Residuos urbanos. El suelo también es agua y los alcorques no son ceniceros

De todo lo que cae al suelo, una parte, por ínfima que sea, acaba en el agua. En los países desarrollados la negligencia de los consumidores es la principal causa. En los barrios marginales, los residuos son muchas veces inevitables. En todos los casos son una fuente de contaminación del agua poco conocida que nos obliga a un mayor esfuerzo de sensibilización.

¿Es negligencia o falta de concienciación? En las ciudades europeas entre el 10 y el 20% del total de los residuos urbanos provienen del suelo y han s¡do arrojados por los ciudadanos. Es el dato que revela el estudio de la plataforma The Clean Europe Network, que coincide con otros realizados en ciudades estadounidenses y australianas. Sobre los suelos de las ciudades de los países desarrollados, se pueden hallar 45,7 “unidades de residuo” por cada kilómetro cuadrado. Son objetos visibles y por tanto indentificables: colillas de cigarrillos, excrementos de animales, envoltorios de alimentos, botellas de plástico y latas de bebidas son los más comunes.

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En los barrios marginales, los residuos son muchas veces inevitables. © billycm

Del suelo al agua

Estos residuos representan un riesgo para la salud, y una buena parte de ellos acaba en el agua. Un informe del United States National Academies añade que, en áreas urbanas, aproximadamente el 30% de lo que se tira al suelo es transportado por la escorrentía de la lluvia o la limpieza de calles hasta los cuerpos de agua. Difícilmente algún resto de residuo abandonado en el suelo no entra en contacto con el agua, que siempre se lleva algunas partículas contaminantes de su estructura química.

Pero la escorrentía arrastra también contaminantes inherentes a la actividad humana que son difíciles de percibir, como restos de pinturas, desinfectantes, fertilizantes y diversos productos químicos. Otros son prácticamente imposibles de eliminar aunque sí de reducir, como los elastómeros residuales de la fricción del caucho de las ruedas de los automóviles que se acumulan adheridos al pavimento. La mayor parte de estas micropartículas son arrastradas a las alcantarillas, pero no todas se eliminan por los sistemas de filtrado de las estaciones depuradoras (EDAR). Se estima que hasta un 35 % de las micropartículas existentes en el mar provienen de la escorrentía urbana, incluidos los microplásticos.

Sin embargo, los ciudadanos también abandonan residuos sobre superficies no pavimentadas. En los parques, por ejemplo, el agua de la lluvia transporta muchos de los contaminantes al subsuelo terroso, perjudicando a las plantas y llegando a las capas freáticas y acuíferos. Es el caso muy extendido de los alcorques de los árboles repletos de colillas y de excrementos que son una constante en muchas ciudades del mundo.

No todos tienen alcantarillas y depuradoras

En las ciudades de los países económicamente desarrollados el alcantarillado transporta las aguas residuales a las EDAR donde con mayor o menor éxito se evita que estos contaminantes retornen al medio. Pero a veces se los sistemas desbordan, como es el caso de las lluvias torrenciales. Pere Malgrat, experto en saneamiento urbano, lo explicó en el debate Residuos en Tierra. Residuos en el agua: “En ciudades mediterráneas, en las grandes tormentas, puede llegar a circular por sus conductos unitarios 80 ó 100 veces más de aguas pluviales que de residuales. Esto lleva al desbordamiento, y que a través de los aliviaderos se vierta ese excedente al mar. Calculamos que esas aguas transportan de un 25 a un 50 % de carga contaminante aún pendiente de eliminar”. Las inundaciones urbanas son casi siempre fuentes de contaminación del agua.

