En África, la franja del Sahel es un núcleo de creciente inestabilidad y una de las zonas que más preocupación internacional suscita por el incremento de la violencia terrorista, los conflictos étnicos y los efectos evidentes del cambio climático. Los países desarrollados ven con preocupación este empeoramiento que castiga dramáticamente a una de las regiones más pobres del mundo y genera pobreza extrema e intensos movimientos migratorios. Esta inquietud se manifiesta de forma especial en la Unión Europea, primer destino de la mayoría de los que aspiran a una vida mejor, alejada de la pobreza y la violencia. Según las Naciones Unidas, casi el 24 % del aumento demográfico global hasta 2050 se dará en diez de los once países de la franja del Sahel, que puede convertirse en el territorio de tránsito para casi 200 millones de africanos que desearán cruzar el Mediterráneo.
Alarma y desánimo internacional
Los últimos ataques terroristas, como los asesinatos de periodistas en Burkina Faso, las matanzas étnicas de más de 130 personas en la aldea maliense de Ogossagou y el secuestro y esclavización de niñas y niños, han alarmado a la opinión pública internacional. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), esta violencia, unida a la pobreza extrema, es la causa de que más de 5,4 millones de personas hayan huido de sus hogares en el Sahel.
El recrudecimiento de los ataques terroristas es un drama humano que está tomando visos de una guerra a gran escala que se extiende por el África Occidental Subsahariana, y que ya amenaza a países al sur del Sahel. Es un conflicto que pone en jaque a sus gobiernos y coloca en una incierta tesitura a los responsables de las fuerzas militares internacionales que operan en la zona: la fuerza de estabilización de la ONU, compuesta por 16.000 militares de 60 países, la misión de EUTM Mali de La Unión Europea, y al despliegue francés de 5.100 soldados de la Operación Barkhane, que además de Malí, opera en, Mauritania, Burkina Faso, Níger y Chad.
Estos esfuerzos de pacificación se ven impotentes para lograr sus objetivos ulteriores, que no son otros que favorecer el desarrollo económico y frenar así la oleada migratoria. El reciente anuncio del presidente francés Emmanuel Macron de recortar progresivamente sus tropas en el Sahel es un síntoma de la fatiga del intervencionismo militar ante la ausencia de logros tangibles. Macron manifestó: “Hay un fenómeno de desgaste y un sentimiento generalizado de que perdemos el hilo del motivo por el que estamos ahí”.
Las instituciones internacionales y las ONG que operan en la vasta región ven en la impotencia de la gobernanza local la principal causa de esta inestabilidad y del desánimo manifiesto de la ayuda internacional. Muchos observadores afirman que buena parte de estos países son, a efectos prácticos, “estados fallidos” incapaces de prestar servicios públicos y de ejercer un control real de la complejidad social de su territorio.
Ante el abismo climático de la sequía y la desertificación
El otro gran foco de preocupación es el cambio climático. En toda la zona se han multiplicado las devastadoras sequías, confirmando las previsiones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Los severos periodos secos han incrementando el desacoplamiento de los sistemas ecológicos iniciado hace décadas por una mala gestión gubernamental de los recursos: durante los periodos lluviosos, tanto los gobiernos como los propios campesinos incrementaron el pastoreo y la agricultura, lo que causó una sistemática sobreexplotación de la tierra muy por encima de su capacidad media de proveer agua y pasto; por ello, al regresar la sequía las pérdidas fueron mayores y la ruina de los campesinos más abrupta.
Una de las consecuencias más lacerantes de las sequías y de su mala gestión es la desnutrición provocada por las hambrunas, que sigue amenazando a 7,2 millones de niños y niñas menores de cinco años y a mujeres embarazadas y lactantes. Según UNICEF, casi uno de cada cinco menores en el Sahel muere antes de cumplir cinco años, y un tercio de estas muertes están asociadas con la desnutrición.
Por otra parte, los interminables conflictos étnicos y los seculares enfrentamientos entre pastores y agricultores empeoran a causa del estrés hídrico, un problema del que no se salva ni una hectárea de la vasta región africana. La sequía y la desertificación, han dado lugar a una mayor competencia por los escasos recursos. Según datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, las temperaturas están aumentando en el Sahel a un ritmo 1,5 veces superior a la media mundial, lo que ha contribuido al creciente deterioro de los pastos y la disminución de las cosechas.
Las previsiones del IPCC también se están cumpliendo en cuanto a desastres naturales: en agosto de 2018, seis de las diez regiones de Mali sufrieron fuertes lluvias que provocaron inundaciones que afectaron a 70.700 personas y dañaron hogares y almacenes de alimentos; el pasado verano Níger, Burkina Faso, Mauritania, Nigeria, Chad y Sudán se vieron afectados por lluvias extremas que causaron casi un millar de muertos y más de medio millón de damnificados, quedando destruidas miles de hectáreas de cultivos.
A la cabeza del crecimiento demográfico
En la actualidad, ACNUR señala que los más de 5,4 millones de desplazados sahelianos que han perdido sus medios de vida están alojados en comunidades ya muy vulnerables. Estos desplazados incrementan ahora mismo la incapacidad de las economías de estos países para absorber una creciente masa de jóvenes desocupados que está dejando la pandemia del coronavirus. Esto ha ocurrido por ejemplo en Malí, donde la Fundación desarrolla un proyecto de ayuda en Kayes, región con una enorme presión migratoria cuyos servicios sanitarios se han visto desbordados para proporcionar servicios de higiene a la población a causa de la crisis.
Según el Banco Mundial, la mitad del crecimiento demográfico mundial de aquí a 2030 se producirá en África, y casi el 24 % del aumento demográfico global, hasta 2050, se dará en diez de los once países de la franja del Sahel. El aumento de la población va a intensificar las carencias actuales. Los observadores internacionales advierten de que se está creando un ciclo de inestabilidad creciente, un auténtico polvorín social para la radicalización ideológica y las ansias migratorias.
Agua y saneamiento, eje fundamental
Los países sahelianos necesitan impulso para salir de la grave crisis que están viviendo y afrontar el enorme reto político, social, económico y climático que tienen por delante. Es la zona del planeta donde quizá sea más importante lograr acceso al agua y al saneamiento, objetivos vitales sin los cuales no se podrá avanzar.
La erradicación de la defecación al aire libre en la región de Sissily, en Burkina Faso, es un buen ejemplo. Allí los proyectos de la Fundación con UNICEF han ayudado a establecer las directrices gubernamentales para lograr que el resto del país elimine esta lacra en base a la participación comunitaria. Una comunidad capaz de gestionar su propio saneamiento es la base de la consecución de un tejido social empoderado en un factor básico para su salud e iniciar el camino para salir de la pobreza.
El mismo planteamiento deben seguir las gobernanzas en el Sahel: la participación comunitaria y la creación de una cultura medioambiental con fundamentos científicos es la clave para afrontar la complejidad de la gestión del acceso al agua, el equilibrio agrícola y ganadero, y la prevención de las sequías. La ayuda internacional debe acudir con esta idea; y debe hacerlo con urgencia, más allá de los esfuerzos militares de pacificación. En ningún lugar se hace más evidente que sin la consecución del ODS 6 no va a ser posible el resto de los ODS. Si el Sahel lo logra, el planeta verá el futuro mucho mejor.