© Fundación Vicente Ferrer
Las infraestructuras de captación y almacenamiento del agua de lluvia se basan en la creación de pequeños embalses de entre 10.000 y 80.000 m3 de capacidad, en terrenos facilitados por los propios agricultores.
En 2016, según el Banco Mundial, India tenía un producto interior bruto agrícola de más de 16 % del total, el más alto, después de su vecino Pakistán, entre las potencias económicas emergentes (China 5,6 % y Brasil 9,17%). La agricultura ocupa más de 51 % de la población activa y absorbe algo más del 80 % del consumo de agua. Con más de 1.335 millones de habitantes, India es el segundo país más poblado de la Tierra y, con un crecimiento anual de la población del 1,17%, probablemente sobrepasará a China en 15 años. Gestionar esta enorme cantidad de agua para la agricultura es uno de los mayores desafíos de desarrollo que haya tenido nunca un país en el mundo.
El empobrecimiento de las zonas semiáridas
©Carlos Garriga/ Fundación We Are Water
El desarrollo agrícola de India es desigual y presenta territorios muy empobrecidos, como los de las zonas semiáridas del sur, donde está el distrito de Anantapur, en el estado de Andhra Pradesh. Allí la Fundación We Are Water viene colaborando en proyectos de ayuda los últimos 10 años con la Fundación Vicente Ferrer. Es una de las zonas en las que sus habitantes llevan desde generaciones luchando contra la esterilidad de la tierra y la permanente amenaza de sequía. Últimamente, los campesinos han tenido que hacer frente a la disminución del nivel de los acuíferos y la marcada irregularidad de los monzones, las lluvias de verano que marcan el ritmo de la vida de la mayor parte del territorio indio.
© Carlos Garriga/ Fundación We Are Water
Entre 1984 y 1986 la sequía creó una situación de emergencia nacional. Fue la causa de la ruina de muchos campesinos que, acuciados por las deudas, se vieron obligados a malvender sus tierras y emigrar a las grandes ciudades donde la mayoría acabaron hacinados en tugurios sin las mínimas condiciones para una vida digna. Otros no pudieron soportarlo y se quitaron la vida: en las últimas tres décadas, en todo el país, 300.000 campesinos se han suicidado al perderlo todo.
La crisis desveló otra de las prácticas agrícolas con menor perspectiva de futuro para los pequeños campesinos: el monocultivo del cacahuete, una legumbre muy vulnerable al retraso de las lluvias, que agota la tierra y obliga a constantes inversiones en pesticidas. Como todo monocultivo, el cacahuete tiene una rentabilidad sujeta a los vaivenes del mercado, que no asegura siempre que beneficie a las comunidades locales que lo producen.
©Carlos Garriga/Fundación We Are Water
La última gran sequía, en 2016, fue la más intensa desde hacía 140 años, pero muchos campesinos de la zona estaban más preparados y con los cultivos más diversificados. Desde 1988, la Fundación Vicente Ferrer había construido cerca de 3.000 embalses y otras estructuras de recolección del agua de lluvia que habían permitido aumentar la resiliencia de las pequeñas explotaciones agrícolas de la región. Cuando la Fundación We Are Water comenzó sus actividades en 2010, colaboró con la organización dirigida por Anna y Moncho Ferrer en proyectos destinados a la construcción de estas infraestructuras, como en Ganjikunta y Girigetla, y en los más recientes de Settipalli y D.K.Thanda4.
Beneficios hidrológicos
© Nagappa
El primer efecto del agua embalsada es el de una recarga de los acuíferos por infiltración. Los primeros beneficiados de ello son los usuarios de los pozos circundantes.
La zona oeste de Andhra Pradesh, donde se encuentra Anantapur, tiene una pluviosidad media de 540 mm anuales. Es una cantidad semejante a las de muchos países mediterráneos, amplias zonas de EEUU y Centroamérica, y notablemente superior a la de muchas regiones de Oriente Medio. El problema es que el 70 % de esta lluvia se da en el período monzónico, de junio a septiembre, y con precipitaciones en ocasiones muy violentas que provocan fuertes escorrentías con la consiguiente pérdida de agua que no penetra en un terreno cada vez más erosionado por la deforestación. El sustrato de los cultivos se acidifica y los acuíferos, ya generalmente sobreexplotados, no se recargan adecuadamente; en consecuencia, el territorio entra en un círculo vicioso de degradación.
Las infraestructuras de captación y almacenamiento del agua de lluvia se basan en la creación de pequeños embalses de entre 10.000 y 80.000 m3 de capacidad, en terrenos facilitados por los propios agricultores.
