La costra impenetrable de la urbanización crece rápidamente y lo hará a mayor ritmo las próximas décadas. En 2015 los datos obtenidos por el Global Rural-Urban Mapping Project (GRUMP) de la NASA mostraron que casi el 4 % de la superficie del planeta está cubierto por conglomerados de asfalto, ladrillo u hormigón. Tras cruzar fotografías satelitales diurnas y nocturnas con datos censales los geógrafos del proyecto concluyeron que la capa urbanizada ocupa 4.468.200 km2, casi nueve veces la superficie de España.
Lo que más inquieta es el crecimiento acelerado de esta costra: según previsiones del Banco Mundial, en el 2050, por lo menos dos de cada tres personas vivirán en ciudades cada vez mayores. Y las últimas proyecciones apuntan a que, para fin de siglo, habitarán la Tierra 11.200 millones de seres, de los que entre el 85 y el 90% vivirá en las ciudades, por lo que a efectos prácticos la humanidad se habrá convertido en una especie urbana. Para entonces los centros de población mundial se habrán desplazado a Asia y África, quedando en Europa y América sólo 14 de las 100 ciudades más grandes del mundo. Se trata de una disrupción demográfica de consecuencias difíciles de predecir.
Ciudades: hasta ahora un ejemplo de poca inteligencia
El hecho de que nos vayamos a convertir en un “planeta urbano” genera incertidumbre entre los científicos y los gobiernos, pues las ciudades se han convertido en general en modelos de insostenibilidad. Las grandes conurbaciones concentran las necesidades de agua, alteran el equilibrio hidrológico del territorio que ocupan, generan grandes cantidades de aguas negras, perjudican la capa freática sobre la que se extienden y favorecen escorrentías violentas que provocan inundaciones. Las urbes consumen además entre el 60 y el 80% de los recursos energéticos, emiten el 70% de gases de efecto invernadero y generan microclimas nocivos debido al recalentamiento del asfalto, el ladrillo, el hormigón y los metales, y el calor generado por los automóviles e instalaciones de aire acondicionado.
Estos problemas son mucho más difíciles de abordar en las capitales de los países en vías de desarrollo, que presentan previsiones de crecimiento de vértigo y que no tienen infraestructuras que puedan seguir el ritmo de su expansión descontrolada. En muchas ciudades africanas y asiáticas el crecimiento demográfico ha seguido los modelos coloniales a imagen y semejanza de las ciudades europeas pero sin los recursos de estas, reduciendo progresivamente la calidad y alcance de los servicios públicos, y aumentado la pobreza a medida que la migración desde las empobrecidas zonas rurales aumentaba sin cesar. Los tugurios insalubres, sin suministro de agua y sin saneamiento, de estas urbes se han convertido en un indigno icono del desequilibrio y la injusticia social de nuestros días. El número de personas que vive en estos barrios degradados se estima en 828 millones y se prevé que aumente en seis millones cada año.
El problema añadido por estos asentamientos irregulares es que su crecimiento es siempre horizontal, un modelo que según la mayoría de los urbanistas y arquitectos actuales debe abandonarse y ser sustituido por el vertical. Este es un primer dato fundamental para entender la insostenibilidad del actual modelo urbano: en las últimas décadas la extensión de la masa física de las ciudades está creciendo más que la población que la habita.
La expansión en horizontal dificulta el suministro y eleva el coste del consumo directo de agua, y también incrementa el consumo indirecto: las necesidades de bienes y alimentos de los ciudadanos repercute en la huella hídrica de los productos que deberán ser transportados a los comercios; también los desplazamientos de las personas aumentan, lo que contribuye a agravar el estrés hídrico y a consumir más energía.
Con el incremento de la masa urbana el problema del acceso al agua en el mundo será notablemente diferente al que conocemos ¿Cuán diferente? Aún no lo sabemos, pero lo que es una certeza es que es un factor que dependerá de cuán “inteligente” sea el crecimiento de las ciudades.
