En Biogeografía se definen los páramos como ecosistemas alpinos intertropicales clasificados como praderas con matorrales de montaña. Se encuentran en altitudes de entre los 2.900, unos 4.500 metros, que es el promedio de la línea de las nieves perpetuas. Hay páramos en todos los continentes, pero el más conocido es el páramo de Sumapaz, en Colombia, que se considera el más extenso y el mayor productor de agua dulce del mundo.
Desde el punto de vista hídrico, los páramos constituyen grandes reservas de agua prístina y unos de los ecosistemas claves para el equilibrio medioambiental aguas abajo. Por otra parte, los páramos atesoran una gran riqueza cultural: alrededor de ellos las comunidades que los habitan han vertebrado una intensa y profunda relación con la naturaleza y el agua que proporcionan. En El espíritu del agua, Diana Moreno, finalista del We Art Water Film Festival 5, da muestra de la que ha existido, y aún existe, en el páramo de Sumapaz.
Un páramo castigado durante décadas
Pero, desde la década de 1950, el páramo está en peligro. Los violentos enfrentamientos entre los partidos Conservador y Liberal de aquella época provocaron la huida de cientos de familias campesinas que encontraron refugio en las alturas del páramo y construyeron asentamientos que aún perduran. Con la finalidad de proteger el ecosistema, el Gobierno de Colombia constituyó en 1977 el Parque Nacional Natural Sumapaz, restringiendo el acceso a la zona. Pero en la década de 1980, las guerrillas de las FARC instalaron allí su base de operaciones contra la capital, Bogotá.
Las FARC y el ejército colombiano mantuvieron constantes enfrentamientos, que afectaron a los campesinos y dañaron el ecosistema. Tras el acuerdo de paz de 2016, el Gobierno colombiano y las FARC, Sumapaz dejó de ser un un campo de batalla dejando abierta la esperanza de su recuperación.
Sin embargo, los peligros siguen acechando el páramo. La ganadería, los monocultivos intensivos, la quema de terrenos, la minería y el turismo masivo amenazan con truncar la recuperación del parque y de su agua.
Sumapaz se añade a la paradoja de los recursos hídricos de Colombia, uno de los países con más alta disponibilidad teórica de agua por habitante en el mundo. Según el Banco Mundial, a cada colombiano le corresponden anualmente casi 45.000 metros cúbicos de agua dulce, lo que comparado con Suecia, con 18.300, España, con 2.400 e India, con tan sólo 1.519, da una idea del enorme potencial hídrico del país andino; pero las deficiencias en la distribución y gestión hacen que esta riqueza no llegue a toda la población.
Actualmente, Sumapaz se beneficia de una de las prioridades del Gobierno de Colombia, que es preservar el agua. Para ello está extendiendo la protección de los páramos y cuencas y mejorando el suministro y saneamiento en base a la Política Nacional para la Gestión Integral del Recurso Hídrico. Este esfuerzo debe apoyarse y hacerse extensivo a todo el mundo.
Un lugar sagrado de los indígenas, un lugar sagrado para el mundo
Más allá de su capital natural, Sumapaz tiene un valor cultural incalculable. Para los indígenas muiscas y sutagaos, se trataba de un lugar sagrado que fue su hogar antes de la llegada de los españoles. Esta relación espiritual con el páramo queda reflejada en el corto en la voz de la niña narradora que simboliza una nueva generación de “guardianes del agua” que ha comenzado a entender las voces de su territorio y el legado de sus ancestros.
Con la destrucción medioambiental no sólo perdemos agua y empobrecemos la vida y el medio ambiente, perdemos memoria colectiva, y cultura. Y la salvaguarda de la cultura mediante la educación y el apoyo gubernamental, además de aportar resiliencia a las comunidades, es una herramienta de acción efectiva. Lo pudimos comprobar en nuestro proyecto Cultura ancestral para salvar el agua del Lago Titicaca, y puede verse como este principio es la hoja de ruta en desastres medioambientales como los del mar de Aral, el lago Poopó, el Titicaca, o el Urmía.
Con la recuperación de su cultura, los jóvenes podrán perpetuar los conocimientos milenarios que forman parte de la identidad de su tierra. Y los jóvenes son la garantía de la sostenibilidad y de la vida de cada uno de los ecosistemas que forman parte de un patrimonio histórico de toda la humanidad.