El primer efecto del agua embalsada es el de una recarga de los acuíferos por infiltración. Los primeros beneficiados de ello son los usuarios de los pozos circundantes. Un embalse de unos 48.300m3 de capacidad, como el proyectado en D.K.Thanda4, abarca un área de influencia de 21 pozos y permite irrigar 49,37 hectáreas. La humedad del terreno circundante permite la reforestación, imprescindible para frenar la degradación del suelo, incidiendo así positivamente en el equilibrio ecológico de la zona al atraer diferentes especies animales como diferentes tipos de aves y peces.
La participación comunitaria, base de la sostenibilidad
©Juan Alonso
La comunidad hace suyo el proyecto y se autoorganiza para la construcción el embalse y la gestión del agua, responsabilizándose así de su eficacia y mantenimiento.
En el sur de India, el agua de lluvia se utilizó tradicionalmente como método de riego a través de su almacenamiento en depósitos. Durante el período precolonial, la construcción y el mantenimiento de estos depósitos fue una prioridad, tanto para los gobernantes como para la comunidad. Sin embargo, los elevados costes necesarios para su mantenimiento y la falta de recursos destinados a este fin han hecho que la situación de la mayor parte de ellos sea muy deficiente, lo que ha contribuido al deterioro de la resiliencia de las pequeñas comunidades frente a las sequías.
En 1997, un cambio en la política gubernamental destacó la necesidad de actualizar los tradicionales sistemas de captación e irrigación y se cedió, con ciertos límites, la gestión de los recursos hídricos a los municipios y a las asociaciones de usuarios. Fue un paso importante para la recuperación de estas prácticas en las que se inspiran los pequeños embalses.
Los proyectos de construcción de estas infraestructuras han de tener en cuenta su sostenibilidad; por lo que han de estar plenamente gestionadas y mantenidas por la propia comunidad que debe de recibir la formación adecuada y participar activamente tanto en la planificación como en la realización.
La autogestión, una poderosa herramienta social
De este modo, el proyecto empieza con la impartición de talleres de capacitación entre los agricultores y sus familias, al tiempo que se aprueban los planos y se garantiza el compromiso de la comunidad en la realización y mantenimiento de la infraestructura.
La participación de estas comunidades, tradicionalmente excluidas de los procesos de toma de decisiones, en el diseño y gestión de los proyectos genera un cambio muy positivo hacia su empoderamiento. La comunidad hace suyo el proyecto y se autoorganiza para la construcción el embalse y la gestión del agua, responsabilizándose así de su eficacia y mantenimiento. Además de ser la mejor garantía de sostenibilidad, esta autogestión facilita la superación de la cultura del sistema de castas que, aunque oficialmente abolido por la Constitución de 1949, sigue instaurado en la mentalidad de la India rural y agrícola.
La vida oculta del agua
©Nuria Pardrès i Pujol
El ganado también se beneficia, al poder los animales beber agua directamente del embalse.
Todo cambia alrededor del agua embalsada. La posibilidad de diversificar los cultivos abre un futuro con muchas menos incertidumbres para los campesinos que llevaban décadas cultivando sólo cacahuetes. Con la nueva disponibilidad de agua, pueden combinar diversos tipos de cosechas: las de corto plazo, que tardan dos o tres meses, como las sandías, las lentejas o los cacahuetes; y las de largo plazo, como el mango, que necesita unos cinco años. El ganado también se beneficia, al poder los animales beber agua directamente del embalse, y la masa de agua permite además desarrollar otras fuentes de ingresos y alimentación, como la acuicultura y la pesca.
Esta diversificación permite a los productores aumentar sus ingresos, lo que les permite permanecer en su tierra, enraizarse en su cultura y procurar la escolarización de sus hijos. Las mujeres, liberadas de la necesidad de ir a buscar agua en la época de los pozos secos, pueden dedicar más tiempo a su formación y a trabajos de vertebración de la comunidad. La dieta de las familias se enriquece y el medio ambiente se recupera.
El mundo agrícola mira a India como un referente: su lucha contra la sequía aporta esperanza y dará soluciones a millones de campesinos que se debaten en la aridez. La superpoblación ejerce siempre una fuerte presión sobre los recursos naturales y el abastecimiento de agua es cada vez más problemático. Según la FAO, India deberá producir casi 350 millones de toneladas de grano en 2025 para satisfacer sus requerimientos de alimentos y forraje para el ganado. Para ello, al país no sólo le será preciso recuperar sus acuíferos y asegurar la disponibilidad de agua, sino que deberá aumentar también la eficiencia del 40 al 50 % en los sistemas de riego que utilizan agua superficial y del 40 al 72 % en los de aguas subterráneas.
Queda por tanto un buen trecho para lograr un nivel tranquilizador, pero la enseñanza de estos proyectos de captación y almacenamiento de agua de lluvia constituye una valiosa herramienta en la lucha por la adaptación al cambio climático y la seguridad alimentaria. Son la base de una sociedad implicada y responsabilizada en el uso del agua, sin la cual no es posible avanzar.