Smart city versus poor city
Mientras las economías en vías de desarrollo se debaten en cómo controlar el crecimiento y erradicar la pobreza urbana, en los países industrializados y ricos las ciudades evolucionan hacia el concepto smart gracias al desarrollo masivo de redes de sensores, la tecnología del Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés), las tecnologías de información y comunicación (TIC) y el big data manejado por algoritmos cada vez de mayor capacidad de análisis. En los países más avanzados se está configurando la smart water grid (SWG), la red de agua inteligente, un auténtico oráculo del comportamiento del suministro y el saneamiento que va a permitir ahorrar enormes cantidades de agua y energía y acabar con la lacra de la ANR (Agua No Registrada), que es el agua que se pierde en el proceso de suministro. En el mundo, el ANR alcanza los 45 millones de m3 diarios, el equivalente a 45.000 piscinas olímpicas. Es una cantidad que podría abastecer las necesidades de 200 millones de personas.
Estos sistemas se presentan también como instrumentos de concienciación ciudadana gracias a la domótica. Al empoderar al usuario en el control personalizado del gasto de los recursos que consume, este se vuelve más austero y preocupado, un valor psicosocial que tiene más potencial para incrementar la eficiencia de las redes hídricas que cualquier tecnología a corto plazo, pues los hábitos de los más de 4.200 millones de usuarios de grifos, desagües e inodoros domésticos que hay en el mundo tienen un gigantesco poder de transformación.
En los países ricos el mercado de la domótica ha generado por sí solo los incentivos necesarios para su expansión. En el mundo industrializado el debate se centra ahora en predicciones de futuro acerca, por ejemplo, de si la interconectividad del IoT y los wearables (los sensores electrónicos personales) acabarán con el papel del teléfono móvil como interfaz de control, o si los edificios serán 100 % autónomos y capaces de reutilizar sus residuos independientemente de la red urbana.
Las tecnologías smart se presentan también como herramientas de la economía circular, una forma de concebir el desarrollo imprescindible para poder afrontar los retos de las próximas décadas. En los precarios contextos de las ciudades pobres, hablar de smart water puede resultar paradójico si lo que no hay es acceso al agua, ni siquiera suministro eléctrico. Pero la ciudad pobre debe incorporar las tecnologías inteligentes y la economía circular ya que ofrecen un enorme potencial de riqueza.
El desafío de las ciudades asiáticas y africanas
¿Cómo implementar la filosofía smart en un tejido urbano sumamente degradado y amenazado por el crecimiento descontrolado y el cambio climático? En las enormes ciudades de África y Asia los gobiernos, los mandatarios locales y los ayuntamientos tienen el desafío de corregir el modelo urbano y crear incentivos para el desarrollo ordenado, inclusivo y sostenible que eviten el colapso socioeconómico y que hagan que la economía circular y el urbanismo inteligente dejen de ser una quimera de los países ricos.
En estos países es prioritario frenar el movimiento migratorio desde las zonas rurales. Aquí el concepto smart city tiene que avanzar paralelo al de smart village. Un caso claro es India, donde los sociólogos advierten que el 70 % de la población vive en pequeños pueblos que parecen haber sido olvidados en el gran proyecto del gobierno que se ha marcado el objetivo de que 100 ciudades del país puedan considerarse auténticas smart cities en los próximos años.
En África, el caso de Lagos, la capital de Nigeria, es el más preocupante. A principios de 2018 ya sobrepasaba los 20 millones de habitantes y el Banco Mundial estima que en 2030 alcanzará los 35 y será probablemente la ciudad más habitada del mundo. El coste de este crecimiento exponencial y descontrolado es enorme. La mayoría de los residentes vive en suburbios muy degradados, sin red de suministro de agua ni de saneamiento, por lo que las aguas fecales se vierten directamente al mar convirtiendo algunos de sus barrios, como el de pescadores de Makoko, en uno de los más miserables del mundo. El gobierno nigeriano ya ha mostrado su preocupación, pero hasta ahora las medidas de regeneración tomadas parecen ir más encaminadas a crear el proyecto Eko Atlantic City, una ciudad 100 % smart adyacente a Lagos diseñada para atraer a los negocios, que a solucionar los graves déficits que tiene la capital.
Tanto en Asia como en África la industria tecnológica precisa de gobiernos con plena voluntad para desarrollar proyectos que incentiven las inversiones para asumir la transformación digital de las ciudades, subirse al tren de la economía circular y aprovechar la enorme riqueza que podría generar la creación de estos sistemas. Pero sin garantizar previamente el acceso al agua y al saneamiento y controlar los movimientos migratorios no será posible. Las herramientas digitales y el mundo smart deben llegar a las ciudades más pobres o no servirán para garantizar la sostenibilidad a escala planetaria.