Viracocha emerge del Titicaca y crea la humanidad andina del barro de sus orillas. Esta leyenda mítica, que confiere un halo místico al lago navegable más alto del mundo (3.810 m), no podría hoy repetirse: la mayor extensión de agua lacustre de Sudamérica (58 000 km²) ha visto alterado su ecosistema por altos niveles de contaminación que comprometen la salud y la subsistencia de los 1,3 millones de habitantes que se distribuyen a lo largo de los 1.125 km de la costa del lago sagrado de los Incas.
El río Coata, que desemboca en la bahía de Puno, al oeste del Titicaca, es uno de los mayores focos de contaminación al verter cada año al lago el equivalente a 2.500 piscinas olímpicas de aguas residuales. Unas 200 toneladas diarias de basura doméstica, desperdicios de hospitales y de industrias provenientes principalmente de Juliaca, capital de la provincia de San Román en las proximidades de la laguna de Chacas, son arrojados al río, que se ha convertido en una cinta transportadora de residuos que terminan estancados en las orillas del Titicaca. Unos 23 conglomerados urbanos, cuyos desagües fluyen al lago sin ningún tipo de tratamiento, magnifican el desastre.
Sin embargo, la minería del oro es la peor fuente de contaminación química. Legales o ilegales, en estos yacimientos situados aguas arriba, se usan hasta 15 toneladas de mercurio cada año para purificar el metal noble. Los residuos tóxicos acaban irremediablemente en la cuenca endorreica del lago que Perú comparte con Bolivia.
Un estudio de 2014 de la Universidad de Barcelona corroboró lo que había denunciado 10 años antes el ingeniero Moisés Durán, que aparece en el corto: halló mercurio, cadmio, zinc, plomo y cobre por encima de los niveles admitidos para consumo humano en cuatro tipos de peces que son parte de la dieta de la población.
Las consecuencias por consumir alimentos y agua con residuos de metales pesados son anemia, problemas intestinales, osteoporosis y problemas mentales. Son enfermedades que durante las dos últimas décadas han afectado de forma ostensible a la población ribereña, un 80% de la cual es muy pobre y carece de servicios básicos de agua, saneamiento, electricidad y salud.
Depuradoras y cultura ancestral
Pero los más perjudicados son los nativos Uru, una de las culturas ancestrales del entorno del Titicaca, que viven en islas flotantes elaboradas con hoja de totora y que suponen una de las atracciones turísticas de la zona. Lo que no suelen ver los turistas es que sus habitantes consumen el agua directamente del lago sin ningún tratamiento ni control sanitario, y la pesca, su principal sustento, ha menguado y se ha contaminado. En las riberas del lago se asienta otra cultura ancestral, la Aymara, que tradicionalmente han comerciado con los Uru y que también está sufriendo las consecuencias nefastas de la contaminación del agua.
Tras décadas de inmovilismo, el gobierno peruano decidió en 2016 establecer un plan de tratamiento de las aguas residuales que se vierten en el lago. Tras varios retrasos, este plan se puso en marcha el pasado mes de marzo con el inicio de la construcción de cuatro depuradoras. En 2019, en cuanto se adjudiquen las obras, se construirán otras seis, con lo que se tratará el agua residual de una población de más de 700.000 personas.
Son infraestructuras imprescindibles para salvar la vida del Titicaca, pero también lo es la educación y la recuperación del conocimiento ancestral de las culturas Aymara y Uru, respetuosas con el agua y la tierra. En 2010, la Fundación We Are Water colaboró con Educo en un proyecto que es una referencia en este sentido: La recuperación de la cultura ancestral para salvar el Titicaca. Es fundamental favorecer los sistemas antiguos de cultivo en las riberas, incorporando innovaciones y asegurando su sostenibilidad gracias a medidas ecológicas, sistemas eficaces de captación de agua por medio de las técnicas tradicionales y formar en el uso racional del agua tanto para el consumo familiar como para la producción agrícola.
El saber ancestral debe ser protegido en el Titicaca; de este modo, los jóvenes podrán perpetuar estos conocimientos milenarios que forman parte de la identidad de una zona sobre la que se cierne además la amenaza del cambio climático. Son la garantía de la sostenibilidad y de la vida de uno de los ecosistemas que forman parte de un patrimonio histórico de toda la humanidad.