El 22 de junio de 1969, el río Cuyahoga, a su paso por la ciudad de Cleveland (Ohio, EEUU), se incendió. Una chispa caída desde la línea de ferrocarril provocó la ignición de la capa de hidrocarburos y grasas que cubría su superficie y desencadenó una hoguera que se propagó varios kilómetros a lo largo del cauce. No hubo desgracias personales pero varios barcos ardieron y dos puentes ferroviarios quedaron dañados. Era la segunda vez que ocurría (el anterior incendio del Cuyahoga fue en 1952) y la reacción de la opinión pública marcó un antes y un después en las políticas medioambientales de EEUU que afectaron a todo el mundo industrializado.
La revista Time utilizó dos expresiones que pasaron a formar parte del lenguaje de denuncia medioambiental: el “río rezuma en vez de fluir” y que, de caer en sus aguas, una persona se “disolvería antes de ahogarse”. Ambas fueron muy utilizadas por los medios de comunicación que lideraron una campaña de sensibilización que se unió a la protesta ciudadana y provocó la decisión del Gobierno de Estados Unidos de redactar la Clean Water Act (la ley del agua limpia) y crear agencias federales y estatales de protección ambiental.
Durante la década de 1970, los gobiernos y la mayoría de los ciudadanos de las economías, que al finalizar la Segunda Guerra Mundial habían liderado la “segunda revolución industrial”, se dieron cuenta de que sus principales ríos habían enfermado gravemente debido a todo tipo de contaminantes industriales, residuos y aguas fecales provenientes de sistemas de saneamiento obsoletos e insuficientes ante el enorme crecimiento industrial y urbano experimentado. Los ríos contaminados, junto con el smog (la niebla tóxica que cubría las grandes ciudades), pasaron a ser símbolos de los enemigos a batir.
El océano, un pulmón congestionado
La lucha contra la contaminación de los ríos tuvo éxitos significativos en el mundo industrializado durante la década de 1980, pero coincidió con el desarrollo descontrolado de las economías emergentes que habían comenzado a verter ingentes cantidades de residuos a sus sistemas hidrológicos, muchos de ellos ya saturados de aguas residuales urbanas.
Por entonces, la comunidad científica trajo otra mala noticia: la confirmación de que la actividad humana estaba causando un cambio climático debido a un calentamiento progresivo de la atmósfera. El principal causante eran las emisiones de CO2 producidas por el uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) que habían aumentado de forma imparable asociadas al desarrollo industrial. Los científicos también corroboraron un hecho poco conocido: el agua del mar absorbía más de un 25 % de las emisiones de CO2 y constituía, junto a la fotosíntesis de las plantas, el segundo gran pulmón de la Tierra.
Pero esta función tan beneficiosa tenía un coste: la acidificación del mar, a causa del ácido carbónico creado en la reacción del CO2 con el agua, crecía a velocidades sin precedentes en los últimos 300 millones de años, y cuanto más se acidificaba la masa de agua marina menos dióxido de carbono podía absorber.
La acidificación no fue el único mal del océano que se confirmó a finales del siglo XX: en la Cumbre de la Tierra de Río de 1992, los oceanógrafos comunicaron que el mar, al absorber buena parte del calor de la atmósfera, aumentaba su temperatura de forma alarmante. En la actualidad sabemos que el océano, en los últimos 60 años, ha absorbido calor 15 veces más rápido que en los 10.000 años anteriores, lo que tiene un efecto imprevisible sobre el clima.
Las malas noticias sobre la salud del océano no han dejado de surgir en los últimos años. Además de acidificarse y calentarse, el agua del mar se desoxigena, pierde oxígeno. La Comisión Oceanográfica Intergubernamental (COI) de la Unesco estima que el volumen de agua marina anóxica (sin oxígeno) se ha más que cuadruplicado en los últimos 50 años. En la actualidad una superficie de 245.000 km2 del mar es ya una zona muerta a causa de la contaminación. A medida que el agotamiento del oxígeno se agudiza y extiende, los mares pierden su capacidad de soportar biomasa, lo que afecta a los recursos pesqueros y a la regulación ecológica del planeta.
Los ríos, todavía una asignatura pendiente
Se calcula que alrededor del 85 % de la contaminación marina global es producto de las actividades humanas que tienen lugar en la superficie terrestre, ya que el 90% de los contaminantes de esta actividad es transportado por los ríos al mar. En los últimos años, los ríos de las regiones industrializadas han mejorado; el Cuyahoga y el Mississippi, en EEUU, el Rin y el Sarno en Europa por citar algunos de los históricamente más contaminados, han experimentado los efectos de las severas legislaciones medioambientales dictadas por los gobiernos y por el incremento de la responsabilidad social de las industrias ribereñas.
Pero la mayor parte de los ríos de las economías emergentes han incrementado enormemente sus niveles de contaminación. Ríos como el Ganges en India, el Marilao y el Pasig en Filipinas, el Buriganga en Bangladés, el Matanza-Riachuelo en Argentina, el Amarillo en China, y el Citarum en Indonesia, que posee la triste calificación el río más contaminado del mundo, son algunos ejemplos de cauces que se han convertido en vertederos descontrolados de residuos. Estos, después de dañar la vida de millones de habitantes de sus riberas, acaban transportando al mar su letal carga de metales pesados, pesticidas y todo tipo de productos químicos que contribuyen a acidificar el agua marina y a desoxigenarla aún más. Entre ellos, la ciencia oceanográfica ha alertado de un fenómeno hasta hace unas décadas poco conocido: la eutrofización de las aguas costeras a causa de los fertilizantes agrícolas que proporcionan un exceso de nutrientes que desestabiliza el ecosistema marino.
Estas últimas décadas, a este nefasto cóctel se le han añadido los residuos plásticos, especialmente en su versión más dañina para la fauna marina: los microplásticos, que son ingeridos por los organismos marinos a causa de su parecido con el microplancton y son transportadores de otros contaminantes. Según la FAO, el 95% de los residuos plásticos que existen en los océanos llegan desde tan sólo lo diez ríos, especialmente los asiáticos, entre los que destacan el Ganges, que aboca al Índico alrededor de 544 millones de kg cada año, y el Yangtze, que vierte hasta 329 millones de kg de plástico en el mar Amarillo.
Como el Cuyahoga en 1969, hay todavía muchos ríos rezumantes de suciedad que causan que unos cinco millones de personas mueran cada año. Es imprescindible acabar con este desastre. No sólo depende de ello una eficaz mitigación y adaptación al cambio climático, sino el equilibrio de la toda la biosfera. La crisis de ríos y océanos nos tiene que concienciar de que tenemos una SOLA AGUA que compartimos con el resto de la vida en la Tierra. Si salvamos a los ríos podremos salvar el mar.