Esto nos lleva al problema del saneamiento a gran escala. En el mundo, según el JMP,  unos 3.458 millones de personas realizan sus actividades en un entorno sin alcantarillas y ni depuradoras. En estas zonas, el tránsito de los desperdicios del suelo al agua es de una magnitud alarmante, especialmente en los barrios marginales. El caso del río Mithi en Mumbai o el del lago el lago Wular, en Cachemira, muestran la gravedad del problema en los suburbios más pobres del planeta que no paran de crecer. El problema añadido por estos asentamientos irregulares es que su crecimiento es siempre horizontal, y en terrenos con un alto grado de exposición a las inundaciones.

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Las montañas de plástico que se acumulan formando islas en el océano, cubren los ríos y desbordan los vertederos están formadas en su mayor parte por productos tirados por los que los han consumido.

¿Quién arroja desperdicios?

La flagrante visibilidad de los suelos sucios nos desvela otra vía de contaminación: la de los consumidores de los productos. Las montañas de plástico que se acumulan formando islas en el océano, cubren los ríos y desbordan los vertederos están formadas en su mayor parte por productos tirados por los que los han consumido.

Es una realidad incómoda y generadora de cierta controversia. Un sector de la opinión pública sostiene que argumentar que “el culpable es siempre el consumidor” es tratar de enmascarar la responsabilidad de los fabricantes y, por ende, del sistema productivo, que es a quienes corresponde procurar los cambios para, por lo menos, mitigar, la creciente invasión de residuos.

Es evidente que el cambio de modelo productivo está aún lejos para solucionar la acumulación de suciedad. La adopción de modelos de reciclaje inspirados en la economía circular es costosa, ya que obliga a la creación de incentivos y espíritu colaborativo entre los sectores económicos, a lo que que la gobernanza internacional es todavía impotente. El plástico es un ejemplo: se recicla menos del 30 %, y el 24 % se incinera.

En el caso del plástico, las políticas de prohibición, cuya filosofía se basa en retirar del mercado los productos susceptibles de ser negligentemente abandonados, como los de un solo uso, y la adopción de medidas tendentes a facilitar el reciclaje son esfuerzos de gobernanza que parecen insuficientes para contener la avalancha de residuos.

La vergonzosa evidencia de las colillas

Lo que es evidente es que no son los fabricantes quienes arrojan residuos al suelo. En muchas zonas urbanas del mundo desarrollado queda aún mucho por hacer en educación ciudadana. El caso de las colillas de cigarrillos es un ejemplo. Se estima que unos 4,5 billones de colillas se tiran anualmente al suelo, a los alcorques de los árboles, a los inodoros y a los desagües urbanos. Según Ocean Conservancy, las colillas de cigarrillos representan aproximadamente el 32% de todos los residuos recogidos en las playas y cuerpos de agua en todo el mundo.

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Restos de colillas de cigarrillos y envases en el suelo de un banco de un parque de Barcelona, España. © Santi Serrat

Informar a los consumidores no siempre comporta resultados efectivos. Muchos saben lo efectos nocivos del tabaco para su salud, y aún así siguen fumando. Se ha divulgado profusamente el efecto cancerígeno del tabaco y que la nicotina es un alcaloide tóxico. ¿Puede ser efectivo explicar que lo es también para para muchas formas de vida, no sólo la humana? ¿Cuántos fumadores saben que el acetato de celulosa, los plastificantes de los filtros y los metales pesados que contienen los cigarrillos causan notables daños a las plantas en cuanto entran en contacto con el agua cercana?

Educar en el conocimiento para sensibilizar

Las prohibiciones y las multas son paliativas pero no solucionan el problema. Los expertos abogan por insistir en la educación basada en las evidencias científicas de los daños causados, pese a que es evidente que algo está fallando en el modelo educativo del mundo desarrollado. De un modo similar a cómo el método SANTOLIC provoca un cambio de comportamiento respecto a la defecación al aire libre en los entornos comunitarios, la evidencia de la basura callejera debería concienciar a los que la generan. Gobiernos, científicos, instituciones y medios de comunicación deberían estar obligados a informar a la ciudadanía de los daños de la suciedad y los beneficios de la limpieza.