El Niño es el nombre que los pescadores del norte del Perú dieron siglos atrás a la corriente marina anómalamente cálida que se daba aproximadamente cada cuatro años durante las fiestas navideñas. Este fenómeno tenía una segunda fase, la de enfriamiento, que se le denominó La Niña. El Niño y La Niña despertaron el interés de los meteorólogos y climatólogos desde que George Hadley explicó la circulación atmosférica global en 1735. Desde entonces se han ido acumulando pruebas de la importante influencia del fenómeno en el clima mundial.
En 1969, el estudio de El Niño registró un importante avance gracias al meteorólogo Jacob Bjerknes, quien relacionó el calentamiento de la corriente marina con la denominada Oscilación del Sur, un fenómeno consistente en la subida de la presión atmosférica en el Pacífico occidental con el subsiguiente debilitamiento de los vientos alisios del este. A partir de entonces se estudian conjuntamente ambos fenómenos bajo la denominación El Niño-Oscilación del Sur (ENOS, o ENSO en inglés).
Esta correlación coincidió en la década de 1970 con el desarrollo de la teoría de caos del meteorólogo Edward Lorenz, que demostró que todo fenómeno meteorológico está relacionado ya que pequeñas perturbaciones en la atmósfera pueden cambiar el clima en proporciones enormes. Lorenz sintetizó la idea con su célebre frase “el aleteo de una mariposa en Brasil puede producir un tornado en Texas”, pronunciada en una conferencia en 1972. Los modelos matemáticos de Lorenz rigen las actuales investigaciones sobre el cambio climático, ya que una serie de factores, como la temperatura, la lluvia, la humedad, la velocidad del viento, la presión atmosférica, etc. no sólo están estrechamente relacionados entre sí, sino también con el medioambiente, la demografía, la economía, etc. Es decir, los planteamientos de soluciones deben ser globales, cuanto más lo sean, más capacidad de previsión tendremos.
Catástrofes antiguas para evitar las presentes
Desde principios del siglo XX, los científicos que comenzaron a estudiar las correlaciones entre el ENOS y los fenómenos meteorológicos extremos se centraron en cotejar las crónicas históricas.
Uno de los referentes de datos fue el trabajo del historiador medioambiental Richard Grove quien documentó varios episodios de sequías simultáneas, como la que se desencadenó entre 1789 y 1793, en Asia, Australia, México y el sur de África, y que muchos historiadores sospechan que pudo haber causado la hambruna que precedió a la Revolución Francesa. Mucha más resonancia mediática en Europa y EEUU tuvieron las sequías que se produjeron simultáneamente en Asia, Brasil y África, entre 1876 y 1878, y que causaron hambrunas que mataron a más de 50 millones de personas en las colonias de los países industrializados. En realidad, estas fueron las primeras que dieron la pista a los científicos para estudiar su relación con el fenómeno de El Niño, por entonces muy poco conocido. En 1888 se dio otro episodio de sequías simultáneas, acompañadas de fuertes olas de calor en India y en Australia, que también los científicos suponen que están relacionadas con el ENOS.
Últimos estudios sobre sequías simultáneas
La ciencia climatológica ha estado investigando usando algoritmos cada vez más complejos y eficientes. La actual crisis climática, que obliga a reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero (GSI), crea un escenario determinante para las previsiones científicas. Desde hace décadas, el IPCC advierte del incremento de fenómenos extremos, como sequías e inundaciones, como consecuencia del calentamiento global, que ya estamos experimentando. Una de las actuales líneas de investigación ahonda en el fenómeno de las sequías simultáneas, lo peor que nos puede aportar el cambio climático en la lucha por la erradicación del hambre y la pobreza.
Un reciente estudio de la Washington State University, publicado el pasado febrero en la revista Nature Climate Change, concluye que la posibilidad de que las sequías simultáneas se conviertan en catástrofes es muy elevada en muchas de las regiones que ya son vulnerables. En comparación con los episodios de finales del siglo XX, la probabilidad de estas sequías aumenta entre un 40 %, a mediados del siglo XXI, y un 60 % a finales de siglo. Las zonas que más sufrirían la intensidad de los fenómenos son América del Norte y la Amazonía. En total, se estima en unos 120 millones las personas que están expuestas a graves sequías simultáneas en todo el mundo.
