Pese a que la tasa de pobreza se redujo del 61,7%, en 2006, al 53,5%, en 2017, Togo sigue siendo uno de los países más pobres del mundo. Según el Banco Mundial, la pobreza es especialmente lacerante en las zonas rurales, en las que el 69% de los hogares vivían por debajo del umbral de pobreza de dosdólares por díaen 2015.
Al sur del país, tan sólo separado del mar por una estrecha franja costera, el lago Togo es un cuerpo de aguade 64 kilómetros cuadrados. Durante la segunda mitad del siglo XX, el lago fue un centro de atracción turística, una industria que coexistía en equilibrio con la pesca y agricultura artesanales. Conseguida la independencia de Francia, el lago mantuvo una fuente de ingresos por turismo que daba vida a los pescadores. La calidad de la pesca, con variedades de agua dulce y marinas, era un fuente de riqueza sostenible.
Pero la calidad del agua del lago comenzó a deteriorarse en la década de 1990. El crecimiento demográfico de las poblaciones ribereñas y la inestabilidad política permitieron que los vertidos al lago aumentasen sin control. El Togo acabó sufriendo las consecuencias del descontrol urbanístico y de la endémica falta de saneamiento del país. Según el Banco Mundial, sólo el 16% de la población tiene acceso al saneamiento básico y un 47% aún practicaba la defecación al aire libre en 2017.
Lagos abandonados, vidas truncadas
El lago Togo se convirtió en otro lamentable ejemplo de cómo la falta de saneamiento frena cualquier posibilidad de desarrollo. En el corto de Awussikpo Elom Komlan, finalista de la quinta edición del We Art Water Film Festival, el protagonista Fanou-Ahe Thomas, explica la dramática situación que viven los pescadores del lago. “Antes el agua era tan limpia que podíamos beberla directamente. Teníamos mucha pesca y podíamos vivir de ello. Pero ahora la basura y los desperdicios han invadido el lago. La pesca es difícil y a pesar de la contaminación los niños se bañan en sus aguas, lo que les produce todo tipo de enfermedades. Todas las riberas están contaminadas y durante la estación lluviosa el agua inunda nuestros hogares.”, explica el pescador togolés.
El relato de Fanou-Ahe es el de una situación que lamentablemente se vive en la mayor parte de lagos del mundo. La hemos descrito en el Poopó en Bolivia, el Titicaca en Perú y Bolivia, el Urmía en Irán, el Manchar en Pakistán, el Wular en India y en el mayor lago de África, el Victoria; todos ellos han alcanzado niveles de contaminación que en algunos casos hace muy difícil su recuperación.
Lagos, lagunas e incluso mares, como el de Aral, son extremadamente sensibles a la contaminación y a la alteración de los caudales de los ríos que los alimentan. Por la misma razón son muy difíciles de recuperar. En España, la destrucción del mar Menor es un ejemplo paradigmático de todo lo que no se debe hacer para proteger un cuerpo de agua vulnerable.
No sólo perdemos agua y empobrecemos la vida, perdemos memoria colectiva, y cultura, y provocamos la necesidad de migrar. En Togo, como en la mayor parte de los países subsaharianos, la falta de expectativas lanza a los más jóvenes a la migración. Los jóvenes del lago Togo, emigran a Lomé, la capital, donde el estancamiento económico desde la década de 1990, unido al continuo e imparable crecimiento demográfico, los condena a los tugurios. De este modo, las vidas de muchos sólo tienen sentido en los países europeos.