Los wayús, también conocidos como guajiros, se sienten hijos de Juyá, dios de las lluvias, y de Mma, la madre tierra, y este sentimiento se han enraizado en ellos desde que llegaron a la península de La Guajira, hace más de 20 siglos. Allí, el pueblo wayú, ha sobrevivido en armonía con un entorno de grandes contrastes hídricos, que los científicos ambientales suelen denominar como “el resumen climático del mundo”.
Situada al sur del mar Caribe, esta tierra, que comparte su territorio con Colombia y Venezuela, está marcada por el semidesierto central de la península, que es la única tierra seca caribeña. Este ha sido el principal hábitat natural de los wayús, y allí se ha forjado una cultura marcada por una intensa relación con el agua y la tierra.
Hijos de la lluvia, el corto de micro-animación de Ann López Angulo, finalista del We Art Water Film Festival 5, describe con imágenes cargadas de simbolismo la esencia de la cultura wayú del agua, y cómo su relación con ella se está viendo truncada por el deterioro medioambiental causado por la minería y la industrialización fuera de control.
Todos los climas, todas las aguas
Los alisios han convertido La Guajira en un aula climática excepcional. Al llegar a ella, los vientos del noreste chocan con dos cadenas montañosas, la de Macuira y la Sierra Nevada de Santa Marta. En el extremo noreste, la serranía de Macuira atrapa la humedad de los vientos que, a barlovento, crean un ecosistema único con zonas de densas nieblas y bosques. A sotavento, los alisios, desecados y recalentados por el efecto foehn, generan una amplia zona semiárida donde las lluvias apenas superan los 300 mm anuales.
Por su parte, la espectacular Sierra Nevada de Santa Marta se alza en el extremo suroeste de la península. Es el sistema montañoso litoral más alto del mundo y el más alto de la zona tropical, con picos que superan los 5.000 metros de altura. Allí, los alisios terminan su viaje a través del Caribe chocando con las imponentes montañas, provocando abundantes lluvias que suelen superar cada año los 3.000 mm. Más allá de los 4.000 metros cubren de nieves perpetuas las crestas de la sierra, configurando un paisaje de extraordinaria belleza. De este modo, en la Sierra Nevada de Santa Marta se encuentra una de las más amplias horquillas térmicas del planeta: la temperatura media va de 30°C en las playas del Caribe, hasta los 0°C en los picos más altos de la Sierra. La UNESCO la declaró Reserva de la Biosfera en 1979, dada la red de ecosistemas que albergan innumerables formas de vida.
Además, los arroyos de la península, en su desembocadura en el mar Caribe, forman lagunas y una larga línea de marismas que, a lo largo de la costa occidental de la península, están flanqueadas por manglares de alto valor ecológico. Desde siglos, la diversidad de especies de peces, crustáceos y moluscos de este hábitat han proporcionado sustento al pueblo wayú, además de albergar a numerosas especies de aves.
Una cultura amenazada
Nieve, lluvia, huracanes, ríos, niebla, tierras áridas, humedales… Las comunidades wayús han aprendido a vivir y comprender la relación vital con el agua en todos sus estados, incluyendo el poder destructor de los ciclones tropicales. Aprendieron a predecir la lluvia, a coordinar con exactitud las siembras y cosechas con las estaciones, a pescar y recolectar crustáceos en los manglares, a transportar el agua de los pozos y fuentes, y abrevar a su ganado con la justa cantidad de agua.
Pero desde hace décadas que esta relación está en peligro. La contaminación, la alteración de los cursos de agua y el cambio climático están dejando a los wayús sin acceso al agua. El caso más nefasto es el del cauce del río Ranchería, el más importante de la región, que ha sufrido alteraciones por la industria minera y las represas para regadío. El río nace en la Sierra Nevada de Santa Marta y recorre 150 km hasta su desembocadura en el mar Caribe, alimentando buena parte de los acuíferos de su cuenca.
La mina de carbón de El Cerrejón, ubicada en la cuenca del río Ranchería, es una de los yacimientos a cielo abierto más grandes del mundo. La mina ha supuesto un notable foco de contaminación de las fuentes de agua de las que se abastecen los wayús.
La situación empeoró en 2010 con la construcción de la represa El Cercado, para disponer de agua para la minería y los monocultivos de arroz y palma. El embalse alteró el cauce del río hasta el delta de su desembocadura, alterando los acuíferos aguas abajo y perjudicando el equilibrio ecológico. Contrario a lo exigido por la ley, la construcción del embalse no se comunicó ni consultó a la comunidad wayú, que vio como los caudales del agua superficial y subterránea disminuyeron secándose muchas de sus fuentes, e intensificando los efectos de las sequías que azotaron la región entre 2011 y y 2015.
UNICEF denunció en varias ocasiones el abandono del pueblo wayú y la elevada tasa de desnutrición provocada tras la puesta en marcha del embalse. En 2015, la región de La Guajira reportó una cifra de 46 muertes por cada 1.000 niños y niñas menores de un año por desnutrición; entre los menores de 6 años, esta cifra aumentó a 60 muertes por 1.000.
Lucha contra el abandono
Los wayús tienen doble nacionalidad y libertad de circulación entre Colombia y Venezuela, pero la conflictividad política, la inseguridad y las crisis económicas han relegado sus problemas a un segundo plano en los gobiernos de ambos países. Como la mayoría de las etnias de Latinoamérica, los wayús están amenazados.
Una mirada al pasado nos puede hacer reflexionar. Las culturas ancestrales del agua son ejemplos de resistencia y resiliencia frente a los avatares climáticos. Muchos casos de éxito, como la hidráulica inca que actualmente inspiran la potenciación agrícola de la región andina de Perú, muestran el potencial regenerador de este conocimiento casi olvidado.
Desde la Fundación, una de nuestras líneas de trabajo va en este dirección: ayudar a recuperar las culturas ancestrales, como la de los baori indios – cuya esencia es la base de muchos proyectos de la Fundación en Andra Pradesh –, la del uso del agua de las culturas aymara y uru, en el lago Titicaca, y las técnicas agrícolas de los mayangna en Bosawas. Todas son una fuente de conocimientos fundamentales en cuanto a las transformaciones necesarias para lograr los ODS, y muy en especial el ODS 6 que hace referencia al acceso al agua.
Todos somos hijos de la unión entre el agua y la tierra. Ser conscientes de ello nos debe llevar a preservar y extender los patrimonios ancestrales, especialmente los de los pueblos indígenas que están al borde de su desaparición.