Además de las hambrunas directas en las zonas sin lluvia, los científicos señalan las alteraciones que en el mercado alimentario mundial se darían, por ejemplo, en el caso de EEUU que es un importante exportador de maíz a países de todo el mundo. En esta caso, las sequías en este país podrían llevar a una escasez de suministro local que, a su vez, podría repercutir en el mercado mundial, afectando los precios y agravando la inseguridad alimentaria.
El estudio también señala el ENSO como el impulsor predominante a gran escala de sequías compuestas, pues, tras cotejar la crónica histórica, concluye que el 68% de los episodios de sequías ocurren durante el El Niño o La Niña. Y que, de seguir el calentamiento atmosférico la tendencia actual, la combinación de los episodios de ENSO con las sequías simultáneas aumentará un 22 %.
Alerta contra el hambre: evitar la convergencia de crisis
Estas situaciones de sequías severas y simultáneas generan incertidumbre en la lucha contra el hambre en el mundo. El Banco Mundial advierte de los peligros de aumentar la volatilidad de los precios mundiales de los alimentos. Las crisis en la seguridad alimentaria dependen muchas veces de factores imprevisibles, como ocurre con las económicas. Nadie podía prever los atentados del 11-S, ni la pandemia de la covid-19; muy pocos anunciaron, meses antes de estallar, la crisis financiera de 2008 y la guerra de Ucrania.
La situación creada por la guerra puede actuar como el detonante de la latente crisis alimentaria que el cambio climático y las deficiencias mundiales en la gestión del agua llevan tiempo incubando. Hace pocos días, el presidente del Banco Mundial, David Malpass, alertaba de las consecuencias potencialmente graves que para los países pobres acarrearía el incremento de precios de los alimentos y la energía causados por la guerra de Ucrania; especialmente para aquellos que aún arrastran las deudas generadas por la pandemia. Malpass denunció que la crisis alimentaria que está en ciernes es tan injusta como la de la covid-19, y genera una “crisis dentro de una crisis” en las comunidades más desfavorecidas. La ONU lanzó hace dos semanas una advertencia sobre la importancia de la gestión humanitaria de estas deudas financieras cuyos acreedores son diversos y están distribuidos por el mundo.
El presidente del Banco Mundial recuerda que en el planeta hay alimentos para todos, pero que cada vez se hace más perentorio gestionar el territorio y el agua, y tomar medidas políticas para luchas con eficacia contra el hambre (ODS 2). En este sentido, la inacción política puede ser peor que la más grave sequía, y el Banco Mundial hace un llamamiento que se alinea con el de casi todas las ONGs del mundo para distribuir la comida donde se necesite.
Reducir la emisión de gases
Desde el punto de vista de la ciencia, las alarmas van acompañadas de buenas noticias. En el caso del estudio de la la Washington State University, los científicos señalan que las proyecciones se han realizado teniendo en cuenta el peor escenario de altas emisiones de GEI. Lo más probable es que la reacción mundial en la reducción de estos gases mitigue notablemente la frecuencia y la intensidad de las sequías simultáneas a lo largo de este siglo.
Por otra parte, la evidencia de la estrecha relación de estas sequías con el ENSO, ofrece una herramienta de predicción muy útil para las zonas afectadas. El estudio asegura que tres de cada cuatro episodios de sequías simultáneas está en correlación con el ENSO, lo que ofrece un tiempo de anticipación a las crisis de hasta nueve meses.
La ciencia sigue en el camino de ofrecer herramientas predictivas que cada vez serán más útiles. Sin embargo, el mundo debe avanzar en el desarrollo efectivo de una gobernanza internacional que acabe con la visión cortoplacista. Los economistas lo consideran imprescindible para el justo reequilibrio de los mercados. La frágil seguridad hídrica es un denominador común en la mayor parte de estos países pobres, para los que es imprescindible mitigar al máximo las sequías o, por lo menos, poderlas prever con suficiente antelación. Por ello es imprescindible garantizar el avance en la adecuada gestión del agua y del territorio.
La actual situación refuerza la evidencia de la profunda interrelación que existe entre todos los ODS. En este caso la consecución del ODS 2 – “poner fin al hambre” – depende del ODS 6 – “agua y saneamiento para todos”, y ambos a su vez dependen del éxito del ODS 13 – “acción por el clima”. A ocho años de la meta de la Agenda 2030, es cada vez más evidente que debemos avanzar en todos los frentes al unísono, confiando en la guía de la ciencia, pero también pasando a la acción inmediata. La anunciada crisis alimentaria nos pone a todos a prueba.