en la madera en descomposición vuelve a la atmósfera en forma de CO2. De ahí la importancia de la lucha contra la deforestación para mitigar el cambio climático.
Sin embargo, durante las últimas décadas la ciencia ha estudiado más a fondo la importancia de los bosques en la climatología y la hidrología, aspectos que se revelan también fundamentales para el equilibrio del planeta. Los bosques filtran y limpian el agua, amortiguan la escorrentía de los fuertes chubascos, que de otra manera erosionarían el suelo, y evitan el desplazamiento de los bancos de los ríos en las crecidas. Se calcula que los suelos forestales absorben hasta cuatro veces más agua de lluvia que los suelos cubiertos por pastos, y 18 veces más que los que están desprovistos de vegetación. De este modo, contribuyen también a la reducción de riesgos de desastres provocados por el agua, como desprendimientos de tierra e inundaciones.
Por ello, los biólogos comparan muchas veces los bosques con las esponjas al describir su papel en el ciclo del agua, ya que son capaces de almacenar grandes cantidades de ella y expulsarla por las hojas de las plantas. Se calcula que un árbol de 30 metros de altura de volumen medio puede emitir más de 3.000 litros diarios de agua en forma de vapor. De este modo se comprende la importancia del microclima que crean los bosques, ya que muchas veces éste actúa como barrera al avance de la desertificación y es clave en el equilibrio climático de la Tierra.
El bosque juega también un papel decisivo para facilitar el acceso al agua en zonas con dificultades para lograrlo. Según un análisis de la FAO, los bosques de las montañas Uluguru, por ejemplo, suministran agua potable a los 2,5 millones de habitantes de Dar es Salaam, la capital de Tanzania. Procesos similares se dan en ciudades como Quito, en Ecuador, y Ciudad del México, que obtienen buena parte del agua potable de bosques de montaña.
Los bosques permiten también mitigar los fenómenos meteorológicos extremos y el cambio climático, pero son vulnerables al calentamiento global. La disminución o el cambio del régimen de lluvias debe ser tenido en cuenta a la hora de gestionar la masa forestal del planeta y es uno de los objetivos claves en la lucha contra la desertificación.
La pobreza, factor de degradación del bosque
Los motivos de la tala indiscriminada son muchos, pero la mayoría están relacionados con la necesidad de subsistencia de los campesinos. Los agricultores talan los bosques para obtener más superficie para el cultivo o el pastoreo. También, como vemos en el cortometraje, los habitantes del bosque se ven obligados a trabajar para las compañías madereras que implementan el monocultivo de especies rentables a corto plazo que perjudican la biodiversidad y acaban por degradar el bosque.
En 1994, la evidencia del avance de la desertificación era tal que la Organización de las Naciones Unidas proclamó el 17 de junio como el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, con el propósito de concienciar al mundo contra un mal que se propaga alarmantemente, y el Objetivo 15 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODM) hace referencia directa a esta grave amenaza.
Varios proyectos de la Fundación We Are Water inciden sobre la necesidad de luchar contra la deforestación con métodos sostenibles. Uno que resume y muestra con claridad estas acciones es el que la Fundación We Are Water finalizó en 2011 en Anantapur, en el estado indio de Andhra Pradesh, conjuntamente con la Fundación Vicente Ferrer: la construcción de un embalse en Ganjikunta. En una zona amenazada por la desertificación y sometida al capricho climático de los monzones, la captación del agua de la lluvia mediante pequeños embalses permite a los campesinos diversificar sus cultivos, mantener el acceso al agua en las largas épocas de sequía y recuperar los acuíferos por filtración, proporcionando así agua a los pozos de la zona y mejorando la reforestación.
Otro proyecto de la Fundación que muestra cómo articular soluciones en comunidades amenazadas por la degradación del suelo fértil es el de la recuperación del ciclo natural del agua en la Reserva de Bosawas, en Nicaragua. La educación se muestra como uno de los ejes fundamentales de trabajo para la recuperación de las técnicas agrícolas y ganaderas tradicionales y lograr así la sostenibilidad de la actividad económica. Allí, conjuntamente con Educo, la Fundación desarrolló y aplicó un programa educativo para la comunidad indígena de los mayangna con el objetivo de poner freno a la deforestación y fomentar además la relación intercultural y los derechos de género.
La mejor garantía para salvar los bosques del mundo es la erradicación de la pobreza y el empoderamiento cultural de los campesinos. Si lo logramos, la naturaleza hará el resto.