Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), los países del cono sur de América podrían llegar este mes de abril a un pico insólito de dengue, la enfermedad vírica transmitida por la picadura de los mosquitos del género Aedes. La semana pasada, el Ministerio de Salud argentino notificó 106 muertes y más de 151.000 casos confirmados.
La situación ha disparado la alarma entre los responsables de salud pública, quienes han detectado un cambio en la dinámica epidemiológica de la enfermedad: las provincias del norte del país empezaron a tener casos de dengue todo el año, es decir, se volvieron endémicas, cuando antes eran sólo epidémicas y la enfermedad se manifestaba preferentemente durante los meses más cálidos y húmedos del año (entre diciembre y marzo, el verano austral).
Para los epidemiólogos, el aumento de temperaturas provocado por el cambio climático y el fenómeno de El Niño en 2023 son unas de las causas de esta modificación del patrón de propagación del virus. Esto supone una amenaza para las regiones más al sur de Argentina, más frías, que normalmente quedaban al margen de la enfermedad.
Un virus que va a más en el mundo
Esta situación corrobora la alerta lanzada por la OMS el pasado diciembre de que la incidencia mundial del dengue ha aumentado considerablemente a lo largo de las últimas dos décadas: entre 2000 y 2019, se documentó que el número de casos notificados se había multiplicado por diez, pasando de 500.000 a 5,2 millones; el año 2019 se había alcanzado un pico sin precedentes, con casos notificados en 129 países.
Después de un descenso coincidente con la Covid-19, en 2023 se observó un repunte en todo el mundo con un aumento considerable del número y la escala de los casos, y por la simultaneidad de múltiples brotes, que se extienden a regiones normalmente no afectadas por la enfermedad en épocas pasadas. Ese año, la transmisión del dengue alcanzó un pico inesperado con una cifra cercana al máximo histórico, con más de cinco millones de casos y más de 5.000 muertes en más de 80 países en Latinoamérica y el Caribe, el Sureste Asiático, India y los archipiélagos del Pacífico Occidental, incluyendo Australia, y África. Cerca del 80% de estos casos (4,1 millones) se han notificado en el continente americano, donde se producen epidemias cíclicas cada tres o cinco años. Brasil lidera el número de contagios en América con casi tres millones de casos y más de 750 muertes, de acuerdo con los datos de 2023 de la OPS.
Un mosquito que se cuela en los pequeños charcos
Contrariamente a lo que muchos creen, el mosquito que transmite el dengue no se reproduce en los cuerpos de agua naturales, como los ríos y lagos; el insecto pone sus huevos en depósitos de agua limpia, como albercas, floreros, baldes y cualquier recipiente a la intemperie que pueda acumular agua, incluso en los inofensivos platos que se colocan bajo las macetas domésticas.
Abunda pues en los núcleos urbanos y semiurbanos, con preferencia a los que se hallan en altitudes inferiores a 2.300 metros sobre el nivel del mar y que tienen una temperatura media de entre 20 y 25ºC. Por ello, el dengue se da especialmente en las regiones situadas en áreas tropicales y subtropicales. Según la OMS, cerca de la mitad de la población mundial corre el riesgo de contraerlo.
Los más desnutridos, los más vulnerables
En los países que no lo sufren, hay cierta confusión entre el dengue y el paludismo o malaria, ya que ambos se transmiten por mosquitos y presentan síntomas similares. Sin embargo, su etiología es muy distinta. El mosquito del dengue es del género Aedes, y el de la malaria es del género Anopheles. Por otra parte, el dengue es causado por un virus, mientras que la malaria es una infección por parásitos. El tratamiento del dengue se basa en aliviar los síntomas y mantener una adecuada hidratación, mientras que sanar la malaria obliga al uso de medicamentos específicos para matar los parásitos.
En general, la mayoría de los casos de dengue son leves y se recuperan completamente con el adecuado tratamiento. Sin embargo, en casos como el dengue grave o el dengue hemorrágico, la enfermedad es potencialmente mortal. Los estudios epidemiológicos han estimado que el índice de mortalidad del dengue grave varía entre el 1% y el 5%, aunque puede ser más alto en áreas donde los recursos de salud son limitados y la atención médica es inadecuada.
Como ocurre siempre en todas las epidemias, las comunidades más pobres son las más vulnerables. Esto ocurre en las zonas semiurbanas abandonadas y en los barrios marginales de las grandes ciudades. Allí, la abundancia de recipientes expuestos a la intemperie es un factor que multiplica la propagación. En los casos de los sistemas de recogida de agua de lluvia, que últimamente se están instalando cada vez más como complemento o alternativa al suministro deficiente, una de las medidas de salubridad en las cisternas de almacenaje es no exponerlas a la entrada de mosquitos u otros insectos que puedan desovar.
En estos barrios pobres se concentra también la población inmunológicamente más deprimida a causa de la desnutrición, y también la que tiene menos acceso a recursos sanitarios. Según la OMS, la mortandad en las zonas pobres puede llegar al 30-40%, si los casos no son diagnosticados y tratados de forma adecuada durante el periodo crítico.
Aumentar la capacidad de detección
En Brasil, Argentina y Paraguay están redoblando esfuerzos para controlar los vectores de contagio y capacitar a trabajadores de la salud a fin de que detecten rápidamente los síntomas más severos. No todos los estados tienen la misma capacidad para detectar la transmisión endémica y epidémica del dengue y tampoco para actuar con eficacia. Muchos tienen capacidad para tratar los casos, pero en algunos de ellos no se obliga a notificarlos, lo cual crea focos de vulnerabilidad descontrolados.
La OMS explica que la capacidad de reacción cuando se declaran varios brotes simultáneos sigue siendo limitada debido a la escasez general de recursos, como los equipos de diagnóstico de calidad para la detección precoz, la falta de personal capacitado a nivel clínico y para el control de vectores, y la escasez de recursos para aplicar intervenciones en los colectivos de riesgo e incrementar la participación de la comunidad. Es necesario intensificar urgentemente la promoción y la movilización de recursos mediante un enfoque integrado para que las instancias decisorias de los países afectados dentro de estas regiones reaccionen.
Control del agua estancada
Además de los esfuerzos de salud pública en capacidad de detección y tratamiento, reducir la propagación del virus mediante la eliminación de los criaderos de mosquitos es clave para combatir la epidemia con eficacia y aquí se hace imprescindible la participación de las comunidades.
Las estrategias de lucha anti vectorial (contra las larvas y los mosquitos adultos) se basa en vigilar el entorno y eliminar las fuentes de reproducción. El factor que debe ser revisado prioritariamente es las prácticas de almacenamiento de agua habituales en cada zona expuesta al dengue. Los mosquitos Aedes prefieren aguas limpias y poco profundas para depositar sus huevos. La OMS recomienda drenar y limpiar semanalmente cualquier tipo de contenedor doméstico donde se almacena agua, incluso los que se guardan a cubierto y aplicar larvicidas precalificados en el agua no potable, a las dosis recomendadas.
Algunas experiencias demuestran la importancia del control de cada familia del agua expuesta al mosquito, tanto en su domicilio como en los alrededores. La creación de comités de detección de pequeños charcos pluviales ocultos a la vista como, por ejemplo, el agua que se almacena en el interior de cubiertas de neumáticos abandonadas, es la base para frenar significativamente la propagación del virus. Esto implica un aumento de la concienciación en el uso del agua, en no malgastar ni una gota y controlar el saneamiento. En suma, un aumento del conocimiento del ciclo del agua, lo que mejora sin duda la cultura medioambiental y la resiliencia en las crisis sanitarias.